Abe Shinzo apenas se elevaba centímetros por encima de sus oyentes. En un mitin televisado en la ciudad de Nara, una ciudad al este de Osaka conocida por sus ciervos y templos, el que fuera el primer ministro más longevo de la historia de Japón hacía campaña por su partido (PLD) sobre un pequeño podio, junto a una estación de tren y ante varias decenas de personas, sin apenas seguridad. Uno de los asistentes, el exmilitar de 41 años Tetsuya Yamagami, le disparó a bocajarro una bala que no encontró carne. La segunda alcanzó el pecho y el cuello de Abe, que cayó al suelo.
El atacante fue detenido al momento. El fallecimiento del atacado fue declarado apenas unas horas después.
El máximo responsable político nipón hasta 2020 no estaba entre grandes multitudes; sino a pie de calle, como gusta en un país en el que las campañas se caracterizan por sus tablones asignados para carteles electorales y candidatos subidos en una caravana, o en un simple escalón, compartiendo su programa cerca de una estación de tren.
No son frecuentes ni exhaustivas las medidas de seguridad para actos de este tipo en uno de los países con menor violencia armada del mundo. Como ya ocurriera con el atentado con gas sarín de la secta Verdad Suprema en el Metro de Tokio de 1995, el magnicidio puede abrir un pequeño resquebrajo en la confianza social.
En 2021, solo se contabilizaron 10 tiroteos en el archipiélago: ocho de ellos relacionados con la yakuza, con un saldo total de una muerte y cuatro heridos. Ahora, el asesinato —ejecutado con un arma casera, hecha a mano, en un país en el que están fuertemente controladas— coloca a la sociedad nipona ante los fantasmas de la violencia política del pasado y el trauma de afrontar que algo así también puede ocurrir allí.
"Nunca oyes sobre violencia armada aquí. En televisión, oyes sobre ello todo el tiempo en los Estados Unidos, pero no aquí", ha afirmado en declaraciones a The New York Times la nipona Ayane Kubota, de 37 años, que volvía a casa del trabajo mientras leía noticias de la muerte de Abe en el teléfono: "Esto es muy poco japonés".
Por su parte, Erika Inoue, una diseñadora de 25 años, decía a ese mismo periódico que la tragedia parecía más propia de un guión de Hollywood que la de la vida real nipona: "Es confuso. ¿Hay pistolas? ¿En Japón?", se preguntaba.
Desde la perspectiva del especialista en estructuras de poder e ideología niponas Enrique Mora, el asesinato de un personaje tan relevante puede suponer un punto de inflexión en "cómo se hace política" en Japón. Las fuerzas de seguridad ya han anunciado que van a revisar la seguridad para actos de este tipo.
"Vamos a tener que esperar días y semanas para ver lo que va a pasar. Va a afectar mucho a la campaña y puede cambiar las dinámicas de los mitines en Japón, que eran muy cercanos", argumenta Mora, que resalta que el espacio de estos actos políticos "se intuía siempre seguro".
El actual primer ministro de Japón, Kishida Fumio, también ha hecho hincapié en las posibles consecuencias políticas que pudiera tener el asesinato del que ha definido como un "buen amigo": "Es absolutamente imperdonable que un crimen tan condenable fuera cometido contra él en mitad de unas elecciones, la fundación de la democracia", ha expresado en una intervención en la que dijo estar sin palabras. Kishida entró en el Parlamento al mismo tiempo que Abe, con el que compartía partido, y fue su ministro de Exteriores durante cinco años.
El actual dirigente nipón ha abogado por "proteger" unas elecciones "libras y justas" este próximo domingo y "no ceder a la violencia". "Espero que el pueblo de Japón piense y trabaje duro para proteger su democracia", ha sentenciado. La ley no ofrece ningún margen para el aplazamiento de los comicios de este domingo a la Cámara Alta, que seguirán adelante; eso sí, marcados a fuego ya por el asesinato.
