Jon Lee Anderson: "La izquierda ha colapsado, el nuevo modelo revolucionario no es el Che Guevara, sino Javier Milei"
- El veterano reportero del New Yorker visita España para presentar una recopilación de sus mejores crónicas. En esta entrevista, se moja sobre la monarquía, la inmigración o el regreso de Trump.
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Desde el inicio de su carrera, Jon Lee Anderson (California, Estados Unidos, 1957) emuló la precisión de Dos Passos, la crudeza de Capote y el fervor de Hemingway. Este último, uno de los grandes corresponsales de nuestra guerra, le contagió también la militancia.
Todos los grandes autores de aquel país han vivido obsesionados con escribir la gran novela americana. Él, no. Él prefirió volcar en el papel algunos de los acontecimientos reales más relevantes del último medio siglo y las vidas de sus personajes más célebres. Sobre todo, los de habla hispana.
El reportero estrella de The New Yorker diseccionó los hitos vitales de Gabriel García Márquez, Fidel Castro, Hugo Chávez, Pinochet o Juan Carlos I. Un perfil, el del rey, que revelaba luces y algunas sombras, en un momento, 1998, en el que todos sus pecados aún eran secretos de alcoba. El texto no se publicó en España hasta 2006.
Desde hace años, a Jon Lee le comparan con Ryszard Kapuściński, y no le gusta. Opina, sin decirlo, que el periodista polaco era un tanto manierista y él, alumno de la escuela anglosajona, escribe como el que le hace un corte limpio a la carne. Donde hay buena materia prima, donde hay hechos, sobran los adjetivos.
Jon Lee Anderson es un tipo grandullón, como buen americano, que viste chaqueta guerrera y camisa de tela vaquera, como buen corresponsal en zona de conflicto.
Hijo de un asesor agrícola en el Departamento de Estado americano y una escritora de literatura juvenil, vivió una infancia frenética. Viajó por todo el mundo y de sus cinco hermanos, una fue adoptada en El Salvador y otra en Taiwán. Un pasado que marcó una carrera no menos fascinante para cualquiera que se haya asomado a este oficio de joven.
Ahora presenta en España He decidido declararme marxista (Debate), una recopilación de sus mejores crónicas, que utiliza como título una especie de juramento adolescente que descubrió con el paso de los años.
Dice que nunca puso en práctica su manifiesto, aunque sí que vivió el socialismo desde dentro, cuando en 1992 se trasladó a Cuba para escribir probablemente la mejor biografía que existe sobre el más famoso de los guerrilleros. Che Guevara: Una vida revolucionaria.
Hablaba ya un español perfecto. Pero de ahí le quedó el jalar, el canchero, el carro, el nomás. El léxico y el acento. Nos sentamos en una salita de la editorial, donde no acepta el envite si no juega con explicaciones largas, prolijas, esparciendo latinismos, aun sin abandonar la ortodoxia periodística.
Ante todo, un tipo fiel a sí mismo. Jon Lee Anderson, de profesión reportero.
Usted ha recorrido multitud de países, en distintos continentes, persiguiendo en muchas ocasiones historias de violencia. Irak, Afganistán, las luchas sandinistas de los ochenta en América Latina, media África… Cada una tiene sus particularidades, pero siempre suele aparecer un elemento común: el nacionalismo. ¿Cuál es la verdadera causa que lleva al mundo a la violencia?
Depende del origen de los conflictos. El nacionalismo es un factor muy fuerte. Lo vimos mucho en el siglo XIX, cuando se estaban formando las naciones Estado, las repúblicas; lo vimos en el siglo XX con los intentos de conquistar territorios por parte de los totalitarismos; y con la disolución de las monarquías también quedaron tierras nuevas para dividirse. Con la descolonización en África y Asia y los movimientos de independencia también surgen nuevos nacionalismos.
Es decir, el mapamundi que tenemos hoy es la suma de muchos nacionalismos en los últimos 100 o 200 años. Y cada país que ha nacido lo ha hecho casi siempre con violencia. El modo de actuar de Putin en los últimos años también tiene que ver con ese nacionalismo, porque él es un tipo que creció y se formó en lo que era el imperio soviético, la Unión Soviética, y para él la disolución de la URSS fue la mayor catástrofe de su vida.
