Puede parecer contradictorio, pero es perfectamente normal que Rusia esté preparando sus tropas para una ofensiva sobre Kiev y Odesa y a la vez se intensifiquen los rumores cada vez más concretos de una negociación para decretar el alto el fuego. Una cosa influye decisivamente en la otra. Cuanto más territorio se gane en estas próximas horas, cuanta más sensación de desamparo se genere en el enemigo, mayores podrán ser las exigencias en la mesa de negociación y menor el margen del otro a la hora de proponer soluciones.
Ahora mismo, estamos en una posición muy cercana a las tablas. Por supuesto, en estas tres semanas, los rusos han hecho avances, más considerables de lo que a veces creemos... pero menos de lo que temíamos cuando empezó el conflicto. Esto provoca una falsa sensación de triunfo en ambos lados, que es un requisito indispensable para iniciar unas negociaciones justas de paz, aunque, a su vez, ese triunfalismo pueda complicar el acuerdo definitivo: cuando dos se creen ganadores o, más bien, cuando ambos piensan que pueden mejorar su posición con el paso de los días, es complicado aceptar una solución de compromiso.
¿Por qué puede pensar Zelenski que va ganando la guerra cuando sus grandes ciudades están sitiadas y sus ciudadanos siguen muriendo bajo las bombas, como en el reciente y devastador ataque al teatro de Mariúpol? Porque su pueblo está con él, porque no ha habido debate al respecto de si rendirse o resistir, porque el este del país se ha mantenido unido contra el ataque ruso pese a su pasado histórico y cultural en común... y porque está condenando a Rusia a una guerra larga y penosa, con miles de bajas ya confirmadas y miles a sumar si Putin se propone tomar cada una de estas ciudades calle por calle.
15 puntos... y los que surjan
En ese sentido, si Ucrania resiste esta semana, si consigue llegar al lunes con el control de Odesa, Járkov, Kiev y Mariúpol (incluso con tres de las cuatro), pese al todo o nada de las tropas rusas, pese a la petición de ayuda a China, pese a los mercenarios sirios y todo ese largo etcétera, crecerán las voces en los altos mandos del Ejército invasor pidiendo que se frene la sangría de una vez y que se alcance un acuerdo mínimamente satisfactorio.
Un acuerdo que, ya se ha filtrado, podría girar en torno a 15 puntos, entre ellos, el reconocimiento del Donbás como territorio autónomo, al estilo Transnitria, el de Crimea como provincia rusa y algún tipo de compromiso de neutralidad de Ucrania de cara al futuro. Puede que comprometerse a no entrar en la OTAN baste y puede que no. Al fin y al cabo, Putin ya sabía cuando empezó esto que la Alianza Atlántica nunca iba a aceptar a Ucrania como miembro.
Dando la vuelta al argumento anterior, ¿por qué puede pensar Putin que va ganando la guerra cuando sus tropas no consiguen avanzar a suficiente ritmo, las grandes ciudades siguen bajo control ucraniano y la escasez de efectivo empieza a hacerse notar? Porque ha ocupado el Donbás, su gran obsesión en estos últimos ocho años, ha ampliado la zona de control al norte de Crimea, está a un paso de ocupar Mariúpol, uno de los grandes puertos comerciales del Mar del Azov y, en general, ha demostrado que puede tratar a sus "hermanos" ucranianos como si fueran chechenos o sirios, arrasando sus ciudades sin piedad y guardándose siempre en la manga la carta nuclear y la de la "guerra no convencional", eufemismo para armas químicas, bombas sucias, etc.
Del mismo modo que Ucrania puede pensar que una semana más de resistencia obligará a Rusia a darse cuenta de que es imposible ocupar su territorio y es muy poco probable incluso forzar un cambio de Gobierno, Putin puede intuir que, si consigue desembarcar en Odesa y cerrar el paso al Mar Negro, o consigue que Kiev o Járkov caigan, podrá sentarse a negociar con la pistola sobre la mesa, obligando a Zelenski a un acuerdo penoso, que tal vez incluya la cesión parcial de soberanía al menos sobre el este del país y la creación de un Gobierno títere en Kiev que conviva con uno nacionalista en Leópolis.
Alternativas al alto el fuego
Estos son dos de los escenarios que podemos contemplar en breve: Ucrania resiste y Rusia pacta una paz "conformista"... o Ucrania cede y se ve obligada a salvar los muebles con lo que le vaya quedando bajo su control -en especial, insistimos, el oeste del país-, antes de que sea demasiado tarde. Ahora bien, hay más escenarios, por supuesto. El primero sería una catástrofe ucraniana en toda regla. Pongamos que Rusia consigue esas tropas que está buscando en cada rincón de su Federación, sigue con su guerra de destrucción y consigue entrar en Kiev y detener o matar a Volodomir Zelenski.
