Establecida su superioridad militar -probablemente, mayor incluso de la que imaginamos-, Ucrania se encuentra ahora ante el gran reto a la hora de continuar la ofensiva en la parte sur del país: cruzar el río Dniéper y tomar la orilla derecha, donde esperan los regimientos rusos retirados de Jersón. En principio, cruzar un río bajo fuego enemigo en condiciones de igualdad de medios es una tarea casi imposible. Lo que está por ver es que esas condiciones de igualdad se estén dando… y, en consecuencia, que Rusia pueda cubrir todo el largo del río para evitar el paso de las tropas ucranianas.
Como sabemos, la ciudad de Jersón, al estilo de Estambul o la propia Kiev, es un entramado de puentes, la mayoría derruidos. Hasta la capital se puede llegar por el flanco izquierdo de la orilla, pero el objetivo de la retirada rusa era que el río les sirviera de protección natural para mantener sus escasos territorios aún ocupados en el flanco derecho y cuya principal, casi única, función es servir de espacio de contención para la defensa de Crimea.
Porque, al fin y al cabo, lo que está en juego ahora mismo es eso: Crimea. El pasado fin de semana, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, dejaba claro que la península no solo era su objetivo, sino que estaba convencido de que pronto las banderas de su país, "escondidas durante ocho años", volverían a ondear en las calles como estaban ondeando en Jersón tras ocho meses de ocupación rusa. Si su ejército consigue cruzar el Dniéper, no será para recuperar unos pocos kilómetros -Jersón está a ciento treinta por carretera de la frontera- sino para ir a por el gran premio y volver a las fronteras de 2014.
[Borrell cifra en 8.000 millones la ayuda militar de la UE a Ucrania, el 45% de Estados Unidos]
Todo esto, Rusia lo sabe, pero no sabe qué hacer para evitarlo. Las apelaciones continuas a los "procesos de negociación" se solapan con las amenazas de apocalipsis nuclear sin solución de continuidad. No parece que haya alguien al mando con conciencia de la situación y un plan al respecto más allá de seguir amontonando tropas mal equipadas, completamente desmotivadas y que no pueden combatir contra un ejército que, al fin y al cabo, lucha por la libertad de sus familias.
Rodeando la "línea Maginot" rusa
El Kremlin, o lo que quede del poder ejecutivo en el Kremlin, intuye que puede salvar Crimea en unas negociaciones a cambio de ceder el resto de territorio conquistado desde el 24 de febrero. Tal vez, alguien se lo haya insinuado porque a la comunidad internacional le va mucho en una paz cercana. Otra cosa es que Zelenski vaya a quedarse a las puertas del gran logro teniendo la posibilidad real de entrar hasta Sebastopol. Queda, como decíamos, el reto del Dniéper, pero da la sensación de que Rusia ha vuelto a plantear mal la defensa, es decir, que ha querido estabilizar un frente sin llegar a controlar sus flancos.
Llevamos semanas oyendo hablar de los quince kilómetros de "línea Maginot" que Rusia está construyendo al este del río a la altura de Jersón. La idea es impedir el cruce de las tropas ucranianas a esa altura del río, pero no parece que nadie haya caído en la cuenta de que el camino recto no es el único posible en un ataque. Como los rusos no lo entendieron en su momento, no entienden que ahora Ucrania pueda plantear opciones a un ataque frontal que, efectivamente, tendría algo de suicida.
Ahora bien, aparte de coger y cruzar por las bravas el ancho del Dniéper -un kilómetro aproximadamente- en la zona donde esperan los rusos, Ucrania tiene al menos dos opciones: hacerlo por Zaporiyia, llegando a Kaliivka y de ahí a Melitopol. Eso partiría en dos la defensa rusa y dejaría a distancia de HIMARS tanto Crimea como Mariúpol como el frente estable que Surovikin pretende montar en Jersón. En principio, parece la opción más atrevida, pero también la más efectiva.
La otra, mucho menos peligrosa pero igual de efectista, es entrar por la península de Kinburn, que es exactamente lo que ha hecho el ejército ucraniano entre el domingo y el lunes. Las imágenes de centenares de lanchas cruzando tranquilamente la desembocadura del río sin oposición alguna para entrar en territorio supuestamente controlado por Rusia son las imágenes de un nuevo desastre, casi una burla pública para los que se suponía que se habían retirado para mejorar su defensa.
La incógnita de Nova Kajovka
Porque el caso es que tomar la península de Kinburn, desde el punto de vista militar, sirve para muy poco o nada. Es un terreno boscoso, en muchas áreas calcinado por los efectos de la guerra, por donde no se puede avanzar con garantías hacia el este. Ahora bien, el mensaje es clarísimo: si Rusia no puede proteger su retirada, Ucrania no va a pararse en Jersón, sino que va a seguir bajando y bajando por donde buenamente pueda.
Aunque en las últimas horas se ha especulado con un ataque ruso en el frente de Donetsk, el problema es que no hay un solo mando que centralice todas las estrategias: Eugeni Prigozhin y su Grupo Wagner siguen atacando Bakhmut sin éxito alguno y sin que nadie acierte a entender la razón del desempeño. Kadyrov y sus chechenos forman un ejército aparte, y las tropas de Surovikin presentan demasiada variedad: veteranos de la guerra del Donbás, militares de la primera ola y movilizados de la segunda, en su mayoría civiles sin experiencia alguna en conflictos bélicos.
Hasta tal punto llega el caos, que puede que Ucrania ni siquiera necesite envolver a las tropas rusas en el sur para seguir avanzando. Los rumores que llegan de Nova Kajovka, en ese sentido, son confusos. Situada en la parte este de Jersón, esta ciudad alberga la central hidroeléctrica que ya fuera destruida por los soviéticos en 1941 en plena huida del avance nazi. Hay quien asegura que los rusos habrían hecho lo propio ochenta años después, pero también se oye que la ciudad está a punto de ser tomada.
Como dijo este mismo lunes Josep Borrell, Rusia aún tiene la capacidad de mermar la infraestructura energética ucraniana y la posible voladura de la presa y la central sería un buen ejemplo. Ahora bien, si Ucrania ya ha conseguido cruzar el Dniéper por ahí, setenta y dos horas después de la toma de Jersón, Rusia puede dar por perdida a corto plazo la orilla del río. Solo le quedaría centrar los esfuerzos militares y diplomáticos en intentar no perder Crimea. Sea como fuere, parece que la batalla por la península ya ha empezado, por larga que se pueda acabar haciendo.