En busca de la paz robada: Ucrania, el país de las madres rotas después de un año de conflicto
EL ESPAÑOL regresa a los protagonistas de una invasión que se recrudece tras entrevistarlos durante los primeros meses de guerra.
23 febrero, 2023 02:34En ese país en el que adolescentes empuñan fusiles en la misma trinchera que sus padres, en esa tierra nevada que lleva 100 años en guerra, y que lucha por la paz a las puertas de Europa, hay un grupo de mujeres que sufren la soledad que el silencio
otorga.
Entre bombardeo y bombardeo, EL ESPAÑOL regresa a los protagonistas de los primeros días de invasión, a las puertas del primer aniversario. Víctimas de un conflicto cuyo dolor se olvida en la memoria colectiva, pero que guardan bajo llave mujeres en todas las regiones ucranianas. De Leópolis al Donbás y de Kiev a Járkov.
Para Berenice todo comenzó con una llamada: "Cuando te palpas el pecho porque no sale más leche, te olvidas de que los helicópteros sobrevuelan la ciudad". Vladímir Putin se había atrevido. Las tropas del Kremlin marchaban sobre Kiev. Era la madrugada del 24 de febrero de 2022 y en la capital se vislumbraban columnas de humo en el horizonte.
Ella y su marido, de Ecuador, abandonaron un proyecto construido durante casi una década sin apenas equipaje. Por eso, cuando su pequeña Zhittya, de seis semanas, se puso a llorar porque el pecho de su madre no daba más leche, se miraron sin saber qué hacer. Era el estrés de la huida a lo desconocido.
"¡La mochila pequeña!", grito él, que estuvo al volante más de un día sin descanso, lo que duró el atasco en una carretera que pocas horas después vería desfilar a los blindados de la Z. Tuvieron suerte. En la misma autopista, los tanques y fusiles rusos acribillaron a una docena de ucranianos. Tan solo en el primer mes de invasión, las tropas de Putin mataron a 1.350 civiles más en la región de Kiev. Un lugar al que el matrimonio no ha regresado.
[Por qué los misiles rusos han unido a Ucrania (todavía más) como nación]
En su fuga atravesaron el oeste y socorrieron a otros compatriotas en la frontera polaca. Mirella fue una. Con un par de zapatillas y su preciado pasaporte trató de alcanzar Europa atravesando un bosque. Allí escuchó la ejecución de un afgano y le tapó la boca a su amiga, cuyo grito las iba a delatar.
La extorsión de algunos aduaneros ucranianos fue una historia repetida por refugiados latinos en la estación de Przemsly, convertida en punto principal de salida. Cuando dieron por finiquitada la misión, el matrimonio supo que había llegado la hora de regresar a la tierra que les vio nacer. Un año después, Zhittya ha comenzado a caminar bajo el sol de Quito.
No hay besos en el más allá
Para entonces, la vida de Igor Fedorchik ya se había apagado, aunque su madre, Miroslava, tardaría varias semanas en recibir el cajón de madera con el cuerpo de su hijo. Miembro de la 80 Brigada de Asalto Aéreo, fue uno de los primeros fallecidos en el sur, un frente que se desmoronó demasiado rápido.
El descalabro provocó que el avance ruso desde Crimea alcanzara las inmediaciones de Mykolaiv. Una ciudad escudo que protegió a Odesa, el verdadero objetivo.
"Aquello fue una locura, las carreteras estaban colapsadas. La gente utilizaba todos los carriles para escapar del país y no podíamos avanzar desde Leópolis con los tanques", recuerda Aleksandr, compañero de la misma unidad.
Fue un sprint para llegar y estabilizar la primera línea. Miles de hombres se lanzaron a las trincheras y la campaña dejó centenares de cadáveres. El olor a muerte impregnó Mykolaiv. No sería hasta noviembre, después de la contraofensiva, cuando Ucrania empujó las líneas enemigas al otro lado del río Dniéper. Jersón, la única capital de región conquistada por las tropas rusas, recuperó la libertad.
Pero las bombas no entienden de política ni barreras sociales. Desde que la bandera ucraniana ondea en la plaza principal, más de 100 civiles han muerto bajo fuego ruso en Jersón. Dennis Fedium fue uno de ellos.
