Los ucranianos recurren a calderas portátiles para no morir de frío: "No me voy de aquí, esta es mi tierra"
En lugares donde se alcanzan los 20 grados bajo cero, miles de ucranianos afrontan los próximos meses con ingenio y solidaridad para no morir de frío.
20 noviembre, 2022 02:23Con un cielo plomizo sobre nuestras cabezas anunciando las primeras nieves y mirando al suelo para "no pisar nada que no sea asfalto, ningún bache, ningún trozo donde la hierba no permita ver lo que hay debajo" entramos en Tsupivka.
Entramos caminando, los coches se quedan al otro lado del puente, que está bombardeado. Aunque han reparado con tablones de madera un trozo, lo suficientemente ancho como para que pase un vehículo, se corta la respiración cada vez que alguno lo atraviesa y los tablones bailan estrepitosamente. Pero el puente no es el único problema.
Las tropas rusas han minado todas las poblaciones que han tenido ocupadas en Ucrania durante la guerra. Incluida Tsupivka. El día anterior a nuestra llegada murieron dos personas en este mismo lugar. Viajaban en coche y tal vez se acercaron demasiado a la cuneta. "Los rusos minan en diagonal" me aclara Victoria Onoprienko, la funcionaria del Ayuntamiento que nos acompaña, mientras señala con el dedo varios boquetes de la carretera que estamos atravesando.
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Tsupivka está al norte de Járkov –en una región completamente arrasada por los bombardeos– a tan sólo 10 kilómetros de la frontera con Rusia. El constante fuego de artillería que salía desde allí ha reventado centros médicos, escuelas, iglesias, estaciones de tren. Prácticamente no queda una casa sana en esta comarca, y las que no están para demoler no tienen electricidad, ni agua corriente, ni calefacción.
En Tsupivka, la tristeza y los escombros han sustituido a las flores y las verduras de cuyo cultivo vivía la localidad. Por eso, de los 1.000 habitantes que moraban aquí, hoy sólo quedan 30. Algunos no tienen otro sitio a dónde ir, otros simplemente no quieren abandonar su hogar, como Sasha, que a sus 62 años asegura que "esta es mi tierra, estoy bien aquí. En la ciudad sería un parásito, sin nada que hacer".
Sasha se jubiló hace dos años, y esperaba poder descansar, cultivar su huerto y estar tranquilo después de dedicar su vida a la escuela del pueblo. La invasión rusa ha cambiado sus planes. "Era el jefe de mantenimiento del colegio, toda una vida trabajando allí". El colegio, como casi todo en Tsupivka, también está bombardeado.
Sasha y su esposa tienen intención de pasar el invierno aquí, pese a todo. Pese a las minas antipersona y anticarro que están sembradas por todas partes, pese a tener que sacar agua de un pozo, y pese a no tener calefacción en un lugar donde se alcanzan los 20 grados bajo cero en los momentos más crudos del invierno.
Ucranianos curtidos
Como todos los hombres de su edad, nacidos cuando Ucrania pertenecía a Unión Soviética, Sasha ha superado muchas penurias a lo largo de su vida. Las dificultades de crecer en esta parte del mundo durante la Guerra Fría y las consecuencias de la caída del Muro, que trajo consigo una crisis desgarradora –en la década de los noventa– lo han curtido. Sasha es un tipo duro, resiliente. Pero el frío no distingue entre ancianos duros y otros que no lo son tanto.
Por eso desde el Ayuntamiento de Dergachi, del que depende esta comarca, tienen un exhaustivo censo de las personas que no han querido ser evacuadas después de liberar sus pueblos. Quiénes son, dónde viven, si necesitan medicamentos, comida... o calor para resistir el invierno.
A los ucranianos no les ha cogido por sorpresa el frío. Desde antes del verano ya pensaban en el invierno, en cómo resistir con las infraestructuras energéticas bombardeadas. Desde el Ayuntamiento de Dergachi también se anticiparon y buscaron proveedores de calderas portátiles, que funcionaran con combustible sólido –leña– y se pudieran fabricar a tiempo.
En su búsqueda encontraron a Mission Kharkiv, una ONG fundada por un español de origen ucraniano que se dedica a distribuir medicamentos –puerta a puerta– para enfermos crónicos y oncológicos en mitad de la guerra. Durante estos repartos de medicamentos, ellos también se dieron cuenta de que el frío iba a ser más mortífero que las bombas en los pueblos donde no va a haber calefacción este invierno.
Voluntarios y solidaridad
Pensaron soluciones y decidieron que iban a fabricar calderas. Antes del verano buscaron financiación y consiguieron 20.000 dólares del fondo alemán Care y de International Renaissance Fondation –la ONG de George Soros–. Con ese dinero empezaron la producción en un almacén de Járkov. “Es un diseño soviético muy básico, pero que funciona muy bien, y está en recursos abiertos en Internet”, aclara Rostislav Fillipenko, el fundador de Mission Kharkiv.
“Cada caldera requiere de 100 kilos de hierro, que está más caro que en España, por cierto”, continúa Fillipenko. De momento han fabricado 50 unidades, que entregan en pueblos como Tsupivka, en los hogares que los ayuntamientos tienen registrados como “Vulnerables o desplazados por la guerra”.
Morir de Frío en el siglo XXI
“Estamos buscando más financiación, podemos fabricar otras 160 calderas antes de que lleguen las temperaturas extremas si conseguimos recursos”, asegura. “Pero cada vez es más difícil conseguir donaciones, la gente se ha cansado de la guerra en Ucrania justo cuando más ayuda se necesita”. Aceptan mecenas de cualquier parte del mundo, por cierto, a través de PayPal: sh.rostimail.com
Antes de despedirme del infatigable Sasha le pregunto si no tiene miedo de pasar aquí el invierno, sin luz, sin médico, cuando la nieve lo cubra todo con medio metro de espesor. “Ni miedo, ni hostias”, exclama en ruso, arrancando las carcajadas de todos los presentes. Aunque después reconoce que le preocupan las minas.
Le pregunto también cómo va a sobrevivir con todas las tiendas de Tsupivka cerradas y sin electricidad para almacenar comida en el congelador. “Los voluntarios me traen comida, y tengo reservas de patatas y algunas cosas más”, asegura. Rostislav le ayuda a cargar dos de las calderas en el remolque de su pequeño tractor, una para él y otra para sus vecinos, y le despedimos junto al puente bombardeado y parcheado con tablones.
Salgo de Tsupivka sonriendo. Es imposible no hacerlo después de haber conocido a Sasha. Pero pienso en lo duros que van a ser los próximos meses aquí, en mitad de una guerra que a día de hoy sigue siendo impredecible. Y me parece que estoy en otro siglo.
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En este siglo, donde respondemos las llamadas con un reloj inteligente o ponemos el termostato de casa usando una app en el móvil, es difícil encajar que en Europa puedan morir miles de personas de frío o hambre, sin electricidad, ni agua corriente, ni calefacción. Sin que la Comunidad Internacional haga nada que impida que el Kremlin siga bombardeando la infraestructura eléctrica y las calefacciones de Ucrania, con el objetivo de matar de frío a la población civil.