Lo que se ha vivido este miércoles en el Número 10 de Downing Street podría haber sido una fiesta. Ha sido, en cambio, una suerte de batalla campal entre quienes piden la cabeza de Boris Johnson y aquellos dispuestos a defender a su primer ministro hasta las últimas consecuencias.
Era primera hora de la tarde cuando varios miembros del Partido Conservador británico han comenzado a llegar a las oficinas gubernamentales para transmitir al premier un mensaje claro y rotundo: que ya es hora de dimitir. Incluso sir Graham Brady, presidente del Comité de 1922 y encargado de comunicar al Gobierno el estado de ánimo del partido, ha tenido que hacer cola para ver a Johnson. A estas horas, ninguno ha conseguido su objetivo.
La escena recordaba a la noche del 21 de noviembre de 1990, cuando Margaret Thatcher se reunió con los miembros de su Gobierno para preguntarles uno a uno si podía contar con su apoyo en la segunda vuelta de la contienda por el liderazgo del partido conservador. Su tiempo había acabado, le dijeron, y al día siguiente la Dama de Hierro dimitió.
Seis meses antes había superado una moción de confianza de su partido y días antes, su vice primer ministro, Geoffrey Howe, se retiraba. Lo hacía, además, con un dramático discurso donde atacaba a su jefa por su postura euroescéptica. "Es como enviar a tu bateador a la línea para que descubra, justo antes de jugar la primera pelota, de que sus bates los ha roto el capitán del equipo", señaló.
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Thatcher había avisado de que iba a "luchar, luchar hasta ganar", pero acabó tirando la toalla tras ver cómo sus compañeros la apuñalaban políticamente. De frente, eso sí.
En este mismo punto se encuentra ahora Johnson, en la cuerda floja después de que el martes dos altos cargos del Gobierno anunciaran su dimisión. Primero fue el ministro de Finanzas, Rishi Sunak y, luego, el responsable de Sanidad, Sajid Javid.
En las últimas 24 horas 26 miembros del Ejecutivo han anunciado su dimisión
Ambos tomaron la decisión después de que saliese a la luz el engaño sobre el escándalo sexual del diputado Chris Pincher. O lo que es lo mismo: que el primer ministro sabía de las acusaciones de abuso contra ese diputado en concreto antes de nombrar responsables de disciplina del Partido Conservador y que por lo tanto había mentido.
Mentiras como las que también profirió sobre el partygate, esas fiestas ilegales que Johnson aseguraba desconocer hasta que la filtración de varias fotos y vídeos le situaron en el lugar de los hechos. Pero si ya entonces Johnson rechazó tirar la toalla, ¿por qué iba a cambiar de opinión ahora, después de haber salido victorioso de una moción de censura con 211 votos a favor y 148 en contra?
Avalancha de dimisiones
La crisis política de los últimos días, en los que ha habido un incesante goteo de dimisiones -38 en total y 26 en las últimas 24 horas- apuntalaban la teoría de que era el fin del primer ministro. Sobre todo porque eran nombres como el de Victoria Atkins, secretaria de Estado de Justicia británica, Jo Churchill, ministra de Medio Ambiente, o Will Quince, responsable de Infancia y Familias, los que engrosaban la lista de desertores.
Pero si algo ha demostrado Johnson es que es capaz de resistir cualquier envite, aunque proceda de su propio partido. ¿Su técnica? Seguir adelante como si nada hubiera pasado. Por eso no es de extrañar que, mientras los diputados se aglomeraban ayer en el número 10, la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon recibiese una carta de Johnson negándole celebrar un nuevo referéndum de independencia en la región, según anunciaba ella misma Twitter.
¿Qué va a pasar ahora?
Lo cierto es que Johnson ya había avisado de que no se iba a ir. El mismo miércoles, durante una tensa sesión de control en la Cámara de los Comunes en la que los abucheos procedían tanto de compañeros como de opositores, respondió que iba a "aguantar" en el cargo porque "hay que mantener los compromisos".
Unos compromisos que no ha dudado en detallar: la guerra en Ucrania, la inflación y el acuerdo alcanzado en la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid la semana pasada. Sus interlocutores, que le acusaban de "mal liderazgo", parecían, cuando menos, perplejos ante las evasivas de un ministro a punto de ser defenestrado.
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Quizá por eso muchos decidieron hablar cara a cara con el primer ministro. Incluso la polémica ministra de Interior, Priti Patel, una de las más fieles seguidoras de Johnson, parece haberse sumado al grupo de rebeldes al considerar que no puede continuar en el cargo ante el vacío del Ejecutivo, según aseguran medios locales como el Times o The Guardian.
Ahora bien, Johnson está lejos de estar a salvo. Aunque en teoría no puede someterse a otra moción de confianza hasta dentro de un año, el Partido Conservador todavía tiene cartas que jugar. De hecho, el Comité 1922 puede cambiar las reglas para celebrar otra votación en los próximos días o esperar a que la próxima semana se elijan nuevos miembros para el ejecutivo que, previsiblemente, serán contrarios al liderazgo del premier actual.