La falta de armas suficientes como para arremeter directamente contra las defensas rusas y arrebatarles sin más el terreno ocupado desde febrero de 2022 está obligando a Ucrania a aguzar el ingenio. Su objetivo es cortar líneas de suministro, provocar desabastecimientos, retrasar el remplazo de unidades y hacer la vida lo más difícil posible a las decenas de miles de invasores rusos que aún quedan en el país. Solo tras ese profundo desgaste, podrían llegar los grandes ataques y las grandes liberaciones. Antes, hay que esperar.

Esta táctica, que la hemos visto repetida en Bakhmut, en Zaporiyia (Melitopol y Berdiansk) y que desde luego fue un éxito en las campañas del año pasado en el norte de Jersón y el sur de Járkov, es exactamente la que se está repitiendo estos días en Crimea.

El objetivo primario era aislar la península por tierra para dificultar el transporte de mercancías, vehículos pesados, armas y tropas de remplazo a los frentes de Tokmak, el saliente de Vremievski, Bakhmut y Donetsk capital. Eso se ha conseguido gracias a los repetidos bombardeos con drones sobre el puente de Kerch, el único que une Crimea con el territorio ruso, y el de Chongar, el único con capacidad ferroviaria para unir la península con el sur de Jersón.

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Privados de acceso logístico por tierra, a los militares rusos solo les quedaba la seguridad aparente del Mar Negro. Podían mantener los envíos, aunque fuera a un ritmo más lento, uniendo los puertos de Sebastopol, Berdiansk, Mariúpol y las localidades rusas del este del Mar Negro.

Este viernes, Ucrania les quiso dejar claro que eso tampoco iba a resultarles fácil: el ataque con drones subacuáticos al puerto de Novorrosiysk ha dejado daños aún por cuantificar, y prácticamente ha inutilizado el cargador Olenogorsky Gornyak, que llegó a duras penas a puerto en muy malas condiciones.

Obviamente, el Gornyak no es el Movska, gran emblema de la flota rusa en el Mar Negro y que quedó hundido tras un ataque desde Odesa el pasado 14 de abril de 2022. Aquello fue un batacazo para Moscú y un símbolo para la resistencia ucraniana, que vio cómo su moral se disparaba tras casi dos meses de penurias y fatalismo.

La demostración ante el mundo de que el país podía defenderse con éxito y hacer daño a la armada rusa, el gran motivo histórico de orgullo nacional del país presidido por Vladímir Putin. Esto es otra cosa. Menos mediática, pero, tal vez, más decisiva en términos bélicos.

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Ataque al corazón ruso del Mar Negro

Ucrania no puede permitirse que Rusia controle por completo el Mar Negro y el Mar del Azov. O al menos que lo haga con tranquilidad. Las aguas que separan el final de Europa del inicio de Asia tienen que ser un escenario hostil para Rusia. En Kiev, necesitan que Putin y Gerasimov se vean obligados a mandar refuerzos también a sus puertos, que gasten recursos en su defensa y que no piensen solo en estrategias posibles de ataque.

En ese sentido, el bombardeo del puerto de Novorrosiysk ha de marcar un antes y un después. Hablamos de un puerto situado en territorio ruso, a medio camino entre el estrecho del Kerch y la olímpica ciudad de Sochi, a pocos kilómetros de Krasnodar, otro importante centro de operaciones.

No se trata, por tanto, de un ataque en aguas abiertas o a poca distancia de los escasos puertos que aún controla Ucrania, sino que los drones submarinos que han dañado al Gornyak -y probablemente no haya sido el único barco afectado- han tenido que recorrer cientos de kilómetros para llegar a su objetivo, todo esto sin ser detectados por las defensas rusas.

Que la flota rusa en el Mar Negro era vulnerable ya lo sabíamos desde el lunes, cuando se informó del ataque, también mediante el uso de drones, contra dos patrulleros que navegaban a unos trescientos metros de Sebastopol. Sin embargo, este ataque cuestiona directamente su hegemonía total y permite pensar en un aislamiento aún mayor de Crimea… y en la posibilidad de saltarse el bloqueo naval ruso al grano acumulado en los puertos ucranianos, por osado que parezca.

La negociación por el grano

Es cierto que la diplomacia internacional está haciendo esfuerzos por renovar de alguna manera el acuerdo del grano -en ese sentido, será interesante ver lo que consigue Arabia Saudí en sus “negociaciones de paz” a las que acudirán China y Estados Unidos, ni más ni menos, aparte de la propia Ucrania-; pero igual de cierto es que Rusia tiene pocos incentivos para renovar el acuerdo cuando puede aprovecharse del grano robado a Ucrania para venderlo por su cuenta y “regalar” toneladas del mismo sabiendo que, en rigor, no le pertenece.

En resumen, Rusia juega a provocar una hambruna y a erigirse luego como el héroe que la soluciona.

Esta posición es sostenible solo desde el convencimiento de que, efectivamente, el control de las costas ucranianas del Mar Negro es suyo. Si los patrulleros, los cargueros y demás buques empiezan a hundirse o a zozobrar de vuelta al puerto más cercano, la cosa cambia. Ucrania podría decidirse a sacar sus barcos al mar… o mercaderes aguerridos podrían atreverse a cruzar el Bósforo y recoger la mercancía en los puertos ucranianos sin temor a ser abatidos, como prometió en su momento Rusia.

En cualquier caso, a corto plazo, el objetivo sigue siendo crear una serie de condiciones favorables previas a la llegada del resto del equipamiento militar prometido por Occidente, en especial los deseados F-16 y los misiles ATACMS de larga distancia, aún pendientes de aprobación por parte de la administración Biden.

Si Ucrania pudiera contar con todo ello, no solo mejoraría su situación en el frente, sino, sobre todo, su capacidad de seguir aislando y dividiendo al ejército ruso en distintas localizaciones, interrumpiendo sus líneas de suministro y sumiéndolo en el caos organizativo. De momento, hay que conformarse con drones, pero, en fin, si los drones funcionan… nada hay de malo en seguir intentándolo.