Hay nacionalismos que quedan durmientes y se reavivan como zombis cuando viene un populista y saca esa costra que está enquistada en la gente.
Claro, pero entonces, ¿cuál es el problema, la fuerza que conduce a una situación de violencia: esos nacionalismos no resueltos o la irrupción de una figura que los agita?
También puede ser una figura o un culto religioso. Vimos, por ejemplo, cómo Osama Bin Laden, pregonando un islam del siglo VII o la reinstauración de un esplendor pasado mitificado por millones de musulmanes, quiso reconquistar las tierras usurpadas por otras naciones infieles de Occidente. Utilizó una noción de nacionalismo frustrado, junto con una idea de irredentismo religioso para seguir el camino de la yihad.
En algunas culturas tenemos el componente místico que va vinculado al nacionalismo. Y eso es a lo que juega Trump cuando dice que Estados Unidos volverá a ser un país cristiano. Está apelando a los blancos que se identifican como los originarios, los fundadores de Estados Unidos, que han tenido que compartir forzosamente su tierra con gente a la que no le pertenece.
La violencia a veces se expresa de una forma física y otras de forma dialéctica, como con Trump. Usted ha escrito mucho sobre esas figuras revolucionarias, líderes icónicos, casi místicos. De alguna forma, ¿él ha logrado reinventar ese concepto del guerrillero, el revolucionario, hasta darle la vuelta?
Para alguna gente él es un revolucionario. La derecha, sin duda, tiene ahora el dinamismo con él como modelo antisistema. Pero en realidad él es un reaccionario, ha reaccionado ante una situación que él identifica como el colapso o el deterioro de un imperio que una vez fue grande y en el que hay que hacer actos drásticos para hacerlo grande de nuevo. Pero esto es reactivo, no es revolucionario.
Yo no diría que él sea el nuevo Che Guevara, sino el archirreacionario que ha logrado agarrar el palo de los que están dispuestos a cometer violencia para preservar su forma de vida.
Pero esto ha ocurrido durante toda la historia, ante toda revolución ha habido una contrarrevolución. Miremos el 68 y lo que vino después. Si nos fijamos en América Latina, durante los noventa y los 2000 hubo una oleada de gobiernos de izquierda, en muchos casos también inspirados en esa dialéctica revolucionaria. Y ahora vivimos el auge de Milei o Bukele. ¿Qué ha hecho mal la izquierda, qué es lo que no ha sabido leer de este momento para que le ganen así el terreno?
En algunos casos, como en el de Trump, creo que ese fenómeno tiene su origen en una especie de reacción a lo que se percibe como una élite liberal que ha querido imponer unos valores con los que muchos no están de acuerdo. Creo que es el principal detonante de todas estas cuestiones de política identitaria. En muchos países ha sido un factor determinante en las elecciones lo que llaman política de género y quienes buscan revertir el orden liberal hablan constantemente de ello.
Utilizan las redes sociales como una forma de exagerarlo. Pero lo que no hay es una conversación honesta y sincera por ambas partes en torno a esos temas. La derecha ha sabido weaponizar [utilizar como arma] estos asuntos y los liberales han mostrado dejadez o falta de músculo para defender sus valores o explicarlos bien. En muchos casos lo han hecho mal y han querido imponer unos valores que no son del todo compartidos por buena parte de la población.
Ese es el diagnóstico, pero a la izquierda parece que le falta una forma de actuar, una solución.
Esto es ir un poco atrás, pero yo me acuerdo cuando el Isis o antes Al Qaeda estaban cometiendo sus barbaridades por el mundo. Era obvio, desde hacía un cuarto de siglo, que teníamos todos un problema musulmán. Pero en las democracias no se podía decir tal cual. Y entonces aparecían Obama, incluso Bush, u otros líderes europeos emulando una respuesta. Cada vez que había un atentado salían con un imam para asegurar que el islam no es una religión de terror, sino de paz.
Creo que era una estrategia errónea. Entiendo que lo hacían porque no querían exacerbar sentimientos de xenofobia, pero cuando después de un atentado indiscriminado un imam te decía que eso no tenía nada que ver con la religión es bullshit [estupidez]. Francamente, es bullshit. Es decir, algún líder musulmán tenía que salir a decir: 'tenemos un problema dentro del islam y tenemos que trabajarlo'.
