Uno puede imaginar que, de niño, Chris Hipkins era como el pequeño y bromista T.J. Detweiler, el más extrovertido y molón de los chicos que formaban La banda del patio. Y uno puede imaginárselo con la sospecha de que se acerca más al documental que a la ficción porque, ahora que Hipkins está a dos días de jurar el cargo como primer ministro de Nueva Zelanda, es como ver a un niño grande —o a un T.J. Detweiler de 44 años— sucediendo a Jacinda Adern.
A Hipkins le gusta, como a cualquier niño, salir de acampadas el fin de semana, vestir con lo primero que encuentra en el armario —lo importante siempre está fuera de casa, por eso la impaciencia— o hacer bromas cuando ningún adulto la prevé.
No obstante, como político demostró poseer la madurez de los mayores y una convicción a prueba de bombas (o de un bloqueo de los All Blacks). Ha sido ministro de Educación, de Servicio Público y, desde junio de 2022, lo era de Policía. Además, durante la pandemia se convirtió en uno de esos nombres que, como Fernando Simón en España, salía una decena de veces en las conversaciones que acompañan a cada comida.
Su popularidad se debió a que fue el ministro en quien se encomendó Adern para darle respuesta al covid. La estrategia de Hipkins define bien su carácter: cerró el país para contener el contagio y no abrió las fronteras hasta agosto del año pasado, cuando casi toda la población estaba vacunada, porque, ante los problemas, "soy decidido y franco".
Con las medidas que impulsó contra el covid le llovieron críticas de oponentes, teóricos de la conspiración y negacionistas de las vacunas. También obtuvo resultados muy positivos, con tasas récord de baja mortalidad, enfermedades graves y problemas económicos derivados.
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De hecho, hay quien cree que las constantes apariciones en los medios durante estos años pandémicos —Hipkins daba, junto a Adern, el parte diario— y la presión que tuvo que soportar le habrán ayudado a preparar su papel como primer ministro.
Carne de meme
T. J. Detweiler le caía bien a todo el mundo. De hecho, no había nada que soportase menos que caerle mal a alguien. A Hipkins —o "Chippy", como le apodan sus compatriotas por el aura optimista y colegial que desprende— le pasa un poco lo mismo: más allá de diferencias ideológicas, de él hablan bien hasta sus oponentes políticos. "Es un tipo sensato, simpático, duro y capaz", ha dicho la comentarista política Josie Pagani, conocida por ser crítica con el Gobierno.
Kiri Allan, ministro de Justicia que estaba en la carrera del Partido Laborista por ser elegido sustituto de Adern, consideró tras ser derrotado por Hipkins que "será un primer ministro decisivo, increíblemente fuerte". "Es extremadamente competente, con un historial de entrega para Nueva Zelanda como uno de nuestros ministros más importantes en los últimos seis años", zanjó.
"Espero que los neozelandeses me conozcan como alguien que está al frente, que no le importa admitir cuando ha cometido un error y que puede reírse de sí mismo", dijo a los periodistas después de ser seleccionado el domingo. Y añadió: "Ya era hora de que tuviéramos un pelirrojo en la cima".
Su aspecto ha sido tema recurrente de conversación la ciudadanía y pozo inagotable de artículos para la prensa. Tan peculiar es que Hipkins ha conseguido incluso que el color de su pelo sea de lo que menos se hable. El viernes de la semana pasada, dos días antes de ser respaldado formalmente para el cargo de primer ministro, atendió a los medios con las pintas de Woody Harrelson en Los blancos no la saben meter: con gorra de béisbol, sudadera deportiva, capucha y gafas de sol.
"Tal vez no tengo el mejor sentido de la moda del Parlamento", dijo Hipkins, a quien le sorprendieron las cámaras como si no fuese consciente de que es el hombre del momento en el país. No en vano, sus colegas del parlamento reconocen en Hipkins el sentido del humor, la rapidez para hacer bromas y su autocrítica. Cualidades, todas estas, que son muy bien valoradas por el pueblo neozelandés.
Sin embargo, hasta el anuncio de la semana pasada, el nombre de Chris Hipkins se había hecho viral por otros motivos. Durante una de sus intervenciones televisivas en tiempos de covid, recomendó a los ciudadanos salir a la calle y "abrir las piernas". Esta frase lo convirtió en protagonista de miles de memes y presagian un posible 'síndrome Rajoy' en su capacidad para generar contenido viral desde la presidencia. Hipkins, eso sí, demostró saber encajar las bromas: adoptó el eslogan de "abre las piernas, no el virus", para concienciar sobre el coronavirus.
Muy distinto a Adern
Jacinda Adern fue un terremoto en la política neozelandesa. Su liderazgo y capacidad natural para que su mera presencia fuese suficiente para apagar cualquier incendio, acallar cualquier cuchicheo, es posiblemente todo aquello por lo que se mata cualquier aspirante a político. Cualidades que no se compran ni se estudian en Ciencias Políticas. Cualidades por las que venderían un riñón o a su abuela casi todos los aspirantes.
