A sus 99 años, el mítico secretario de Estado durante la administración Nixon, Henry Kissinger, hizo una de sus escasas comparecencias públicas el pasado lunes con motivo de las sesiones del Foro de Davos. Kissinger, un experto en las relaciones internacionales conocido por su capacidad para el pragmatismo más allá de cualquier consideración moral, quiso dar su opinión sobre la invasión rusa de Ucrania y lo hizo en términos que no sorprendieron a nadie: según Kissinger, lo mejor para ambas partes era negociar una paz cuanto antes… y si esa paz suponía cesión territorial por parte del Gobierno de Zelenski, que así fuera.
Presentadas así, las palabras de Kissinger resultan equívocas y el propio ex secretario de Estado tuvo que matizarlas: lo ideal sería volver a las fronteras previas al inicio de la guerra. En otras palabras, esa cesión de territorio se limitaría simplemente al reconocimiento por parte de Kiev de las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk con las fronteras establecidas en el tratado de Minsk y, por supuesto, el visto bueno a la anexión de Crimea por parte de la Federación Rusa.
Como fin de un conflicto que apuntaba a guerra total, con riesgo para el propio futuro de Ucrania como Estado, no parece un disparate… de hecho, se trataría tan solo de reconocer lo que durante siete años y medio ha funcionado en la práctica. Un paso más en la citada línea de Minsk, pero poco más. Tan suave parece la propuesta de Kissinger que incluso cabe preguntarse si Putin estaría dispuesto a siquiera considerar algo así. ¿Se imaginan movilizar centenares de miles de tropas, romper lazos con los aliados occidentales, ganarse la desconfianza de China y la India, perder decenas de miles de vidas, quedar con el ejército devastado e inservible para inmediatas contiendas… y todo para volver al mismo punto de 2014?
Tal vez por eso, Putin siquiera se molestó en contestar a Kissinger, cosa que sí hizo Volodimir Zelenski, al que le ponen un capote rojo y entra con todo. La virulencia con la que Zelenski atacó a Kissinger resultó llamativa: consideró cobarde su propuesta, dijo que su discurso era más propio de 1938 que de 2022 y sacó a relucir su propio pasado y el de su familia como emigrantes huidos del horror nazi, cuando Kissinger tenía ya catorce años y era perfectamente consciente de lo que estaba pasando. “¿Habría dicho entonces Kissinger que lo que tenía que hacer el mundo mientras los judíos huían de Europa era negociar y darle la razón a Hitler?”, dijo Zelenski en una frase tal vez poco afortunada.
La rabia y el orgullo
Como afirma la famosa 'Ley de Godwin', el primero en sacar a los nazis en una discusión está llamado a perderla. Es cierto que, en el origen, el que empezó con la excusa de la desnazificación fue Putin, pero que Zelenski recoja el guante es sorprendente. Kissinger puede tener razón o no, pero tirarle el III Reich encima a un judío de 99 años probablemente sea innecesario. Sin duda, Kissinger ha tenido que pisar un callo importante que va más allá del orgullo.
Es de entender que Kiev no quiera ceder nada. Primero, porque sigue pensando que, con el nuevo armamento occidental, con la recesión económica en Rusia producto de las sanciones y con la propia tenacidad de sus tropas, pueden ganar esta guerra. No solo la de febrero de 2022, sino la de febrero de 2014, cuando Crimea y parte del Donbás se declararon en rebeldía tras la revolución del Euromaidán que dejó al prorruso Viktor Yanukovich escondido en un coche rumbo a Moscú.
Segundo, porque, aunque ese objetivo sea tal vez demasiado optimista, los crímenes de guerra rusos están demasiado recientes. Ucrania ha sufrido muchísimo en estos tres meses y se ha defendido como gato panza arriba. Aunque el propio Zelenski ha reconocido recientemente que, tarde o temprano, tendrá que reunirse con Putin para negociar un alto el fuego, también ha admitido que no le apetece nada tener que compartir mesa con alguien acusado de genocidio y que aspira a la aniquilación de su vecino.
Ahora bien, dicho todo esto, parece ser que hay algo más. Zelenski saltó como un resorte al oír las palabras de Kissinger porque le sonaban demasiado a lo que tiene que oír cada día dentro de su propio gobierno. Igual que se entiende que el orgullo y la rabia sean motivos de sobra para negarse a cualquier cesión, también hay que entender que haya quien piense lo contrario, es decir, que no es sostenible este número de fallecidos diarios (50-100 al día, afirmó Zelenski, pero parecen pocos), ni este volumen de destrucción en las ciudades propias. Acusar de apaciguamiento o de colaboracionismo a cualquiera que señale esta situación es caer en un maniquieísmo peligroso.
El riesgo de disensión entre los aliados
En su edición del jueves, el New York Times se hacía eco de estas disensiones internas dentro de los altos mandos de Kiev y las analizaba desde la perspectiva de sus aliados occidentales, encantados de ver cómo sufre Putin… pero deseosos también de un acuerdo cuanto antes que nos permita volver a la tan ansiada normalidad. Aunque ni Estados Unidos ni la Unión Europea han cejado en su envío de armas y ayudas económicas a Ucrania, los desacuerdos empiezan a aflorar y van más allá de lo que Viktor Orbán pueda pensar acerca del petróleo ruso.
Orban da voz a lo que es un sentimiento extendido en la opinión pública de varios países y compartido, en parte, al menos por los gobiernos de Francia y Alemania: la guerra tiene que acabar de alguna manera y es imposible que acabe como quiere Zelenski. No se puede esperar que Ucrania recupere militarmente Mariúpol, Melitopol, Jersón, el norte de Járkov y Lugansk… y luego se siente en una mesa a negociar. No parece un orden lógico. Una cosa es defenderse, donde Ucrania ha hecho un trabajo prodigioso, y otra cosa es atacar. Los avances en Kiev y en Járkov se han producido tras repliegues rusos. ¿Pueden ponerse las cosas tan mal para el ejército de Putin como para que tengan que salir corriendo también del sur y el este del país?
Eso es lo que cree Zelenski, que no está dispuesto a moverse ni un centímetro de su posición, pero no es una opinión en torno a la que se pueda generar un consenso amplio. Para empezar, a los aliados occidentales les importa tanto una victoria militar ucraniana como el hecho de que Rusia no sea capaz de organizar una acción parecida en mucho tiempo. Parece que ya estamos en este segundo supuesto, así que no hay una gran necesidad de que Rusia pierda la guerra en un sentido estricto, es decir, que se vuelva por donde vino.
La “derrota estratégica” de Rusia era el objetivo principal de Europa y Estados Unidos y ya parece conseguido. Es lógico que Zelenski no se conforme con eso, pero ¿cuánto tiempo puede resistir Ucrania sin un frente unido occidental detrás? Imposible saberlo. La tentación de ceder las partes conquistadas del Donbás a cambio de una paz duradera es muy fuerte incluso en Kiev. Otra cosa es que el término “paz duradera” tenga sentido con Putin de por medio. Ceder ahora para volver a las andadas en otros ocho años tendría un punto absurdo.
O gestiona tu suscripción con Google
¿Qué incluye tu suscripción?
- +Acceso limitado a todo el contenido
- +Navega sin publicidad intrusiva
- +La Primera del Domingo
- +Newsletters informativas
- +Revistas Spain media
- +Zona Ñ
- +La Edición
- +Eventos