Antes que espía, Vladímir Putin fue un pandillero en las calles de Leningrado. Vio caer el Muro de Berlín y volvió a casa con ganas de revancha contra Occidente y una lavadora. Taxista ocasional, medró en el Ayuntamiento de San Petersburgo. Nunca dudó en usar la guerra, el veneno o el dinero. Diez retazos sobre la vida que ha invadido Ucrania y llevado la guerra a Europa. Pero que recibe a sus visitantes al extremo de largas mesas… por miedo a contagiarse.
1. Un chico de la calle
Putin creció en Leningrado (hoy San Petersburgo). Apartamento comunal de una habitación. Padres ausentes. Ambiente pandillero. "Yo era un matón de poca monta", confesó en su biografía En primera persona.
En ese ambiente delincuencial, aprendió a intimidar al otro y a medir la relación de fuerzas. También el lenguaje faltón y brutal. "La calle de Leningrado me enseñó sobre todo una cosa: si la pelea es inevitable, golpea el primero", admitió en 2015, antes de implicarse en Siria.
2. El muro cae y Moscú calla
El teniente coronel Putin tiene 39 años y está destinado en Dresde (Alemania Oriental) por el KGB, el servicio secreto soviético. El 5 de noviembre ve a la muchedumbre asaltar la sede la Stasi, la temible policía política de la Alemania comunista, a unas manzanas del edificio del KGB.
La noche del 8 al 9 de noviembre, cuando va a caer el Muro de Berlín, varios cientos de personas irrumpen en el jardín del cuartel general del KGB. Putin les hace frente pistola en mano. "¿Quien es usted?". Le interpelan los asaltantes: "Usted habla demasiado bien alemán". Sin perder la sangre fía, responde: "un intérprete". Y tira al aire para dispersar a los intrusos.
"Estaba claro que la Unión Soviética esta muy enferma. Y esa enfermedad mortal tenía un nombre, la parálisis del poder".
"La situación era seria. La gente era agresiva. Llamé por teléfono a nuestra base militar… me respondieron que no podían hacer nada sin una orden de Moscú. Y Moscú callaba", rememora en el citado libro. El teniente coronel Putin pasó los días siguientes "quemando todos los documentos secretos en la caldera de la casa". Hasta que ésta estalló.
Ese "Moscú callaba" le marcó: "Tuve la sensación de que el país había dejado de existir. Estaba claro que la Unión Soviética esta muy enferma. Y esa enfermedad mortal tenía un nombre, la parálisis del poder".
3. A casa con la lavadora
Además de las lecciones de aquellos días que cambiaron el mapa de Europa, el agente del KGB, de regreso a la madre patria, se llevó la lavadora que había comprado en Dresde. Estamos en febrero de 1990 y Putin vuelve a casa como cientos de miles de soldados soviéticos. Rumiando la derrota y con la mariposa de la revancha aleteando en el estómago.
Con los ahorros de Alemania, se compra un Volga y hace de taxista ocasional. "Tuve la impresión de que había perdido el sentido de su existencia", contará más tarde su esposa. Ludmila.
4. Encuentro con Kissinger
En esos años 90, el entonces desconocido se entrevistó con Henry Kissinger, convertido en consultor de lujo tras sus destacado papel como secretario de Estado de EEUU. El americano le pregunta con insistencia por su pasado. "Trabajé en inteligencia", contesta elusivo. A lo que el americano responde: "Toda la gente decente empezó en inteligencia. Yo, también".
La otra frase con la que despeja preguntas sobre su pasado era esta: "Soy especialista en relaciones con la gente". Un profesor de Derecho del que ha sido alumno le llama a su lado. Se trata de Anatoli Sobtchak, es una figura de la oposición democrática y acaba de ganar las elecciones municipales de San Petersburgo.
5. Dos toques nacionalistas y una cooperativa
Putin es un desconocido aún. Adjunto a la alcaldía y presidente del comité para las relaciones exteriores de San Petersburgo. Va a llamar la atención del historiador británico Timothy Garton Ash que asiste a una reunión a puerta cerrada de la fundación alemana Körber. En medio del sopor, anotará la intervención iracunda de un Putin que se presenta ya como protector de la nación rusa y de su pueblo, disperso en las repúblicas independientes de la antigua URSS.
Estamos en 1994 y ese mismo año, Putin dará la nota en Hamburgo. Cena de gala de antiguas ciudades hanseáticas. El presidente de Estonia, Lennart Meri, menciona "el imperialismo ruso". El munícipe ruso, enrabietado, se levanta de la mesa y abandona la sala.
Son los años en que Putin teje lazos sólidos con una serie de personajes relacionados con el antiguo KGB y las nuevas oportunidades de hacer negocios que se reúnen en una cooperativa de dachas, Ozero.
6. Salto al Kremlin
En 1997 aterriza en el Kremlin. Sus leales servicios tienen premio, la dirección de bienes de la presidencia, un imperio en la sombra que dispone de todos los bienes muebles e inmuebles de la presidencia rusa.
Se gana la confianza del clan del presidente Boris Yeltsin que le considera de fiar y le nombra al frente del KGB. Leal, ejecuta sin pestañear la detrucción del clan del alcalde de Moscú y de su aliado, el primer ministro, Evgueni Primakov.
Otro salto, en 1999, le lleva al puesto de primer ministro. Arde el Cáucaso y en Moscú hay atentados terroristas que son atribuidos, sin mucho fundamento, a los chechenos. Será la primera operación militar supervisada por Putin, masiva e implacable. Hay 100.000 muertos. Y su popularidad está por las nubes.
Algunos creen que los atentados de Moscú fueron organizados por el propio Putin. El general Alexandre Lebed lo dice en voz alta… antes de perecer en un accidente de helicóptero.