En muchos casos esos imanes que salían estaban directamente conectados con regímenes árabes, que no eran precisamente tolerantes con su población.
Yo creo que eso creó animadversión y sí, una suerte de islamofobia. Pero tenía su porqué. Era injusto llamar islamófobo a alguien que reaccionaba ante un acto de terror musulmán. Y esa fue una de las formas de esta cultura de cancelación que yo creo que fue muy contraproducente.
Cuando después de un atentado indiscriminado un imam te decía que eso no tenía nada que ver con la religión es bullshit [estupidez]. Francamente, es bullshit
El libro que usted publica se titula 'He decidido declararme marxista'. Cuénteme, ¿cuándo se hizo marxista?
Era una noche de 1970, cuando tenía 13 años. Yo, de chico, siempre escribía diarios y años después encontré eso que había escrito viviendo en Liberia.
Era un manifiesto.
Era como un manifiesto personal y una cosa muy precoz. Yo era un gran devorador de libros de historia, de biografías y había vivido en muchos países. A los 18 años había vivido ya en nueve países.
No era usted un niño convencional, digamos.
Convencional, no. Hay que entender también que era una época de mucha violencia en el mundo, con las guerras de liberación nacional en África en los lugares recién descolonizados y en otros donde los europeos aún no se iban y estaban peleando en guerras muy cruentas contra las mayorías negras. Rodesia, Angola, Mozambique, el apartheid en Sudáfrica… Y, según mis lecturas, los únicos que estaban dando la batalla eran los marxistas.
En la ocupación nazi de Francia los más valientes habían sido marxistas. De hecho, algunos veteranos de la Guerra Civil española eran los más aguerridos de la resistencia francesa, no los franceses. Y además, mi país estaba involucrado en lo que yo pensaba que era una guerra criminal contra Vietnam. Yo hice ese juramento, aunque no llegué a declararme marxista en público.
Al fin y al cabo, un periodista tampoco es un profeta... Y ya que estamos, sé que a un reportero que ha estado en multitud de conflictos no le gusta hablar mucho de sí mismo, pero cuénteme cómo fue ese viaje a Togo en el que terminó vagabundeando durante meses por Canarias.
Yo vivía en Liberia con mi tío, que era geólogo, porque no me sentía conforme de vivir en Estados Unidos. Me había escapado de casa ya varias veces porque quería vivir la aventura… La primera vez quería vivir como un hombre en la montaña. En fin… Pero yo me había criado en Taiwán, Corea, Indonesia, Colombia y la vuelta a Estados Unidos siempre era traumática.
Vivimos diez meses en Washington y fue justo cuando mataron a Martin Luther King y Robert F. Kennedy, a quienes mis padres admiraban. Yo no quería volver a ese país, así que me mandaron a Liberia. Me enamoré de África, pero pasaron un par de años y me llevaron a Inglaterra, donde estaba mi familia. Y a mi hermana mayor, que estudiaba Antropología, la invitaron a una expedición con una tribu en el norte de Togo. Yo quería seguir sus pasos.
Es todo un viaje iniciático.
Claro. Tenía 200 dólares, convencí a mi padre de que llegaría y empecé a hacer autostop. Mi plan era llegar a Marsella, tomar un ferry a Argel y cruzar el Sáhara. Llegué a Marsella con un ruso, Parchovsky, que me llevó a un bar de al lado del puerto para despedirme. Pero cuando volvimos a su carro alguien lo había asaltado, con mi pasaporte dentro. Entonces pensé que el mejor modo era ir a Canarias y de ahí llegar a África.
Y el dinero se acababa…
No me acuerdo de cuánto me quedaba. La cosa era llegar a Las Palmas y de ahí tomar un ferry a El Aaiún. Era un año antes de la muerte de Franco. Llegué a Canarias con muletas, porque me había roto el tendón de Aquiles, y resulta que habían interrumpido el ferry a El Aaiún porque España y Marruecos estaban casi en guerra. Y ahí ya sí que no tenía dinero.
Terminé viviendo con una comunidad de pescadores en una parte del muelle y me encontré con que había otros chicos allí de un sinfín de países intentando llegar a África. Llevaba cuatro meses y casi me metí en la Legión para llegar a lo que era el Sáhara español.