"Shinzo Abe había prometido y luchado mucho por algunas cuestiones que a los colectivos ultranacionalistas le convenían mucho y por eso se le asociaba con la línea más dura del PLD, pero que no llegase a conseguir en su mandato que esas propuestas se hicieran realidad puede ser que haya dejado a ciertos sectores con la miel en los labios", analiza Enrique Mora, que anima a ser precavidos y esperar más información sobre la motivación del atacante.
Según dijeron fuentes policiales a los medios locales, el presunto asesino dijo estar "insatisfecho" con Abe pese a que compartiesen algunas ideas, por lo que decidió matarlo. Posteriormente, las fuerzas de seguridad compartieron que el detenido había dicho que tenía resentimiento a cierto grupo al que el ex primer ministro pertenecía. No ha trascendido todavía a cuál se refería en concreto y sus declaraciones hasta el momento resultan erráticas, por lo queda todavía en el aire si la motivación es política.
Precedentes
"Esa idea que podemos tener actualmente de que Japón no ha tenido una historia de violencia política es totalmente falsa, y sigue la dinámica de idealización del país", afirma en conversación con EL ESPAÑOL el investigador en Estudios Japoneses Enrique Mora, que considera que "no se puede entender la historia japonesa sin entender la violencia política".
Como recuerda Efe en una cronología, el propio Abe ya recibió un ataque durante su mandato, en abril de 2015, cuando un hombre fue arrestado por enviar un dron con material radioactivo al tejado de la residencia del entonces primer ministro en Tokio en protesta por la reactivación de las centrales nucleares. En 2007, el alcalde de Nagasaki, Itō Itchō, fue asesinado por un miembro de la yakuza con dos disparos por la espalda frente a su oficina de campaña y en 2006, el exsecretario general del gobernante Partido Liberal Democrático (PLD), Katō Kōichi, vio como una sus casas y oficina fueron quemadas en el 61º aniversario de la rendición de Japón en la II Guerra Mundial.
Además de la violencia relacionada con el crimen organizado, el fino hilo que une varios de estos episodios es el de los grupúsculos ultranacionalistas que siguen existiendo en un Japón con una relación todavía conflictiva con su pasado militarista, que culminó con su derrota en la II Guerra Mundial.
En la última década del siglo XX, también fueron varios los ataques con armas de fuego por parte de individuos de ultraderecha o con relación militar contra el alcalde de Nagasaki en enero 1990, el ex ministro de Trabajo en octubre de 1990 y el vicepresidente del PLD en 1992. Hasta este viernes, el atentado político más sonado del Japón era el del dirigente del Partido Socialista japonés, Inejiro Asanuma, durante un debate político televisado en octubre de 1960. Le mató a puñaladas un joven de 17 años ultranacionalista de derechas.
Al japonólogo Florentino Rodao, la tragedia de este viernes le ha recordado a los comunes asesinatos de altos cargos políticos, incluidos primeros ministros, en el declive del parlamentarismo nipón previo a la II Guerra Mundial por parte de militares contrarios a los designios políticos. "La gran diferencia es que entonces había un apoyo impresionante de la población y ahora obviamente no", plantea.
Desde su perspectiva, ya en el atentado con gas sarín del 1995 se dio un estado nacional de incredulidad, "¿cómo voy a tener que dejar de confiar en la gente?", lo que se tradujo en una intensa persecución a los autores. Ahora, su predicción es que la sociedad nipona echará todas las culpas sobre los hombros del ejecutor. "No creo que cambien otras cosas, lo veo tan difícil...", concluye.
Por lo pronto, cerca de la estación de tren donde dispararon a Abe ha aparecido un altar improvisado tras la noticia de su muerte, con flores, piezas de sandía, dulces y botellas de zumo. El magnicidio fue anunciado también por la megafonía del partido de béisbol entre los Yomiuri Giants y los Yokohama DeNA BayStars, donde hubo gritos y exclamaciones desde la grada. Luego, la multitud enmudeció y guardó unos respetuosos 30 segundos de silencio.