Al general Ivan Popov le gusta que le llamen “Espartaco”. Hay en Rusia, especialmente en la Rusia de raíces soviéticas, una cierta fascinación con el personaje. De ahí, las “espartaquiadas” en las que equipos de las distintas repúblicas se enfrentaban entre sí al modo de unos Juegos Olímpicos. De ahí, el término “Spartak” utilizado tan habitualmente en tantos ámbitos. De ahí, probablemente, la “marcha de gladiadores” (en este caso, de mercenarios) de Eugeni Prigozhin sobre Moscú.
Popov era hasta hace una semana el comandante del 58º Batallón de Fuerzas Combinadas desplegado en Zaporiyia, lo que le convertía en la práctica en uno de los líderes de la defensa rusa de los territorios ocupados en el sur de Ucrania. Después de utilizar los canales privados para criticar la falta de munición de la que disponían sus hombres, la cantidad de muertos que esta falta de munición provocaba y la necesidad de reforzar el frente antes de que fuera demasiado tarde, el jefe de las Fuerzas Armadas, Valery Gerasimov, decidió destituirle de su cargo con la aprobación del ministro de defensa, Sergei Shoigú.
Pensaba así el comandante en jefe de la “operación militar especial” que podría silenciar a un nuevo crítico. No hay que olvidar que Prigozhin se ha pasado meses culpándolo de todo y llamándolo traidor. Su posición a los ojos de Putin y del resto del ejército es precaria. Sin embargo, al final, también Popov le ha ganado la partida: grabó un mensaje explicando al detalle todos los problemas que se ha encontrado en la defensa de Zaporiyia y dejó claro que Gerasimov no solo era el responsable por omisión, sino que lo era por acción: “Nuestro jefe nos ha golpeado desde la retaguardia, ha descabezado al ejército a traición y de malas maneras”, afirmaba Popov en el audio.
En un principio, la idea era mandar el mensaje a un círculo relativamente limitado de allegados, incluyendo algunos de sus propios combatientes… pero es imposible que Popov no supiera que, en esta situación de guerra civil que se vive en el ejército ruso, la grabación se iba a acabar filtrando. El encargado de hacerlo ha acabado siendo el parlamentario de la Duma Andrei Guruliov, a la sazón colaborador habitual de la televisión estatal rusa y en concreto del programa del propagandista Vladimir Solovyov. Recientemente, en ese mismo espacio, había declarado que la única solución al problema con Prigozhin era pegarle un tiro en la frente.
Todos contra todos
Da la sensación de que el movimiento forma parte de los distintos intentos por buscar la mejor colocación para lo que pueda venir. Guruliov quiere matar a Prigozhin por traidor, pero a la vez divulga las palabras de Popov, que son idénticas a las del líder del Grupo Wagner cuando sus hombres estaban luchando en Bakhmut. Solovyov lo tiene como uno de sus invitados más queridos… pero poco tardó en salir a criticarlo duramente por haber publicado un mensaje que solo puede dañar la credibilidad del ejército ruso… y de sus comandantes en jefe.
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Sea como fuere, lo que queda claro es el malestar. Un malestar que debe de haberse extendido entre los oficiales rusos que ven como su trabajo es criticado constantemente y como Prigozhin se ha librado de su intento de golpe de estado… mientras el general Surovikin ha sido apartado de la vida pública y se le investiga por supuesta colaboración. No olvidemos que el mensaje de Popov fue enviado a veteranos de guerra con altos cargos en la carrera militar… y en la vida política. Si no pensara que dicho mensaje iba a ser bien recibido, no se habría animado a hacerlo.
El Institute for the Study of War afirma su convencimiento de que Popov intentaba hacerle llegar a Putin una advertencia: no le están contando la verdad. Es la teoría que mantuvo Prigozhin durante mucho tiempo hasta que Putin salió en televisión diciendo que estaba “apuñalando a Rusia por la espalda” y entonces el propio Prigozhin anunció que su objetivo pasaba a ser “cambiar al presidente”. Si Popov intenta cambiar el sistema desde dentro o, como Espartaco, pretende una revolución, es difícil saberlo.
En general, es difícil saber nada de lo que está pasando ahora mismo en las altas esferas. El respeto al “zar” se mantiene y nadie lo ha cuestionado en público, pero es imposible que en privado no se estén organizando conspiraciones. En entrevista a un medio de Moscú, Putin explicaba su reunión con los treinta y cinco oficiales del Grupo Wagner y el golpista Prigozhin como un homenaje a los mercenarios por su lucha y una amonestación por haberse dejado llevar por el afán de poder de su jefe. Todo esto, hay que recordar, con el excocinero delante.
Mochilas radioactivas
Es tan difícil entender por qué Putin acepta reunirse durante horas con Prigozhin y sus chicos después de que estos afirmaran que le iban a echar del Kremlin que obviamente nos estamos perdiendo algo. El pasado martes, Kirilo Budanov, jefe de la inteligencia militar ucraniana insinuaba que ese algo podía tener que ver con la captura de “mochilas radioactivas” en el arsenal nuclear de Voronezh-45, pero sigue pareciendo una posibilidad muy rebuscada. Uno quiere pensar que ese tipo de armas no están al alcance del primero que pase por ahí.
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Casi un mes después del intento de golpe de estado, las purgas de Gerasimov y Shoigu conviven con la sensación de impunidad que tienen muchos de sus oficiales más destacados. ¿Cómo iba a atreverse Popov a algo así en enero de 2022? Aparte de costarle decenas de miles de vidas, la guerra de Ucrania puede acabar partiendo a Rusia en mil pedazos. Una implosión en toda regla. Si eso es bueno o malo para Occidente sería otro tema a debatir. Solo imaginar un Prigozhin en el Kremlin, con su martillo gigante al lado, es para echarse a temblar. Lo que está claro es que si Putin quiere conservar el poder tiene que mimar a su ejército. Y de momento, lo está tratando a patadas.