Al final pagué 60 dólares que tenía de traveller cheques [cheques de viaje] por un barco de vela que tenía la quilla rota, podrida. Quería arreglarla y viajar, pero nunca lo conseguí. Hasta unos marroquíes intentaron enseñarme a cómo ser carterista, pero también fracasé en eso. Se me daba fatal.
¿Y consiguió llegar o no?
No, no llegué. Había decidido no llamar a mis padres, nadie sabía dónde estaba. Pero tenía 17 años y mis padres se empezaron a preocupar; mandaron telegramas a cónsules por toda África. Sí que había mandado una postal a un amigo en Inglaterra y el último rastro que tenían de mí era de hacía cinco meses en las Canarias. Entonces contactaron con mi hermana, que estaba en Ghana, y le pidieron que fuera a buscarme.
Casi me metí en la Legión para llegar a lo que era el Sáhara español. Unos marroquíes intentaron enseñarme a cómo ser carterista, pero también fracasé en eso. Se me daba fatal
En toda esta peripecia hay un elemento fundamental. Usted estaría buscando su identidad, un rumbo, lo que sea, pero tenía la suerte de ser americano, de tener una familia con recursos y una hermana que podía ir a por usted. Pero todo ese recorrido es muy similar al que hacen muchos africanos ahora mismo para llegar a las costas de Canarias o de otros lugares sin todo ese respaldo. ¿Qué siente cuando conoce esas historias? ¿Y cómo cree que hay que afrontar este fenómeno?
Es un poco lo que hablábamos antes de la islamofobia o la cancelación. Creo que estas políticas de polarización en torno a los migrantes es lo que ha disparado a los ultras en estos años. A mí juicio, los países occidentales que reciben inmigración pero mantienen un discurso endeble, blandengue, sin llegar a una solución, tienen un problema. Vivo en Inglaterra.
Creo que hay que reconocer que la inmigración descontrolada es un problema, más allá de que uno se compadezca o sienta empatía con la gente en estas condiciones. La ONU no funciona, el sistema multilateral que creamos en la posguerra es un barco que se hunde. Antes dependíamos de las ONG, pero ya no dan abasto. Y en lugar de eso tenemos a Trump, a Orbán y a otros que quieren cerrar la reja. Hay muy pocos en Europa que dicen: 'vengan, nomás'.
Merkel lo hizo en Alemania y creo que fue un error político. Porque al aceptar tanta gente sin consultar al resto de países creó muchos antagonismos, hizo revivir los ultranacionalismos y la xenofobia. Incluso fue uno de los elementos que agitó el Brexit. Cuando veían que un millón de personas llegaban a Europa, cerraron los puentes.
Nos faltan gobernantes que encuentren un camino entre los blandengues y los xenófobos que hablen de una migración autorizada y ordenada. De lo contrario esto va a seguir causando problemas.
En ese viaje del que me hablaba antes habíamos conseguido llegar finalmente a España. Hace ya casi 50 años desde que murió Franco y usted, más o menos a la mitad del camino, defendía que teníamos una relación algo inmadura con la monarquía. Cuando escribió aquella famosa biografía sobre Juan Carlos I decía que tendíamos a sobreproteger la figura del rey y que nuestra democracia era más fuerte de lo nosotros mismos pensábamos. ¿Cómo cree que hemos evolucionado en este tiempo?
Ha sido interesante ver el tránsito. Lamentablemente, pasó lo que pasó con Juan Carlos. La sobreprotección y la autocensura alrededor de su figura permitieron que él no tuviera potrero y que actuara de forma indebida en muchos aspectos. Aquí en España querían tapar el sol con un dedo y era algo colectivo. Lo decidieron editores de los grandes medios y líderes de partidos políticos.
La historia que mencionas la había solicitado el diario El País, y la aniquilaron. No la publicaron por petición de Zarzuela. Moncloa se quejó ante el Departamento de Estado [de Estados Unidos] por mi artículo. Hubo una reacción por parte de la élite política muy fuerte. Y siempre era así con cualquier tema que tenía que ver con España.
Ahora hace diez años que él cayó en desgracia. Tenemos al hijo, a Letizia, etc. Y creo que España está como en un limbo, porque es un país que disputa hasta la historia, con partidos nuevos como Vox, abiertamente franquistas. Tienes un Gobierno socialista, canchero, que se sabe quedar en el poder a duras penas. Y una monarquía, diría yo, bastante endeble, que en incidentes como el que pasó hace poco en Valencia no ayudó.
