Mucho ha cambiado desde la guerra del Donbás de 2014 en las regiones de mayoría prorrusa del país. Si entonces era Járkov una de las ciudades más activas en sus protestas contra la revolución del Euromaidan, con continuas movilizaciones y milicianos prorrusos, próximos al gobierno del expresidente Viktor Janukovich, patrullando las calles, ocho años después es un símbolo de la resistencia: Rusia intentó su toma durante los primeros días de marzo, llegó a rodearla casi por completo, pero la ciudad se mantuvo erguida y fiel al gobierno de Volodimir Zelenski, estatus que no ha perdido desde entonces.
Situaciones similares se han vivido en otras partes del país. Odesa, por ejemplo, fue otro de los núcleos de contestación prorrusa, y ahora los ciudadanos colocan sacos en la costa para protegerse de los ataques del Kremlin. Algo parecido sucede en Zaporiyia. O en Mikolaiv. Ciudades que Putin daba por hecho que caerían inmediatamente en connivencia con los ocupantes, como sí sucedió en Jersón, por ejemplo. La resistencia de Mariúpol era otra de esas cosas con las que los rusos no contaban en absoluto.
Mención aparte merece el Donbás. En abril de 2014, las milicias de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, habían llegado a ocupar prácticamente toda la zona, antes de que el ejército ucraniano iniciara una contraofensiva que acabó garantizando que al menos la mitad de esas regiones siguieran dependiendo de Kiev. Entre las ciudades que vivieron una administración prorrusa, dependiente en la práctica de Moscú, están las dos que ahora determinan el futuro de la guerra en su frente este: Kramatorsk y Sloviansk.
Los tres meses de administración separatista
En abril de 2014, ante la disyuntiva de mantenerse fiel a Kiev o de seguir un camino distinto de la mano de Rusia, las autoridades de estas dos ciudades decidieron establecer administraciones vinculadas a la RPD, negando su dependencia del nuevo gobierno interino favorable a las negociaciones con la Unión Europea. No fue cuestión de días. Para poner en perspectiva lo que está sucediendo estos meses, cabe decir que el propio ejército ucraniano tardó tres meses (hasta principios de julio) en llegar a Sloviansk, deponer sus administraciones rebeldes y restaurar el orden establecido. Kramatorsk había resistido menos tiempo, apenas unas semanas.
Desde entonces, y sobre todo a raíz de la firma en septiembre de aquel año del protocolo de Minsk, por el cual ambas ciudades quedaban bajo el control ucraniano, no se ha vuelto a repetir insurrección alguna… aunque los habitantes de Sloviansk han dejado siempre claras sus prioridades: en 2014, apenas 5.000 pudieron votar, pues las elecciones presidenciales se celebraron aún en plena ocupación prorrusa; en 2019, ya dentro de una relativa normalidad, hasta el 75% de los electores prefirió la opción de Zelenski, considerado en el Donbás lo más parecido a un prorruso (Zelenski nació en Krivoi Rog, dentro de la región de Dnipropetrovsk, donde el ruso es la lengua mayoritaria).
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No deja de ser curioso que una de las ciudades que inició la guerra en 2014 pueda ser el gran muro de contención del ejército ruso en 2022. Curioso y, hasta cierto punto, peligroso. Esta misma semana, el New York Times publicaba un reportaje muy interesante en el que se intentaba pulsar la opinión de los habitantes de Sloviansk. Hay que tener en cuenta, para empezar, que se calcula que solo quedan 23.000 de los 100.000 residentes habituales. También es importante resaltar que llevan meses bajo bombardeos constantes y que la amenaza de lo que viene no es precisamente alentadora.
La idea que sobrevolaba todo el artículo era que, llegado el momento, la población de Sloviansk no tendría tampoco grandes problemas para convivir de nuevo bajo una administración prorrusa. “Por lo menos, habría estabilidad”, dice una de las entrevistadas, harta de que su hogar se haya convertido en una pieza de ajedrez. En la defensa de cualquier territorio, y mucho más de un territorio urbano, la resistencia interior es clave. La ciudad tiene que hacer piña para derrotar al enemigo y, sobre todo, para impedir el sabotaje y la ayuda al ejército invasor.
El carisma de Zelenski y el error de Kramatorsk
Esa es la duda que tiene Kiev ahora mismo con Sloviansk y, en menor medida, con Kramatorsk. Insistimos en que la popularidad de Zelenski en la zona no ha sido bien calculada por los líderes rusos, que creían que el cómico era tan odiado como Poroshenko o Timoshenko. No lo era. Esa fidelidad personal, cultivada por el presidente en sus múltiples visitas al frente, hace que territorios que podrían ser hostiles al ejército ucraniano y que han colaborado en el pasado con las milicias prorrusas se hayan entregado a la causa de la soberanía nacional.
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Con todo, Sloviansk es Sloviansk. No cabe descartar un elevado quintacolumnismo que vaya más allá del “queremos estabilidad”. Sabemos de actos de traición en otras localidades, sobre todo en el sur, que al final se han mostrado decisivos a la hora de la conquista rusa de esos enclaves. El hecho de que en estos cuatro meses y medio de guerra no haya habido amago alguno de insurrección invita a pensar que no la habrá en el futuro, pero ¿luchará Sloviansk por Ucrania como se ha luchado en otros lugares? El ejemplo de Mariúpol o de la propia Odesa nos invita a pensar que sí. El de Jersón nos deja algunas dudas…Y tener dudas es precisamente lo último que puede permitirse Ucrania ahora mismo.
Sabemos que la idea de Rusia es atacar desde los cuatro puntos cardinales y envolver por completo la ciudad como envolvieron Popasna o Limán o Zolote o las propias Sievierodonetsk y Lisichansk. Las tropas que defienden la ciudad tienen que garantizarse una vía de retirada si las cosas se complican, presumiblemente hacia el oeste. Es decisivo que cada movimiento quede fuera del alcance de la inteligencia enemiga, que, sin duda, cuenta con que parte de la población colabore de alguna manera con ellos.
Tal vez sea una asunción muy arriesgada. Algo se rompió en el sentimiento prorruso de la región de Donetsk cuando Rusia bombardeó la estación de Kramatorsk en abril y mató a sesenta personas, incluidos varios niños. Fue una infamia moral y un enorme error estratégico. Estaban bombardeando a sus posibles aliados. Eso no se perdona en tres meses y es, ahora mismo, la gran baza que puede jugar el gobierno de Kiev a la hora de movilizar a una población cansada y desmoralizada. Una baza poderosísima, por otro lado, que habrá que saber jugar si Kiev pretende resistir en territorio comanche.
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