Heather Heying y Bret Weinstein aparecen en pantalla en un plano perfectamente medido. Todo es madera, de piso a techo, pasando por los muebles y la repisa al fondo, casi un árbol por dentro, sin excepción de la mesa redonda u ovalada donde descansan los brazos y salvo por los micrófonos profesionales marca Rhode en los que dicen Hola.
Heather Heying y Bret Weinstein son biólogos evolutivos, viven en Portland (Oregón) y promocionan Guía del cazador recolector para el siglo XXI (Planeta), un repaso histórico editorializado donde exploran un término muy concreto: la hipernovedad. Es decir, “la velocidad de los cambios tecnológicos es tan rápida que las transiciones del entorno superan nuestra capacidad para adaptarnos”.
BRET WEINSTEIN: No ha existido ninguna especie sobre la Tierra con nuestra capacidad para la adaptación. Al menos, hasta donde sabemos. Pero tenemos límites. Los humanos podemos pasar por revoluciones sustanciales siempre que tengamos tiempo para aprender y refinar nuestras respuestas.
PERIODISTA: ¿Estamos sobrepasados?
B.W.: Fíjate que el mundo que conoces durante la infancia, para cuando eres adulto, ha cambiado por completo. Y que incluso muchas enseñanzas que recibiste entonces tienen una mala aplicación en el entorno en el que vives de mayor. Estamos evolucionando por encima de nuestras posibilidades, de nuestras capacidades de adaptación. Creo que esta realidad está detrás de muchos de nuestros males en la actualidad.
El libro avanza en las carreteras paralelas del concepto. Como si cada inconveniente de este mundo compartiera raíz. Como si cada escarnio político, intelectual o financiero fuera un afluente necesario del río grande, peligroso y desbocado de la hipernovedad. Lo que arroja una nota esperanzadora, a ojos de Weinstein: tenemos un problema con miles de síntomas, y no miles de problemas sin solución.
Pero el riesgo de no acotar el crecimiento es la “destrucción” de nuestra especie, sostiene: porque el potencial de causarnos “un daño inmenso” arrecia como una maldición aparejada. Y la pregunta es si abordaremos la enfermedad antes de que nos conduzca “al borde del precipicio”.
P: Los periodistas protestamos por la velocidad y la cantidad de información constante. Ustedes, como científicos, deben pasarlo peor.
HEATHER HEYING: Lo cierto es que había muchas disciplinas en las que, incluso hace 50 años, no era inverosímil que pudieras conocer todo sobre ella. Podías saber el conjunto de lo que otras personas habían pensado y escrito hasta la fecha. Ahora es imposible. Nos vemos arrastrados hacia la especialización y es un problema. Si queremos dar sentido al mundo, necesitamos ser generalistas. Eso te permite cruzar todos los dominios. Usarlos para comprender los sistemas físicos, la lógica, el pensamiento racional, sacar deducciones.
B.W.: Nuestro sistema económico premia la especialización. Pero, para una comprensión más amplia, es mucho más importante ser generalista. Es un problema. Estamos produciendo especialistas porque es la única manera de que alguien haga carrera. Pero estas personas tienen cada vez menos conocimientos sobre los asuntos más grandes.
Pausa. Antes de llegar a cierto punto, hay que explicar algo. Weinstein y Heying tienen una larga trayectoria a sus espaldas. Se doctoraron en la Universidad de Michigan. Viajaron por el mundo, guiados por la curiosidad y la disciplina —“los Homo sapiens estamos repletos de profundos misterios, y vivimos rodeados de paradojas nacidas precisamente de las mismas cosas que nos diferencian del resto de la biota”—, y fueron premiados por sus aportaciones a la ciencia evolutiva.
Pero no fueron ni sus botas partidas ni sus investigaciones más o menos reveladoras las que convirtieron a Weinstein y Heying en un matrimonio verdaderamente famoso, es decir, en dos rostros familiares. De algún modo, sus nombres quedaron atrapados en 2017, cuando eran profesores en la universidad estatal de Evergreen.
Todos los años, el campus celebra el Día de la Ausencia. Consiste en que los alumnos negros no acudan a clase en toda la jornada, en fin, para ilustrar qué significa su ausencia. Pero en 2017 le dieron una vuelta a la idea. Decidieron que también los blancos se ausentaran.
Weinstein, que venía de unos años en los que se promovió una perspectiva racial de las asignaturas (¿biología?) y se impartieron talleres antisesgo al profesorado, se negó a aceptarlo. Dijo que no se resignaría ante la imposición. Denunció una nueva manera de autoritarismo. Propuso un debate. Y lo que obtuvo, como resultado, fueron protestas. La turba se centró en los profesores: humillados, insultados y literalmente arrinconados. El bloqueo estudiantil impidió el acceso de la policía. El caos se instaló durante días.
Bret Weinstein es, como Jordan B. Peterson, hijo mediático de las rebeliones anti-intelectuales de las universidades norteamericanas. Y, como Peterson, fue expulsado de la vida académica —el matrimonio dimitió tras 15 años como profesores— y exploró el territorio fecundo de los medios alternativos, donde los intelectuales oscuros acumulan millones de seguidores.
B.W.: La polarización en Estados Unidos es artificial. Hay una gran mayoría en el centro del espectro político y, cuando se les pregunta por separado por determinados asuntos, demuestran que lo mayoritario es el consenso. El hecho de que muchos no se puedan ver más allá de los colores es provocado. Es necesario que la gente se libere de esas influencias corruptivas. Ni siquiera la pandemia se libró de la polarización política. Ni siquiera los principales medios de comunicación fueron capaces de informar correctamente sobre la pandemia. Eso hizo que personas que, tras descubrir que no les contaban la verdad, desconfiaran y se preguntaran a qué fuente recurrir. Incluso para la información más básica.