En ese caso, Ucrania tendría que firmar no ya un alto el fuego sino, probablemente, una rendición. Putin habría logrado su objetivo. Mucho más tarde de lo previsto, pero le habría merecido la pena. Quedaría siempre la cuestión occidental, es decir, qué hacer con Leópolis y las distintas localidades cercanas a las fronteras de Polonia y Hungría, países pertenecientes a la OTAN. Buscar la ocupación de ese territorio o aceptar su autonomía y reorganizar el país al este de la línea imaginaria entre Odesa y Kiev. Recordemos que una cosa es invadir un territorio y otra conquistarlo, en el sentido de imponer ahí tu autoridad. Eso le va a costar a Rusia muchas vidas y mucho dinero.
El segundo escenario al margen de la negociación sería el contrario: un desplome del Ejército ruso. Pongamos que la llegada de armas extranjeras a Ucrania permite al Ejército resistir los ataques de la aviación, de la armada y de la infantería. No hay manera de entrar en las ciudades y crece el pesimismo en las tropas rusas. Poco a poco, Zelenski se va atreviendo a pequeñas maniobras de contraataque más o menos exitosas. Los rusos tienen que retroceder en sus cercos. Los críos que están haciendo su servicio militar en medio de una guerra no soportan la presión, los mercenarios no reciben sus nóminas o las reciben en rublos devaluados. Las milicias de Donetsk y de Lugansk se rebelan contra el invasor y el conflicto se reaviva, teniendo que mandar más tropas de no se sabe dónde. China se niega a ayudar militarmente y Putin tiene que acabar retirando el ejército. Es un escenario improbable, pero si el general estadounidense David Petraeus no lo descartó en una reciente entrevista a la CNN, dejemos la posibilidad abierta.
También menciona Petraeus un tercer escenario no consensuado que no acabo de ver demasiado claro: la rebelión contra Putin y su sustitución al frente del Kremlin, sea por alguien menos beligerante o, todo lo contrario, por un halcón que termine lo que empezó su antecesor. Aunque el propio Putin lleva tiempo temiendo un golpe de Estado, o así se ha filtrado en la prensa estadounidense, no parece que sean temores que vayan más allá de la paranoia habitual en este tipo de figuras mesiánicas. Casi parece más probable una rebelión en Kiev contra Zelenski para obligarle a firmar la paz antes de que sigan muriendo más civiles. Eso, de hecho, lo hemos visto varias veces a lo largo de la historia. Recuerden el caso del coronel Segismundo Casado en las postrimerías de la Guerra Civil española.
La peor de las opciones
Claro que también es posible que la guerra no acabe. O que no acabe inmediatamente, vaya. Puede que esas tablas a las que nos referíamos al principio se mantengan durante más tiempo. Que las dos partes sigan viéndose ganadoras durante meses, que sigan confiando en sus fuerzas cada vez más débiles y sigan buscando el acuerdo perfecto para sus intereses ignorando todo posibilismo. El odio generado entre ambos países en estas tres semanas es complicado de cicatrizar. El orgullo que ha llevado a Ucrania a una defensa heroica, como el que ha llevado a Putin a una operación absurda bajo su cuenta y riesgo, es difícil de tragar.
Esta solución sería la más catastrófica de todas. Retrasaría la reconstrucción de un país en ruinas, provocaría más muertos y una mayor vileza en el conflicto, pondría en aún más riesgo la estabilidad de los países vecinos y supondría una catástrofe humanitaria no vista en Europa desde la II Guerra Mundial. Los millones de refugiados que abandonarían el país en condiciones precarias se irían amontonando en las fronteras sin destino fijo. Tarde o temprano lo que es paz y concordia y empatía degeneraría en algo parecido a la desconfianza y la molestia.
Es preferible no pensar lo que supondría una guerra larga en Ucrania para todo el continente europeo
Rusia se hundiría económicamente y Occidente se las tendría que ver y desear para resistir. La inflación se dispararía aún más, las materias primas escasearían, la oferta de gas, de petróleo y de trigo no podría satisfacer la demanda. La desconfianza entre países se multiplicaría y con esa desconfianza, los posibles roces y las antiguas rencillas que de repente reflotan.
Casi es mejor no seguir abundando en ello porque es preferible no pensar lo que supondría una guerra larga en Ucrania para todo el continente. Quedémonos con los supuestos avances en las negociaciones, con la esperanza de una paz justa y el convencimiento de que todo esto -los muertos, el hambre, el frío, el heroísmo de un país que se rebela ante su invasor- han servido para algo. Como mínimo, para desnudar al emperador, que no es poco.
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