El austriaco Josef Fritzl, durante el juicio.

El austriaco Josef Fritzl, durante el juicio. REUTERS

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Quién es 'el monstruo de Amstetten', el austriaco que encerró y violó a su hija durante 24 años

Josef Fritzl introdujo en un sótano totalmente sellado a Elisabeth, una de sus vástagos, mientras vivía con su esposa en las otras estancias de la casa.

25 enero, 2024 17:22

El caso es espeluznante, se lea ahora o hace una década. Las atrocidades duelen al revisarlas y sacuden cada vez que hay un avance en la historia. En Austria, el país donde ocurrió, o en el resto del mundo, donde la noticia se propagó como algo inaudito, aún resuena el eco del 'monstruo de Amstetten'. Este apodo es el que se le puso a Josef Fritzl, un varón de 88 años que encerró y violó a su hija Elisabeth -con quien tuvo siete hijos/nietos- durante más de dos décadas.

Sus cargos son un puñado términos que queman a la vista: homicidio, incesto, violación, privación de libertad, esclavitud y coacción. Ese rosario de barbaridades es lo que provocó que a Fritzl le sentenciaran en 2009 a cumplir cadena perpetua e internamiento psiquiátrico. Ahora, tras 15 años en prisión, los expertos sostienen este 'monstruo' ya "no es peligroso por razones de salud" y un tribunal de Austria ha decidido este jueves su envío a una prisión para delincuentes comunes.

La petición de libertad fue desestimada, a pesar del intento de justificación posterior de su abogada, Astrid Wagner: "Estuvo al borde de las lágrimas durante la audiencia. Una vez más describió lo terribles que fueron sus actos. Dijo que lo siente muchísimo por sus víctimas y que le encantaría borrar todo lo que hizo. En repetidas ocasiones dijo que le gustaría dar su vida para deshacerlo todo, pero lamentablemente no puede hacerlo. Pero él se ocupa de sus acciones día y noche, tiene los documentos judiciales delante de él todo el tiempo".

Mientras tanto, Elisabeth y sus seis hijos (ahora de entre 15 y 29 años) han cambiado de apellido y viven alejados de Amstetten, bajo fuertes medidas de seguridad. Todos ellos siguen bajo tratamiento psicológico intentando adaptarse a la sociedad. Sus caras fueron expuestas como rostros del terror en 2008, cuando se les liberó y su padre, el monstruo, pasó a disposición judicial. En el proceso, el pederasta fue sometido a diversos análisis psicológicos y psiquiátricos. Se demostró que no padecía ningún trastorno mental y que era del todo "imposible" que estuviese permanentemente bajo los efectos del alcohol, tal y como la defensa intentó argumentar.

Pero, ¿qué es lo que realmente hizo este varón que vivía en una relajada localidad austriaca? Pues una privación de libertad llevada al extremo que comienza en los años ochenta. Entonces, hacia 1984, Elisabeth desapareció de la calle. Tenía 18 años. Sus amigos y familiares creyeron que se había unido a una secta. No era la primera vez que se evaporaba: desde los 11 años había sido abusada sexualmente por su padre y había intentado huir muchas veces de su lado.

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Aquella vez no era un intento más. Entonces, en agosto de 1984, su padre le pidió ayuda para instalar una puerta en el sótano y la encerró en la que sería su cárcel durante los siguientes 24 años. Cautiva, la violó hasta tener siete hijos. Y en ese cubículo se quedó. Estaban rodeados de ratas, suciedad y penumbra. Tres de sus hijos permanecieron con ella en el sótano. Otros tres vivían junto a Fritzl y su esposa en la casa. El séptimo murió con tres días de edad.

No era algo nuevo para este líder familiar. En 1967, Fritzl fue condenado por una violación. Desde entonces había estado tramando su plan, según se comprobó en la investigación. Durante una década, preparó a conciencia su prisión: era un agujero subterráneo situado tras una pesada puerta de metal escondida y detrás de una estantería de su taller. Allí vivía con Rosemarie, su esposa y madre de sus siete hijos. Uno de ellos era Elisabeth.

La investigación también orbitó en torno a la madre. Su inocencia se puso en duda, pero la exculparon al poco tiempo: según alegó, su marido nunca la dejó entrar en el sótano y no tenía conocimiento de lo que allí estaba sucediendo. Ya en prisión, tras haber confesado sus crímenes, Fritzl escribió un libro en el que detalla cómo consiguió pasar desapercibido durante tanto tiempo.

El primer paso fue presentar una denuncia de desaparición de Elisabeth en la comisaria local nada más desapareció. "El oficial tomó nota de todo cuidadosamente y dijo 'tiene más de 18 años y puede hacer lo que quiera'", adujeron. Luego, Fritzl la obligó a escribir cartas a su madre explicándole que necesitaba pasar un tiempo fuera de casa. Con los vecinos se escudó en la historia de la secta. En el libro cuenta que visitaba a Elisabeth al menos tres veces a la semana y le llevaba comida. A veces, flores. También pasaba grandes periodos de tiempo en el extranjero y la joven se quedaba abandonada en el sótano sin luz, rodeada de excrementos y comida podrida.

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Hasta que llegó abril de 2008. Esa fecha fue el inicio del fin. Kerstin, la hija mayor de Elisabeth, que por aquel entonces tenía 19 años, fue junto a su abuelo al hospital con un grave estado de salud. Era consecuencia, al parecer, de una enfermedad poco común. Durante la exploración, los médicos vieron una nota de auxilio en sus bolsillos y procedieron a localizar su historial médico.

Se dan cuenta de que no existe. Piden ver a la madre de la joven y, ante la negativa de Fritzl, llaman a la policía. Las autoridades acudieron a la residencia del pederasta y, con su ayuda, bajaron al sótano, sellado y con grandes medidas de seguridad. Dentro, Elisabeth, con 42 años y más de media vida encerrada bajo las órdenes de este monstruo que, ahora, se muda a las celdas comunes.