"Putin va acomodando la ley a su deseo de permanecer en el poder".
7. Poder, ¿efímero?, a cambio de inmunidad
En la cresta de la ola. En poco más de diez años, el teniente coronel de la KGB destinado en Alemania está a las puertas del poder. Muchos creen, ese 31 de diciembre de 1999 cuando Yeltsin le traspasa el poder, que será un presidente de transición. ¡Y así han pasado 22 años!
Putin honró la palabra dada a su predecesor, a quien prometió inmunidad para él y su familia. Pero acabará con los oligarcas. Y con la prensa, los gobernadores, la oposición, el Parlamento. En definitiva con todo contrapoder.
En 2004, su estrella parece apagarse. La matanza de la escuela de Beslán (334 muertos tras una toma de rehenes por terroristas chechenos) hubiera acabado con otro dirigente. A Putin le salva la subida del precio del petróleo y del gas que llenan la caja del Estado ruso. Podría haber modernizado la economía pero optó por dotar de músculo a su defensa.
Putin empieza a sentirse rodeado por Occidente: las tres repúblicas bálticas que pertenecieron a la Unión Soviética están ya en la OTAN y las 'revoluciones de colores' parecen inclinar a Ucrania y Georgia hacia Occidente.
8. 'Rusia abandona Occidente'
Russia leaves the West es el título de un artículo publicado en Foreign Affairs en 2006 por Dimitri Trenin, un analista con buenas conexiones en el Kremlin: "Los dirigentes rusos han abandonado la idea de formar parte de Occidente y han comenzado a crear su propio sistema cuyo centro es Moscú". El autor anticipaba graves tensiones con Georgia y Ucrania, confirmadas por las ofensivas rusas de 2008 y 2014.
En paralelo Putin va acomodando la ley a su deseo de permanecer en el poder. Tras sus dos primeras mandatos que concluyeron en 2008, vino el insólito intercambio de puestos con Dimitri Medvedev, que sirvió un mandato (2008-2012) como presidente con Putin ejerciendo de primer ministro.
Para no repetir la grosera maniobra (y seguir en el poder) en 2020 hizo aprobar una modificación constitucional que le garantiza dos legislaturas extras a contar desde 2024.
9. Fichajes y veneno
El reto a Occidente es compatible con 'fichar' ex dirigentes de gobiernos europeos como el ex primer ministro francés, François Fillon (consevador) o el excanciller alemán Gerhard Schroder (socialdemócrata). El francés ha dejado sus cargos. El germano, no. No quiere perder los 600.000€ de Rosneft ni los 250.000 de Nord Stream que completan su pensión de ex canciller (7.000€/ mes) y los 407.000 que cuestan su despacho en el Bundestag y los cuatro colaboradores que sufraga el contribuyente.
El oro de Moscú financia a formaciones de extrema derecha como el Frente Nacional de Le Pen. La líder de extrema derecha marcha segunda, tras Macron, en la carrera presidencial. El tercero, el también extremista Éric Zemmour, es otro aliado de Putin. Como el italiano Matteo Salvini. Como el presidente de Hungría, Viktor Orban.
Donde no llega el dinero, llega el veneno. Que le costó la vida a dos espías, Litvinenko y Skripal. El mismo sistema estuvo a punto de acabar con los días del opositor Alexei Navalny.
10. Mesas largas, miedo al contagio
Así llegamos el final. La fotografía tiene fecha de 27 de febrero. Vladimir Putin da la espalda a la cámara, sentado en un sillón grandote y antiguo. Tieso, sin que la espalda toque el respaldo. Preside un mesa larga. Al fondo, a la derecha, dos figuras empequeñecidas y escoltadas por dos cámaras que les apuntan.
Son el ministro de Defensa, Serguei Choigou y el jefe de las Fuerzas Armadas, Valeri Guerasimov. El primero es alguien del círculo íntimo. Ha compartido con el líder ruso jornadas de pesca y cacerías. Él y el otro uniformado tienen las manos sobre la mesa y frente a ellos lo que parece un bloc y un lápiz. ¿Rinden cuentas de la 'operación especial' lanzada unos días antes en Ucrania? ¿Por qué están sentados tan lejos de Putin los dos altos mandos que deberían ejecutar una orden suprema del jefe del Estado de tirar una bomba nuclear?
Al comienzo de esta crisis, cuando todavía callaban las armas, hubo otra foto. Otra mesa descomunal. Putin, en un extremo. El presidente de la República francesa, en el otro. Se interpretó que el líder ruso quiso mostrar el desprecio al intento de mediación de Emmanuel Macron. El jefe del Estado francés había rehusado someterse a una prueba rusa anti Covid por miedo a que secuenciaran su adn. Días después, el canciller alemán Olaf Scholz tuvo que sentarse del mismo modo, a más de 10 metros de su anfitrión.
Sin duda hay escenificación. Pero no sólo. Ya en 2015, el periodista Mijail Zygar revelaba en su libro Los hombres del Kremlin que Putin tenía miedo a las enfermedades contagiosas. Antes del Covid, sus encuentros con la ciudadanía eran, a menudo, puestas en escena y, en algún caso, se empleaba actores. Tras la pandemia, han desaparecido de la comunicación rusa. Una mieditis que constata el fracaso de la vacuna rusa, Sputnik.
El escritor Jonathan Littell decía hace unos días en una tribuna publicada por Le Monde: "Desde que llegó al poder hace 22 años, la guerra ha sido una de sus principales herramientas. La ha utilizado de contínuo. Sin dudarlo. Putin existe y ha prosperado gracias a la guerra. Esperemos que ahora sea una guerra la que provoque su caída".
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