"Nací, me crie y moriré en Jersón", suspiraba Volodymyr poco antes de identificar el cadáver de este empleado de la empresa de aguas de la ciudad, al que la metralla se sorprendió trabajando. "Lo que todavía no sé es cómo". La vida se afronta diferente cuando la muerte acecha en cada esquina.
Miroslava lo sabe mejor que nadie desde hace un año, cuando se despidió de Igor en el camposanto de Lychakiv, en Leópolis. La familia Fedorchik ocupó una de las últimas tumbas militares del cementerio. Más de 300 agujeros se han excavado al otro lado del muro desde entonces.
Más de 300 entierros con sus respectivos funerales, recibimientos, trompetas, salvas, lágrimas, gritos, desmayos y dolor. Y aunque los vecinos siguen honrando de rodillas a los héroes del país, todo acaba con la última palada de tierra del sepulturero. Justo entonces comienza el olvido.
"Si en el último sábado del mes vienes al cementerio, puedes ver quién canta con las familias. El alcalde y muchos otros no están allí…", lamenta Iurii, que ahora acompaña a su madre a reuniones de viudas y eventos organizados por la brigada para las madres que han perdido a sus vástagos. Él dedica su tiempo a recolectar fondos para los soldados del frente.
Una cuenta incalculable
¿Cuántos muertos lleva Ucrania? ¿A qué ritmo podrá aguantar el desgaste de hombres y material? ¿Bastará con los tanques mientras Occidente y entrena a sus soldados en lugares como España?
Los números bailan, aunque empieza a haber consenso. Hace un mes, Eirik Kristoffersen, jefe de las Fuerzas Armadas Noruegas, estimó las bajas ucranianas en 100.000, y cifró la suma de heridos y muertos rusos en 180.000. Cantidades similares a las deslizadas en diciembre por el General Mark A. Milley, Jefe del Estado Mayor estadounidense.
Los acuerdos que ha logrado Zelenski para que sus reclutas reciban instrucción en países europeos evitan el agotamiento de recursos y tiempo de Ucrania. De tener la suficiente fuerza y capacidad de sorpresa, la esperada contraofensiva ucraniana podría producirse antes del verano. No obstante, en Kiev no quieren replicar las imágenes filtradas de los rusos muriendo en Bakhmut o Vuhledar.
En esta última, los 5.000 miembros de la 155ª Brigada de Infantería de Marina habrían quedado fuera de combate. Una unidad destruida anteriormente en dos ocasiones (Kiev y Donetsk) cuyos reclutas nuevos no parecen lo suficientemente entrenados. La falta de efectivos llevó a Moscú, precisamente, a anunciar una movilización parcial en 2022, aunque el único dato "oficial", compartido por el Ministro de Defensa ruso, fijó su techo de muertos en 5.937. Era el mes de septiembre.
La ejecución del vecino
Quizás uno fuera el soldado que increpó a Voldymyr Kondratenko, uno de los últimos de Velyka Dymerka. Era el mes de marzo y una patrulla de la Z inspeccionaba las calles de este pueblo a las afueras de Kiev.
–¿Cuándo terminará la guerra? –cuenta Kondratenko que le preguntó en ucraniano al de mayor altura.
–Terminará cuando dejéis de pisar nuestra bandera– respondió en ruso uno de los uniformados, haciendo amago de ir a por él.
"Ahora tengo que recordarme a mí misma que los aviones que pasan son nuestros", sonríe Kateryna, su mujer. La historia del matrimonio es la de unos pocos que permanecieron ocultos en el interior de subterráneos para sobrevivir. Un mes sin luz, sin comunicación y sin agua. Cocinando cada mañana en el patio con fuego para llevarse algo de comer a la boca sin llamar la atención.
De aquello hace ya mucho tiempo, y su hija les ha comprado un generador. En octubre, por fin, quitaron las camas improvisadas de un sótano al que no regresaron. Tampoco lo hicieron vecinos como Valera, ejecutados con un tiro en la cabeza tras el paso ruso. Pero no fueron los únicos.
"Cuando vino la Policía [ucraniana], dispararon a uno de los colaboradores y quemaron su casa después", recuerda ella, bajando un poco el tono, pero sin demasiada preocupación. Crímenes de guerra impunes, ahogados por la destrucción y las procesiones de ataúdes de los hijos y nietos del pueblo.