Weinstein y Heying encontraron su lugar en el pódcast. Dark Horse es uno de los más escuchados en Estados Unidos. Los temas cambian. Pero, en 2020, uno comenzó a apoderarse del resto. Y eso explica que, si exploras el programa en Spotify, salte una caja azul y una sugerencia: leer "más información sobre la Covid-19".
P: Ven en la hipernovedad la enfermedad tras la deficiente respuesta al Covid-19.
H.H.: Al principio nos dijeron a todos que el virus tenía un origen zoonótico. Que venía de murciélagos de herradura de las cuevas. Nos pareció una hipótesis posible. Bret ha trabajado con murciélagos y hemos pasado mucho tiempo investigando en lugares remotos, en cuevas, conocemos bien el ecosistema de los murciélagos y hemos estudiado mucho los mecanismos de transmisión de enfermedades. Ya te digo: nos parecía una hipótesis plausible. Pero rápidamente comprobamos que se ofreció como única explicación. Cada vez que preguntaban a las autoridades sanitarias, a la OMS, respondían que el origen estaba en el mercado de Wuhan, por el contacto con los animales. Lo ofrecían como única posibilidad cuando, simultáneamente, se conoció que este virus no se parecía a ningún otro virus visto.
P: ¿A qué se refiere?
H.H.: El virus parece tener partes de piezas de cosas lejanamente relacionadas que nunca habían aparecido juntas. La seguridad con la que ciertas personas arregladas de científicos aseguraban haber llegado a la respuesta, tan rápidamente como pidieron al mundo que les creyeran, pese a la creciente evidencia de que se trataba de un sistema mucho más complejo del que nos hacían creer, nos dejó ver que al frente había especialistas que no sabían lo que hacían. Estábamos siendo dirigidos por personas desinformadas e incompetentes, a menos que supieran lo que estaban haciendo. Entonces el problema sería más grave.
B.W.: Demonizaron a quienes planteamos preguntas biológicamente obvias sobre el virus, sobre su comportamiento y su genoma. Cuestionaron nuestra moralidad. Nos retrataron como científicamente incompetentes. Y, en realidad, estábamos aplicando el método científico de la misma manera que nos enseñaron a hacerlo. Nos dijeron que detrás de nuestro método no estaba la ciencia, sino la política. Quienes estaban poniendo los límites a lo científicamente permisible para esta pandemia fueron los mismos que estaban penalizando los métodos científicos por sí mismos. Aquello nos dio una buena razón para alarmarnos sobre el peligro que afrontaba la humanidad.
Se erigieron Heying y Weinstein, en los últimos dos años, en dos de los científicos más críticos con las políticas de contención de la pandemia, las instituciones sanitarias que prestaron sus recomendaciones, como la OMS, y los medios de comunicación y verificación que se guiaron por los organismos públicos. Defendieron el uso de fármacos alternativos, como la ivermectina, y abrigaron tantos insultos como elogios por una convicción inamovible: el origen del Covid-19 está en el Centro de Virología de Wuhan.
P: Quedan muchas preguntas por resolver.
B.W.: El problema es que quienes tienen el poder de gobernar dependen de que la verdad no salga a la luz. Porque la verdad cuestiona tanto su capacidad que obligaría a reconstruir todas estas instituciones. No sólo han sido incompetentes a la hora de dar una respuesta al Covid. Las mismas personas que estuvieron implicadas en la producción del virus, aun cuando fueran bienintencionadas y creyeran que estaban estudiando el comportamiento de patógenos potencialmente peligrosos, fueron de poca ayuda a la hora de comprender las pandemias lo suficientemente bien como para controlarlas. Eso dice que nuestras instituciones han fracasado. Y nos va la supervivencia en resolver cómo reemplazarlas por otras capacitadas para responder a circunstancias no deseadas.
P: Si se desconoce el fondo, ¿no es más difícil evitar que se repita?
H.H.: Es importante que se sepa la verdad para evitar que se repita, sí. Pero no veo a las instituciones particularmente por la labor de investigar el origen. Lo que sí veo es que hay mucha más gente de lo que parece que quiere saber qué ocurrió.
B.W.: Hay mucha gente que tiene la certeza de que algo fue mal, lo que es una evidencia para casi cualquier cabeza pensante. Si la verdad emergiera, la gente no entraría en pánico: reclamaría una rendición de cuentas. Y lo más importante: nos obligaría a revisar nuestras instituciones tras advertir el peligro en que nos pueden poner.
P: Ustedes no culpan exclusivamente a China.
B.W.: Hay una parte de esta pandemia que tiene su origen en China. Pero el desastre parte del fracaso de una colaboración internacional.
H.H.: Entre Estados Unidos y China.
B.W.: Estados Unidos y China compartieron un proyecto para estudiar patógenos y analizar su capacidad para afectar a los humanos y expandirse. Cuando Estados Unidos vetó la investigación en 2015, Anthony Faucci delegó el trabajo en un laboratorio chino. Es cierto que China no ha facilitado información sobre lo que ha sucedido. Pero esto es responsabilidad de una comunidad científica internacional y de un sistema arcano que ha torpedeado el conocimiento de lo ocurrido, el daño provocado y las cosas que se podrían haber hecho mejor.