Horas antes de plantarse en Kiev junto al canciller alemán Olaf Scholz y el presidente del gobierno italiano, Mario Draghi, Emmanuel Macron insistió de nuevo en la necesidad de que Volodimir Zelenski y Vladímir Putin negocien una salida al conflicto armado en Ucrania. Es una posición repetida varias veces por el presidente francés, cuyos intentos de mediación datan incluso de antes del inicio de la guerra —recuerden aquella mesa interminable que le puso en medio Putin durante una de sus visitas a Moscú— y que suele despertar muchísimas (y en ocasiones razonadas) críticas entre los que buscan la derrota absoluta de Rusia en esta guerra y la vuelta a las fronteras del 24 de febrero.
El origen de esas críticas es obvio: una negociación implica una cesión y no hay que ceder ante un matón. Si Putin ve que puede entrar en Ucrania a sangre y fuego, cometer múltiples crímenes de guerra y aun así la comunidad internacional fuerza una paz que de alguna manera mejora su posición inicial, muchos temen que no pare ahí, sino que siga intentando avanzar hacia el oeste en cuanto tenga la más mínima oportunidad… o que decida envolver a las tres repúblicas bálticas y les haga la vida imposible.
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Desde el punto de vista puramente práctico, un acuerdo con Putin parece una contradicción. ¿Se puede llegar a un acuerdo parcial con alguien que ha declarado numerosas veces que lo quiere todo? ¿Servirá realmente de algo más allá de dar tiempo a un golpeadísimo ejército ruso a rearmarse? Desde el punto de vista moral, obligar a Kiev a tragar con una paz formada a cambio de determinados caramelitos, como el apoyo a su integración en la Unión Europea —algo que más o menos también se ha venido a insinuar en esta visita— parece cruel y abyecto. Obligar al débil a rendirse siempre tiene un punto como mínimo antipático.
Aquí no hay Lord Chamberlains
El principal argumento que se repite contra lo que podríamos llamar "doctrina Macron", calcada en esencia a lo que el propio Henry Kissinger dijo el mes pasado en Davos y le costó un rapapolvo descomunal por parte de Zelenski, es que negociar con Putin ahora sería como negociar con Hitler en la II Guerra Mundial. Es una comparación potente, pero muy inexacta. Hitler no puede ser la medida de todos los acontecimientos históricos europeos y no hay modo de ver cómo se asemejan ambas situaciones más allá de la obviedad de que tanto el líder ruso como el líder nazi son un peligro para el continente.
Los que mantienen este argumento, normalmente desde la mejor de las intenciones, obvian varias cuestiones: la principal, ¿con qué momento de la II Guerra Mundial se está haciendo la comparación? Lo normal sería pensar en los años previos: en marzo de 1938, cuando Alemania se anexionó Austria sin que el resto de potencias pestañearan o en octubre de ese mismo año, cuando Hitler ocupó los Sudetes, recibiendo a cambio solo una amonestación pública de la Liga de las Naciones.
Hitler no puede ser la medida de todos los acontecimientos históricos europeos
Ahora bien, ese no ha sido el caso con Putin. No esta vez, desde luego. Europa y Occidente en general han aprendido de los errores de 2014, cuando se quedaron de brazos cruzados ante la ocupación de Crimea y buena parte de Lugansk y Donetsk. Pronto se cumplirán cuatro meses del intento de invasión de Ucrania y la respuesta fue inmediata: Occidente detectó la amenaza, la combatió, impuso sanciones, mandó armas, permitió la organización de brigadas internacionales, presionó a los socios de Rusia e hizo prácticamente todo lo posible para detener militarmente a Putin sin cruzar determinados límites que nos habrían llevado a una guerra nuclear.
