En diciembre de 1914, los soldados franceses, alemanes y británicos que combatían en la Gran Guerra llevaban ya cinco meses en las trincheras, con el barro por las rodillas y el frío instalado en el cuerpo. Los disparos resonaban en el frente día sí y día también, pero esa Nochebuena, la línea de combate dejó de ser un lugar hostil durante unas horas: aliados de un lado y del otro colgaron las armas espontáneamente en lo que se conoce como la Tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial.
Esa imagen, que ha pasado a los anales de la historia, no se repetirá este 2022. Tanto Rusia como Ucrania han descartado un alto al fuego para estas fiestas. Alexei Gromov, subjefe del principal mando operativo del Estado Mayor del Ejército ucraniano ha señalado este mismo viernes que "sólo habrá un completo cese cuando ni un solo ocupante permanezca en el territorio".
Previamente el Kremlin anunció a inicios de esta semana que no había recibido una propuesta para un alto al fuego y que era una posibilidad que ni siquiera estaba en la agenda del Gobierno. "La operación militar especial continúa", señaló Dimitri Peskov, el principal portavoz de la Presidencia rusa durante una rueda de prensa.
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Como muestra, Rusia lanzó el viernes una oleada de ataques con 60 misiles contra las infraestructuras energéticas de las principales ciudades ucranianas, entre ellas Kiev. Estos bombardeos han dejado al menos tres muertos, numerosos heridos y a más del 50% de la población del país sin agua, luz y sin servicio de metro.
Esta ofensiva con misiles, una de las más grandes desde que empezó la guerra, se enmarca dentro de la estrategia seguida por el ejército ruso en los últimos meses. En concreto desde que en octubre el Ministerio de Defensa de Rusia nombró al general ruso Sergei Surovikin nuevo comandante de las Fuerzas Armadas del país en Ucrania.
Y es que tras numerosos reveses militares en el campo de batalla, el ejército del Kremlin ha optado por apuntar directamente a la población civil y dejarla sin suministro energético de cara al invierno- El objetivo es, según apuntan expertos del Institute for the Study of War (ISW), obligar a los ucranianos a negociar en los términos de Rusia y, probablemente, hacer concesiones territoriales.
Línea defensiva
Así, el presidente ruso, Vladímir Putin, parece haber optado por relegar temporalmente a un segundo plano las ofensivas en el campo de batalla que, hoy por hoy, se concentran en Bakhmut, una ciudad del óblast de Donetsk prácticamente derruida con escasa importancia estratégica.
La puesta en marcha de esta táctica, justo cuando la temporada de frío promete ralentizar el conflicto, se debe, en parte, a que Rusia cuenta con poca capacidad ofensiva después de haberse retirado de regiones claves como Jersón. Sobre todo porque, según informes del ISW, el cuerpo de oficiales rusos sigue sufriendo grandes pérdidas en Ucrania.
En ese sentido, Moscú ha centrado todas sus fuerzas en reagrupar y reorganizar a su ejército para lanzar una nueva ofensiva a gran escala (Kiev incluida) para primavera de 2023. Paralelamente, las fuerzas rusas llevan semanas construyendo una extensa línea defensiva en el sur del río Dnipro para proteger la península de Crimea, anexionada ilegalmente en 2014. Sin embargo, las construcciones utilizadas para crear esa barrera podrían no cumplir con el objetivo de detener el avance de las tropas ucranianas.
Así lo sostiene el Ministerio de Defensa de Reino Unido en su último parte de guerra. "Las construcciones rusas siguen los planes militares tradicionales para el atrincheramiento, prácticamente sin cambios desde la Segunda Guerra Mundial. Es probable que tales construcciones sean vulnerables a los golpes indirectos de precisión modernos", detallan los servicios de inteligencia británicos.
En concreto, se refiere a que las fuerzas rusas están construyendo una zanja antivehículo, sistemas de trincheras y 'pirámides' antitanques de hormigón al este del óblast de Lugansk.