"Tan solo pensamos en la victoria", confiesa Volodymiyr, que calla antes de repetir la misma frase. Sin embargo, modifica el ruso pobeda (victoria) por el ucraniano peremo. La brecha identitaria crece cada día.
Un prorruso en casa
Una división que desmiembra muchas familias. Lo contaban Nina y Halina en la estación de metro Pushkinska de Járkov. A doscientos y pico peldaños de profundidad, se protegían de la artillería rusa.
"Putin quiere destruir Ucrania y convertirnos en sus esclavos", dice ahora Nina, que sobrevivió a la invasión nazi, soltando el tenedor. "Ni siquiera los alemanes fueron tan malos".
Pero de eso no habla con su hijo que vive en Rusia. Él está convencido de que el país se ha convertido en un avispero de ultraderechistas. Poco importan las imágenes que le mandaban de la ciudad o los más de 100 días que pasaron ellas bajo tierra. Ahora, en un quinto sin ascensor del que no ha vuelto a salir Nina, reciben una llamada suya todos los días. "Pero solo puedo hablar del tiempo y de mamá", reconoce Halina con la voz quebrada.
No importa que sufrieran los bombardeos en primera persona, o que su hijo (y nieto) participará en la ofensiva de Járkov. En esta guerra que no es civil, pero sí entre hermanos, hay trincheras ideológicas que ni siquiera las familias pueden franquear.
– El problema que tenemos es que no son soldados de verdad. Aleksii [su hijo] no ve bien, no está preparado para combatir, pero no hay tanta gente que pueda venir y pelear –dice Halina–. Necesitan descansar y que no todo sea guerra.
– ¿Cuándo acabará todo? –se pregunta Nina, que de joven trabajó como enfermera de soldados soviéticos traumatizados–. Cuándo…
Los ojos en el Donbás, ¿ofensiva en Melitopol?
No es la única pregunta en un febrero con demasiadas incógnitas. ¿Atacará Putin masivamente el 24? ¿Llegarán todos los blindados en primavera? ¿Se enviarán aviones occidentales? ¿Caerá Bakhmut? ¿Comenzará la ofensiva desde Kremina o habrá un ataque para romper el eje sur? ¿Será, como todo el mundo espera, en Melitopol?
Los rumores sobre la tan esperada arremetida militar ucraniana llevan tiempo circulando, mientras las miradas se vuelven hacia la región de Donetsk, principal escenario de combates en los últimos meses.
En Kramatorsk despertó Natasha Mikhailova de su peor pesadilla. Eran las cuatro de la mañana, y los cristales y ladrillos golpearon su cabeza. "¡Bum!". El despertador que llevaba evitando desde el 24 de febrero había sonado. A su hijo tuvieron que sacarle bajo los escombros.
Nueve meses después, en la cerradura de su puerta crecen telarañas, y escapan, del buzón, notificaciones entregadas por el ayuntamiento en el mes de diciembre. Parece que Natasha se marchó hace tiempo. O quizás se refugió en Dnipro, donde ingresaron a su hijo, herido de gravedad.
Tampoco contesta nadie a los golpes en los 15 apartamentos del edificio y los timbres hace mucho que no suenan. Han cambiado tantas cosas que Kramatorsk tan solo conserva el nombre y la fuerte presencia militar. Por aquel entonces, las líneas de tren estaban canceladas y los vecinos huían en minibuses cargados de bártulos camino del oeste.
Sin embargo, los avances en el frente y la importancia de mantener el eje del este, reabrieron la estación en octubre, seis meses después de un ataque que terminó con la vida de 59 civiles. Ahora, la ciudad se prepara para el campo de batalla.
¿Se trata de la misma estrategia de desgaste que Ucrania ha usado en cada enclave del Donbás, antes de ceder, para hacer pagar a Rusia un alto precio por cada metro y empezar así, después, la ofensiva en otro lugar?
Nadie lo sabe. Pero ya son 360 días de guerra. Doce meses de muertos y dolor en un país que se juega su existencia como nación. Por su supervivencia, y la de su tierra, bandera, raíces y familias, luchan miles de hombres y mujeres sin descanso. Miroslava, Halina, Nina, Natasha, y millones más, les lloran en casa. Así es la nueva vida en Ucrania, el país de las madres rotas.