Ni Macron ni Kissinger son Lord Chamberlain. El premier británico fue a Munich para dejar en la estacada a buena parte de Europa Central a cambio de una supuesta tranquilidad para los países occidentales, empezando por la propia Inglaterra. Aquí, todos nos hemos volcado no ya con buenas palabras sino con actos, con muchísimo dinero y con arsenales de armas. Si Ucrania sigue siendo capaz de combatir y detener los intentos rusos de avanzar hacia el oeste es por el enorme heroísmo de sus tropas, por la inteligencia de sus mandos… y por la formación y los equipos que han recibido de las distintas potencias occidentales.
Sangre, sudor, lágrimas… y estrategia
Puede, con todo, que la comparación se refiera más bien a 1941, antes de la intervención estadounidense en el conflicto, cuando Hitler dominaba toda Europa excepto Gran Bretaña y se lanzaba precisamente a la ocupación de Rusia. Ahí, Winston Churchill pudo haber elegido negociar y rendirse… y eligió resistir con "sangre, sudor y lágrimas". Pero no estamos en esa situación. El ejército ruso no ha conseguido nada… o prácticamente nada. Lo único que podría haber negociado Churchill en 1941 era cómo y cuándo rendirse. Los términos de su capitulación, punto.
No se puede comparar con la situación actual. Rusia ha perdido más de 20.000 soldados en menos de cuatro meses. Como dijo este miércoles el general Milley, se calcula que en torno al 20-30% de sus tanques están fuera de combate. Depende en exceso de las milicias del Donetsk y Lugansk cuando las primeras afirman haber perdido ya a la mitad de sus hombres. No se sabe durante cuánto tiempo va a poder seguir pagando mercenarios teniendo en cuenta que pronto su situación económica se complicará enormemente. Rusia tiene motivos para contemplar un acuerdo que no sea una rendición del enemigo. Si no los tuviera, si fuera imposible llegar a ese término medio aceptable para todos, entonces habría que seguir luchando, por supuesto.
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Volviendo a la II Guerra Mundial, lo que tampoco se puede esperar es que esta guerra acabe con una rendición incondicional del ejército ruso. Las superpotencias nucleares no pierden guerras. Puede que no las ganen, pero no las pierden, no se lo pueden permitir. No estamos en 1938 ni estamos en 1941 ni estamos en 1945. Solo la OTAN podría echar a Rusia de Ucrania, pero volvemos a uno de los primeros puntos: eso supone una guerra nuclear. Nadie va a arriesgarse a eso para defender a Ucrania. Para defender una parte muy determinada del territorio ucraniano, de hecho.
Concebir un futuro con garantías
Si Zelenski tuviera la garantía de que el dinero y las armas de Occidente van a llegar y llegar durante meses y años sin pausa, podría soñar con una guerra igualada y larga. Pero no va a ser así. Seguro que Scholz, Draghi y Macron se lo han dejado claro. Tarde o temprano, en un contexto de alta inflación y de posible recesión económica, Occidente detendrá el flujo. Exigirá una paz. No podrá sostener esa ayuda constante. El asunto para Zelenski es si quiere esperar a ese momento con el riesgo de que llegue de repente y provoque un cataclismo en su ejército o si quiere ir preparando su diplomacia para acuerdos viables.
Lo que sí pueden hacer tanto la OTAN como la Unión Europea es ofrecer un paraguas para "la próxima vez". Porque todos sabemos que habrá una próxima vez y precisamente por eso ninguno somos Chamberlain.
Pero si la próxima vez le pilla a Ucrania en la Unión Europea y con algún tipo de acuerdo preferente con la OTAN, bien armada, bien protegida y con sus fronteras defendidas con uñas y dientes, lo mismo a Putin —o a quien le suceda— se le pasa la ansiedad y decide que mejor seguir como hasta ahora, que tampoco le iba tan mal a su país. Negociar desde la debilidad, nunca. Negociar para conseguir revertir esa debilidad en el futuro sí parece una idea interesante y a la que uno no puede negarse tirando de comparaciones demasiado manidas.
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