La historia está llena de barcos indestructibles, imposibles de hundir, orgullo de su tiempo, que han acabado bajo el agua. Pocas cosas hay más simbólicas que una de estas superestructuras capaces de desafiar las olas y cruzar los mares transportando armas, comida, agua o tropas anfibias para tomar tal o cual ciudad. Pocas cosas, además, más frágiles. La Armada de un país ha sido siempre la medida de la fortaleza de su ejército, pero también de su debilidad. Expuestos en medio de una extensión enorme, es necesario proteger estas naves de amenazas submarinas, aéreas y terrestres. No es nada fácil. Cuanto más grande el barco, más grande el orgullo… pero también más grande el riesgo. Lo sucedido en el Mar Negro con el Movska es un buen ejemplo.
En un país obsesionado con su protección y a la vez con una voluntad indudable de imperio desde, como mínimo, el siglo XVII, una armada potente es un requisito imprescindible. No es casualidad que la Armada Imperial naciera en 1695 y lo hiciera en el Mar de Azov, a escasos kilómetros de donde se hundió el acorazado ruso camino de Sebastopol. La historia bélica de Rusia es una historia de conflictos navales, generalmente con final infeliz. Ahí quedan, por ejemplo, los enfrentamientos con el Imperio Otomano, que se repitieron durante más de dos siglos, siempre con un territorio común por el que luchar: el citado Azov, las costas del Mar Negro y el acceso al estrecho del Bósforo.
Rusia peleó contra el enemigo turco tantas batallas como pudo durante ese período. Asegurada su integridad terrestre por el famoso General Invierno -el territorio ruso era demasiado extenso y demasiado inhóspito como para pensar en una invasión a pie, prueba de ello fueron los fracasos sonados de Napoleón y Hitler con los mejores ejércitos de su época-, los zares buscaban ampliar su espacio vital intentando controlar los diversos mares que le unían y le separaban -según el momento- de sus vecinos. Por una vez que parecieron tener a los otomanos contra las cuerdas, en 1853, durante la Guerra de Crimea, la intervención de Gran Bretaña y Francia en favor de los turcos cambió por completo la situación: tan solo dos años más tarde, caía en manos aliadas el puerto de Sebastopol. Meses antes, un enfermo Nicolás I había cedido el trono a su hijo Alejandro II.
La derrota en Crimea, toma de Odesa incluida, acabó durante unos años con las ambiciones navales rusas. La Armada se dedicó a patrullar por el Báltico para defender cualquier intento de ataque sobre San Petersburgo, ciudad costera e imperial. A principios del siglo XX, encontró una nueva función: luchar contra Japón por el control del Pacífico. De nuevo, la cosa no acabó demasiado bien, esta vez para el inexperto Nicolás II: la guerra ruso-japonesa, originada en principio por las ambiciones comerciales del puerto de Vladivostok, en el extremo oriental del país, acabó en una catástrofe para Rusia, exponiendo sus limitaciones militares, afianzando el imperialismo japonés y provocando un malestar interno que derivaría en las revueltas de 1905, que ya estuvieron a punto de llevarse por delante al zar.
La leyenda del Acorazado Potemkin
Con todo, si alguien supo explotar al máximo el simbolismo naval del Imperio Ruso fueron los bolcheviques. De entrada, rescatando un momento que había quedado en los márgenes de la historia: la revuelta del Acorazado Potemkin en pleno puerto de Odesa, justo donde el Moskva fue tocado y hundido este miércoles por fuerzas ucranianas. Odesa, ciudad de veraneo para las élites europeas, capital del comercio naval y motivo de orgullo de la Rusia zarista, pasaba hambre en 1905. Si esto estaba ligado a las incursiones bélicas en la otra punta del país o no, es difícil de determinar. Rusia, en cualquier caso, empezaba a vivir por encima de sus posibilidades y aceptarlo ya no era tan sencillo.
Aunque tradicionalmente sumiso ante sus líderes, el pueblo ruso venía de unos años en los que el anarquismo primero, y después el bolchevismo, había revolucionado a una incipiente burguesía insatisfecha. Rusia no era un país industrial; no era, por lo tanto, un país en el que el marxismo pudiera implantarse… pero sí podía hacerse algo intermedio: una mezcla de socialismo y autoritarismo que encontraría su primer símbolo en la huelga general que se inició en Odesa aquel verano y que se extendería al resto del país. Una huelga general reprimida con violencia por el ejército, pero que se encontró con un apoyo completamente inesperado: el de los marineros del citado Acorazado Potemkin, que no solo se negaron a apoyar la represión, sino que llegaron a bombardear posiciones de su propio ejército.