No sé, en una mirada un poco desde lejos diría que todavía una buena parte de los españoles requieren de una forma psíquica esa institución. Es como un chaleco salvavidas en aguas tempestuosas. Y eso es algo que tiende a suceder en lugares donde hay una monarquía. Ocurre en Reino Unido.
Isabel II permitió que los ingleses experimentasen el declive de su imperio sin vivirlo como tal. No lo vieron como un colapso de su grandeza porque tenían a alguien a quien venerar. Y de pronto, con su ausencia uno siente un Reino Unido más a la deriva.
Antes hablábamos de esos discursos revolucionarios que se viven casi como un dogma de fe, como una especie de religión o de algo sagrado. Usted también ha escrito mucho sobre ello. En España el partido que más ha explotado ese discurso ha sido Podemos. Por un momento pareció que podía ser un movimiento amplio, pero en un corto espacio de tiempo se ha vuelto a quedar en algo minoritario. En Cuba o Venezuela esto duró décadas. Pero, en este tiempo, ¿ese recurso a la revolución como una ideología en sí misma es algo efímero?
Ya es panfletario, no jala jóvenes. Es algo que he empezado a observar en los últimos dos, tres años y lo tengo muy claro. La revolución como un canto de sirena, no cala. Mira Argentina, teniendo una sociedad con una izquierda bastante fuerte, votó a Milei. El nuevo revolucionario en Argentina no es Che Guevara, es Javier Milei. Nadie anda por las calles con la polera del Che.
Esto no quiere decir que uno sea más virtuoso que el otro, sólo que en esta coyuntura la izquierda ha colapsado. En América Latina, en términos de retórica revolucionaria, hablamos de despotismos y corruptos. Hablo de Venezuela y Nicaragua, en primer lugar. Y Cuba es un ejemplo fracasado, no pueden ni prender las luces y ya no pueden decir que son las sanciones yankies. Eso es caballo muerto y quienes utilizan la retórica de la revolución lo hacen para permanecer en el poder.
La sobreprotección y la autocensura alrededor de la figura de Juan Carlos I permitieron que él no tuviera potrero y que actuara de forma indebida en muchos aspectos. Aquí en España querían tapar el sol con un dedo
[Llaman a la puerta. Te estás pasando de tiempo…]
Como conclusión, ¿qué le da más miedo del mundo actual: el discurso belicista de Putin, el auge de un régimen totalitario como el chino, el conflicto en varios frentes de Oriente Medio o la vuelta de Trump?
Me preocupan todos. O sea, acabas de poner el dedo en las cuatro llagas más preocupantes que hay en este mundo. Más el cambio climático. De momento, el que tengo más cerca es la vuelta de Trump. Y creo que tiene una conexión con todos los demás. Él dice que va a resolver Ucrania en un día, y lo que va a hacer es regalarle territorio a Rusia. Putin va a volver a sentirse guapo y en unos años volverá a hacer lo mismo.
No sabemos cómo va a reaccionar China ante Trump, pero tanto en Occidente como en Asia hablan abiertamente de la guerra futura con China. Y mientras la implosión por el cambio climático es inevitable, los que llegan al poder son negacionistas del cambio climático.
Ahora sí que termino, no hay más tiempo, pero es que se lo tengo que decir. A usted lo llevan comparando desde hace años con Kapuściński. Incluso en la solapa de este libro lo pone. Siempre que se habla de Kapuściński, al menos en España, se repite una frase que dice que para ser buen periodista hay que ser buena persona. Y a mí, le confieso que siempre me ha parecido una bobada. ¿A usted qué le parece?
No sabía de esa cita de Kapuściński. Yo también tengo problemas con algunas cosas de él, sobre todo porque se automitificaba mucho. Se empezó a decir después de muerto. Yo lo sabía antes, pero guardé silencio por pudor. Lo admiraba como un gran estilista, pero he rehuido esa comparación desde que me la pusieron hace como diez años acá. Una vez que te lo dicen es casi imposible arrebatárselo.
Kapuściński merece su propio legado y yo merezco el mío. Es decir, está bien, me halaga que me comparen, pero yo no me considero heredero de nadie. Yo soy Jon Lee y he hecho lo mío.