Adern podía ser una más, cercana, la neozelandesa media y amiga de todos y, al mismo tiempo conmovedora, y al mismo tiempo precisa y contundente con los problemas que había que atajar.
Hipkins tiene algunas de estas características: determinación, cercanía. Pero no conmueve, porque los bromistas rara vez lo hacen: la gente quiere que les haga reír, no llorar. Además, Hipkins no tendrá el perfil internacional que tuvo su predecesora porque es imposible que nadie más llegue a eso.
Jacinda Adern era mencionada durante los debates de las primarias presidenciales estadounidenses, protagonizó decenas de biografías no autorizadas y su departamento de comunicación recibía solicitudes de entrevistas de medios repartidos por todo el planeta. Tan popular fue que su campaña electoral de 2017 se desató la "jacindamanía".
"Cuando John Key, que era un primer ministro increíblemente popular, renunció, el interés fue puramente interno. Cuando Ardern renunció, recibí solicitudes de todo el mundo para que hablase de ello. Bajo Hipkins, y para ser justos con él, cualquiera que siga a Ardern, el perfil internacional del primer ministro de Nueva Zelanda volverá a la media”, ha explicado el reconocido periodista político neozelandés Ben Thomas.
El perfil estelar de Adern también le granjeó las esperadas críticas ante estos casos: que si no estaba centrada, que si la fama la tenía distraída de los asuntos domésticos. Sin embargo, en un país como Nueva Zelanda donde las exportaciones tienen un notable peso en la economía, un papel como el suyo hizo crecer exponencialmente las relaciones del país con otros países, lo que repercutió positivamente.
Consciente de las limitaciones que impone el carácter —básicamente, que uno puede ser tan bueno como Beckham o Tarantino pero que nunca podrá acaparar los mismos focos—, el propio Hipkins en su primera rueda de prensa anunció que adoptará un estilo sensiblemente diferente: "Tendré un Gobierno sólido que se centre en el pan y la mantequilla, cuestiones que importan a los neozelandeses".
Probablemente, Hipkins será menos encantador que Adern. Más allá de sus bromas y de su espíritu La banda del patio, Hipkins nunca ha evitado la confrontación en su carrera política.
Estudió Políticas y Criminología en la Universidad de Victoria. En 1997, cuando era presidente de la Asociación de Estudiantes, fue arrestado en los prolegómenos del Parlamento donde lideraba una protesta contra la política educativa.
Su carácter relajado tuvo otro quiebre en 2021, cuando protagonizó encendidas disputas con el Gobierno conservador australiano al acusarlos de "exportar su basura" a Nueva Zelanda, en referencia a la deportación de delincuentes a su país de origen.
"Siempre me ha gustado el tira y afloja de la política. En la oposición soy uno de los parlamentarios laboristas más agresivos", admitió al The Guardian ese año. "Me he convertido en una persona mucho más moderada y conciliadora como resultado de hacer esto. Te obliga a reconocer que ningún ser humano es perfecto, que en cualquier sistema va a haber debilidades, la gente va a cometer errores".
De cara a las elecciones de octubre de este año, se espera que Hipkins abandone ligeramente la "política de la bondad" que desplegaba Adern y tenga más de una disputa subida de tono con Cristopher Luxon, líder del Partido Nacional.
El niño de Hutt
"Hoy es un gran día para un niño de Hutt. Mis padres tuvieron un comienzo relativamente humilde y trabajaron muy duro para brindar una buena vida a mi hermano y a mí, y mi compromiso en política es asegurarme de brindar oportunidades para todos los neozelandeses que quieran trabajar duro para poder salir adelante y brindar una vida mejor para ellos y sus familias", dijo.
Hipkins es un chico de Hutt Valley, una zona repleta de imponentes parajes naturales cerca de Wellington, y nunca ha olvidado sus raíces. La mejor manera de recordarlas, claro, es poniendo en práctica, cada vez que puede, las aficiones que tenía aquel niño de Hutt: montar en bicicleta —o en patinete, con el que se mueve por la ciudad frecuentemente—, hacer jardinería, bricolaje o pasear al aire libre.
Hutt Valley es la región con ingresos más bajos y tasas de pobreza más altas de la capital. Haber nacido y crecido allí, tener a Hutt presente en su discurso, sitúa a Hipkins en el lugar de quien encarna a la perfección los valores laboristas.
En 2020 se casó con su actual esposa, Jade, con quien tiene tos hijos. La boda tuvo lugar en Premier House, la residencia oficial de Adern, quien aceptó organizar el evento. Grant Robertson, ministro de finanzas, fue el padrino. A la postre, estas buenas relaciones dentro del partido le han dado al niño de Hutt el empujón definitivo hasta la presidencia.