Esa es al menos la leyenda que dejó para la historia el cineasta Sergei Eisenstein en la revisión cinematográfica de ese momento prerrevolucionario. Aquella escalinata de Odesa en la que los proletarios iban cayendo tiroteados mientras un carrito de bebé fuera de control botaba a cada escalón. Acosados por las tropas zaristas, los marineros del Potemkin decidieron hundir su propio barco. Aunque este fuera reflotado a los pocos días, el simbolismo ya estaba ahí para quedarse: todo había empezado en un barco, todo había empezado en la valentía de los marineros rusos irreductibles. Sin duda, Lenin y Trotski, antes incluso que Eisenstein, tomaron buena nota.
La revolución del Aurora, el golpe abortado en el Movska
En un país de puertos comerciales, un país que había entregado su defensa a almirantes y grumetes, un país donde las exportaciones salían de Vladivostok, de San Petersburgo, de Sebastopol, de Odesa… es normal que los bolcheviques quisieran reforzar el símbolo añadiéndole otro nombre: el Aurora. Hablamos de uno de los tres barcos de clase Pallada llamados a decidir la guerra contra Japón y del único, de hecho, que sobrevivió a dicha guerra. Los otros dos, para variar, acabaron hundidos. Participante activo en la I Guerra Mundial para defender San Petersburgo de los ataques alemanes y los del Reino de Polonia, el Aurora acabó dañado y tuvo que volver a puerto para ser reparado.
En puerto le pilló la burguesa Revolución de Febrero de 1917 y en puerto le pilló el 25 de octubre de 1917, con una tripulación totalmente convertida al comunismo y reacia a seguir orden alguna del gobierno de Kerenski. Precisamente un cañonazo del "Aurora" a las 9.45 de la mañana sirvió como señal para la toma del Palacio de Invierno y la captura de la Familia Real al completo. El "Aurora" pasó así a la mitología soviética y no importó que los nazis lo hundieran en 1941: dos años más tarde, el barco estaba de nuevo preparado para el combate en San Petersburgo (Petrogrado, en la nomenclatura estalinista), aunque el final de la guerra y su edad lo convirtieron rápidamente en objeto de museo.
Los barcos para la URSS eran la máxima expresión de la cadena de trabajo. En un país sin grandes industrias, sus trabajadores representaban lo mejor que podían al proletario marxista. A partir de los puertos se crearon las primeras fábricas dignas de ese nombre, las primeras industrias. El resto es historia. Cuando en 1991, la Unión Soviética desaparecía como país, a Yeltsin no le importó reconocer la independencia de Ucrania ni cederle el histórico territorio de Crimea… pero, ante la presión de los militares, exigió que parte de la flota del Mar de Azov y del Mar Negro quedara en manos rusas. El 28 de enero de 1992, tras varios días de extraña desaparición y rumores de golpe de estado, Yeltsin llegaba a este acuerdo con altos mandos del ejército ruso y el ucraniano -unidos en la llamada CEI- a borde del gran buque de aquella flota: el Moskva.
Treinta años después, el Moskva descansa bajo las aguas del Mar Negro tras haber sido bombardeado por las tropas ucranianas de Odesa. El golpe es tremendo para la moral rusa. Tanto que el ministro de defensa se resistió hasta el último momento a reconocerlo. Como hemos visto, buena parte del orgullo ruso se mide en la capacidad de sus barcos y el dominio de sus mares. Un orgullo, por otro lado, continuamente dañado por la incapacidad de sus gobernantes para mantenerlos a flote. Putin se une así a esta indecorosa lista con un nuevo fracaso que alguien tendrá que pagar, eso está claro. El Moskva no es un barco cualquiera y su importancia no era solo militar. El Movska era Rusia en la antigua Rusia, en la Rusia deseada, la Rusia a liberar en esta guerra. Sin el Moskva amenazando Odesa, la toma de la ciudad-mito se complica todavía más.
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