Al menos cincuenta muertos y cien heridos. Ese es el primer balance del ataque a la estación de tren de Kramatorsk, en el este del país, a medio camino entre Járkov y Donetsk. Después de la masacre de Bucha, después de que el presidente Volodímir Zelenski dijera este viernes que la situación en Borodianka (al oeste de Kiev) era comparable o incluso peor y después de que las fuerzas locales de Mariúpol estimaran en 5.000 los civiles muertos en los bombardeos, el ejército de Vladimir Putin vuelve a atentar contra la población indefensa a plena luz del día y delante de los ojos de todo el mundo.
Los crímenes de guerra son algo que normalmente se descubre a posteriori, a veces incluso años después del hecho. Es raro este empeño por parte de un ejército por publicitar casi sus actos. En la época de los satélites, los drones y la geolocalización, es muy fácil detectar cada fosa común, cada cuerpo inerte en medio de una carretera… el empeño ya casi rutinario de las autoridades rusas en negar hechos que están documentados y verificados por organizaciones independientes es de un cinismo solo comparable con la propaganda de "1984": Eurasia y Oceanía nunca han estado en guerra.
El ataque a Kramatorsk se une al del teatro o la maternidad de Mariúpol en la lista de barbaridades ignominiosas ordenadas por Putin. Atacar un andén lleno de refugiados buscando huir de la guerra. Es difícil caer más bajo. Atacarlo además con un misil lleno de "munición de racimo", es decir, con el único objetivo de causar el mayor daño posible y matar a cuanta más gente mejor. No es en ningún caso un ataque contra una infraestructura (podría justificarse) sino contra niños, contra mujeres, contra ancianos… el núcleo habitual de refugiados, pues los hombres entre dieciocho y sesenta y cinco años están bajo la ley marcial.
Este ataque con munición de racimo -armamento prohibido expresamente por la Convención de Oslo de 2008, un acuerdo firmado y respaldado por 123 países entre los que no se encuentran Rusia ni Estados Unidos- tampoco es el primero sobre suelo ucraniano. Human Rights Watch ha verificado el uso de este tipo de armamento al menos en Mykolayv el 7, el 11 y el 13 de marzo. Zelenski lleva denunciando ataques de este tipo desde casi el principio de la guerra.
¿Está Rusia provocando a Occidente?
Putin parece dispuesto a pasar a la historia de la infamia. En todas las guerras hay crueldad, hay miseria y hay locura. Por los dos bandos. Ahora bien, este afán en demostrar a todo el mundo hasta dónde puede llegar de forma gratuita tiene difícil parangón. Incluso los nazis ocultaban sus campos de exterminio. En la URSS, hizo falta un Solzhenitzyn para que descubriéramos en qué consistía exactamente un gulag. A Putin no le importa que quede todo grabado y documentado. Más allá de cualquier consideración moral, resulta chocante.
¿Qué gana Rusia con este tipo de acciones? Desde el punto de vista de sus aliados o desde el de toda la sucesión de países de Africa y Asia -incluida China, por supuesto- que se niegan aún a condenar abiertamente la invasión, cada masacre de este tipo es un sapo más a tragar. De nuevo, habrá que mandar al portavoz de turno a mostrar su solidaridad con el pueblo ucraniano como si el pueblo ucraniano se viera diezmado por arte de magia y Rusia no tuviera nada que ver en el asunto.
Si te revelas como un asesino sangriento que ataca a los débiles incluso cuando huyen de sus casas por miedo, es muy difícil ir luego de víctima en los foros internacionales. Parece como si estuviera invitando a los países neutrales a tomar partido y a los que ya han tomado partido a aumentar su hostilidad. De nuevo, ¿qué gana Putin con eso? ¿Quiere provocar a Occidente pensando que Occidente no se va a atrever a nada más? ¿Quiere crear un cisma entre los que no toleran más matanzas y los que aún tiran de paciencia? ¿Es algún tipo de juego mental perverso con la opinión pública internacional?
Cada vez que sucede un acto de este tipo y se confirma que Rusia está detrás, sale algún alto responsable del Kremlin a hablar de "provocación". Todo es una provocación para Putin. ¿No será, en su neolengua, una manera de decir que nos está provocando a nosotros, que utiliza la agonía de los niños ucranianos para demostrarnos hasta qué punto somos cobardes, para que nos haga reflexionar sobre nuestra propia capacidad de imponer algo parecido a la justicia en el mundo? Parece la única explicación posible. Una explicación sádica y maquiavélica y que cuenta con que, por mucho que se indigne, Occidente nunca va a pasar a la acción. Puede que tenga razón, pero ¿merece la pena arriesgarse a lo contrario?
Los riesgos de "vencer sin convencer"
Desde el punto de vista militar, desde luego, esto no tiene sentido. Putin no va a ganar la guerra matando niños. ¿Puede dañar así la moral de su enemigo? Sí, por supuesto, pero también multiplica su rabia. En rigor, lo que necesita Rusia es que las ciudades ucranianas se rindan y rendirse tiene menos sentido cuando ya han matado a tus seres queridos. En ese caso, lo que te queda es la venganza y la conciencia de que hay que luchar hasta el último momento. La política de resistencia de Zelenski, propagada por todo el país, es lo que le ha complicado tantísimo a Putin su "operación especial". Este tipo de acciones solo acentúan el deseo de dicha resistencia.
Si llevamos la consideración estratégica más allá de la victoria puntual o la toma momentánea de tal o cual territorio, hay que insistir en que se supone que Putin quiere hacer algo con estas ciudades. Kramatorsk, Mariúpol o Mykolaiv difieren de Borodianka o de Bucha en el hecho de que se supone que están pobladas por "hermanos eslavos". Si Putin pretende establecer un estado independiente en la "Nueva Rusia", debe contar con su fidelidad. No se lo está poniendo fácil, precisamente. De nuevo, se puede argumentar que el miedo es un factor importante… pero el miedo hay que imponerlo continuamente. ¿Es esa la idea de Putin? ¿Quedarse en la Nueva Rusia y que cientos de miles de soldados mantengan el orden desde el terror? Es un gasto superlativo que su país no se puede permitir.
Otra opción es que estas decisiones no se estén tomando desde el Kremlin, sino que sean fruto de la mente enferma de algún alto cargo militar sobre el terreno. Alguien completamente desquiciado, enloquecido y frustrado por la incapacidad de su ejército de ganar una guerra convencional ante un enemigo claramente inferior. Desde las primeras maniobras, la inteligencia estadounidense ha destacado la incapacidad de los distintos destacamentos rusos de tomar sus propias decisiones, lo que ralentizaba muchísimo su avance. Tal vez, con la incorporación de sirios, osetios, chechenos, reclutas, mercenarios, etc. la cosa haya cambiado y aquello sea un "sálvese quien pueda" en el que cada uno manda sobre los suyos y toma sus decisiones.
Ya no nos sorprendería nada, la verdad. En poco más de un mes, son decenas de miles las víctimas del conflicto entre militares y civiles. Es un ritmo insostenible que nos llevaría a varios centenares de miles de muertos al año cuando se supone que lo más cruento -la toma calle a calle de las ciudades a conquistar- aún no ha empezado más que en Mariúpol, de donde apenas tenemos noticias más allá del paisaje lunar que nos muestran algunas imágenes, más propias de Alepo o de Grozni que de uno de los puertos más prósperos del Mar de Azov. Cada acto de crueldad gratuita nos aleja de la negociación y, por lo tanto, de la paz. Parece que es la intención de Putin, pero es difícil entender por qué. Nada, desde el 24 de febrero hasta hoy, ha destacado por su lógica.
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