Jean Luc Mélenchon (21,70%) ha vuelto a ser el tercero en discordia en la primera vuelta de las elecciones francesas. "Mierda, nos ha pasado como en 2017", decían sus seguidores concentrados en el Circo de Invierno de París.
El veterano líder de La Francia Insumisa (LFI), la izquierda radical que forma grupo con Podemos en el Parlamento Europeo, se ha quedado de nuevo a las puertas de la segunda vuelta de las elecciones francesas en su tercer intento de alcanzar el palacio del Elíseo (y probablemente el último porque tiene ya 70 años). El 'sprint' final de Mélenchon ha sido meritorio, pero no ha sido suficiente. La presidencia de Francia volverá a ser una pelea entre Emmanuel Macron (27,35%) y la ultraderechista Marine Le Pen (23,97%) cinco años después.
Tras conocerse los primeros sondeos el candidato de la izquierda radical intentó animar a sus seguidores y, aunque tiene intención de consultar a sus bases, se ha pronunciado ya sobre la segunda vuelta: "Ni un voto para Marine Le Pen". "No damos ni un solo voto a Le Pen", repitió hasta tres veces.
El candidato populista, una etiqueta con la que Mélenchon se encuentra cómodo, sabía bien dónde estaban los votos que le faltaban. Como dijo en uno de sus últimos mítines, eran los votos de esos ciudadanos "cabreados pero no fachas" ("fâchés mais pas fachos"). Ese puñado de votos es el que se le ha escapado.
Resistió todos los llamamientos a formar una candidatura única de la izquierda y esta campaña, con la candidata socialista, Anne Hidalgo, hundida en el 2% en las encuestas, parecía darle la razón.
Sin embargo, el 23,97% de Le Pen ha hecho trizas los anhelos de los militantes de LFI, el heterogéneo movimiento fundado por Mélenchon después de abandonar el Partido Socialista (PS) en 2008 en el que convergen luchas sociales, feministas y ecologistas.
Los pocos elegidos que tuvieron acceso al Circo de Invierno, un recinto con 150 años de historia situado en el corazón de París, lloraron de desolación y se abrazaron para reconfortarse. De nuevo, les había faltado un último empujón, de nuevo resultaron lacerados por la falta de unión entre las izquierdas.
En 2017 fue menos de un punto la distancia que separó a Mélenchon de Le Pen. En estos comicios el margen fue de algo más de dos puntos, pero el sentimiento de haber nadado tanto para finalmente morir en la orilla acabó siendo el mismo.
Nada más divulgarse los primeros sondeos de votos en las pantallas instaladas junto al atril principal, varios seguidores se derritieron. "Y encima con el 20%, mierda, nos ha pasado igual que en 2017", se lamentaba a la agencia Efe un joven militante mirando simultáneamente su móvil y las pantallas de televisión.
A pesar de que algunos, los veteranos, intentaron amenizar el enorme disgusto, el ambiente era sombrío. La cuestión de a quién votar en la segunda vuelta ya rondaba la cabeza de la mayoría.
Mathis, un joven seguidor de la LFI, abogó por "no dar ni un voto a la extrema derecha, a los fascistas" y exigió a Macron que dé garantías para "las clases populares y por las personas que sufren". "No ha hecho eso durante cinco años así que ya veremos", afirmó el joven, sin querer desvelar si se abstendrá o votará por el presidente.
Otra joven militante, Sarah, expresó sus "dudas" sobre qué hacer el 24 de abril, aunque se inclinó más por "evitar la elección de Le Pen", dando a entender que dará su voto por el presidente saliente para no ver a la extrema derecha en el poder.
Se empezaron a proyectar los discursos de los otros candidatos. El comunista Fabien Roussel (2,33%) fue especialmente silbado por no haber repetido una alianza que les podía haber situado en la segunda vuelta, hasta que la sala rompió a aplaudir. Mélenchon acababa de salir a escena.
En una corta intervención, el veterano político asumió su decepción, aunque intentó insuflar ánimo y esperanza a una candidatura que, por ejemplo, venció en las provincias de ultramar. "Nunca cederemos, nunca bajaremos la mirada", urgió.
Macron y Le Pen tienen ahora la ardua tarea de cortejar a los más de siete millones de votantes de Mélenchon. El líder izquierdista buscó desmarcarse de las críticas que recibió en 2017 e intentó ser más claro que entonces al pedir a sus seguidores que no dieran sus votos a la líder ultraderechista.
"¡Resistir, resistir!", le respondían los militantes, que acabaron entonando uno de los himnos de la revuelta social de los "chalecos amarillos" de 2018: "Aquí estamos, aunque Macron no quiera, aquí estamos por el honor de los trabajadores y por un mundo mejor".
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