Como fichas de dominó que caen una detrás de otra, África ha sufrido, en poco más de un año, nada menos que tres golpes de Estado exitosos (dos en Mali y uno muy reciente en Guinea-Conakry) y dos intentonas golpistas fallidas (Níger y Sudán).
Estas rebeliones no representan un fenómeno novedoso en África y, durante décadas, modelaron la imagen grabada en el imaginario de muchos que percibían al continente como una suerte de "Golpilandia".
No en vano, África ha encajado unos 200 golpes de Estado desde los años cincuenta (la mitad, victoriosos), según datos compilados por dos politólogos estadounidenses: Jonathan Powell (Universidad de Florida Central) y Clayton Thyne (Universidad de Kentucky).
En las primeras décadas poscoloniales, las asonadas eran una realidad rampante en el continente, pero el final de la Guerra Fría (1945-1991) y el viraje de la política de Estados Unidos -desde el anticomunismo al fomento de la democracia-, así como los anhelos nacionales de cambio provocaron el surgimiento de gobiernos civiles.
Con la Declaración de Lomé (2000) y la Carta Africana sobre Democracia, Elecciones y Gobernanza (2007), la Unión Africana (UA), que otrora abrazaba a cabecillas golpistas, empezó a condenar toda conquista inconstitucional del poder, aunque su doble rasero en la aplicación de ese principio le ha valido -y le vale- críticas.
Nuevos golpes, viejas inquietudes
Desde el año 2000, el golpismo perdió fuelle en territorio africano, si bien los ecos del nuevo golpe del pasado 5 de septiembre en Guinea-Conakry han despertado viejas inquietudes.
Ese día, fuerzas especiales lideradas por un joven coronel derrocaron al presidente guineano, Alpha Condé, cuya foto, postrado a sus 83 años en un sofá con rostro resignado, pantalones vaqueros, y rodeado de soldados, copó portadas periodísticas en medio mundo.
La deposición de Condé vino precedida de dos golpes de Estados en el vecino Mali (uno en agosto de 2020 y otro en mayo de 2021) y una tentativa de golpe en Níger (marzo de 2021), dos países de la región del Sahel en el punto de mira del terrorismo yihadista.
Por si fuera poco, hace una semana las autoridades de Sudán abortaron una intentona golpista orquestada por "remanentes" del régimen del dictador Omar al Bashir, derribado en 2019 después de 30 años al frente del país.
En ese turbulento escenario, conviene recordar que en Chad, tras la muerte del presidente Idriss Déby en combate contra rebeldes chadianos el pasado abril, tomó el poder una junta militar encabezada por su hijo Mahamat Idriss Déby.
"Consideraría lo que sucedió en Chad como un golpe. Obviamente, es diferente a los otros, ya que impidió que un sucesor asumiera el cargo en lugar de apuntar contra un titular", aclara Jonathan Powell.
¿A qué se debe, pues, esta vuelta gradual del golpismo a África?
"La razón más importante es el fracaso de los gobiernos civiles para cumplir las expectativas del pueblo en cuanto a la paz y la seguridad, así como al alivio de la pobreza y al desarrollo humano", señala el analista político camerunés John Mukum Mbaku.
Esa explicación se asemeja a la trilogía clásica de problemas (pobreza, corrupción y mala gestión) que antaño blandían los golpistas para violar el orden constitucional, un discurso reproducido por los militares en Guinea-Conakry.
Mbaku, no obstante, matiza que Condé era "el primer presidente elegido democráticamente en la historia del país" y alcanzó el poder en 2010 con fama de "demócrata" y "enemigo de la corrupción y la mala administración".
Pero, continúa, "en vez de retirarse al final de su segundo mandato y allanar el camino para el primer traspaso pacífico de poder del país, cambió la Constitución en marzo de 2020 para optar a un tercer mandato" en las elecciones de octubre de ese año.
"No es de extrañar -zanja Mbaku- que los grupos de la sociedad civil y la oposición celebraran su derrocamiento".
Powell subraya que "la gran mayoría del continente no ve una amenaza golpista", aunque el Sahel resulta "especialmente vulnerable" al albergar países pobres y frágiles.
"Muchos países del Sahel -explica el politólogo- están experimentando golpes de Estado por las mismas condiciones de fondo, entre ellas las fuerzas armadas que luchan por contener insurgencias (yihadistas) y la pérdida de legitimidad de los líderes".
¿Efecto contagio?
¿Puede haber un "efecto contagio" con más asonadas a corto plazo? "Los golpes de Estado recientes se han producido en un conjunto de países muy pobres y que ya son inestables", contesta Powell, sin "temor a una gran cascada de golpes de Estado".
Con todo, precisa, "los soldados en otros países siguen de cerca estos hechos y aprenden detalles cruciales, como la respuesta de la comunidad internacional".
Organismos como la Unión Africana han recibido elogios durante años por su "tolerancia cero" ante el golpismo, aunque ese viento a favor parece haber cambiado a tenor de su reacción ante golpes como el de noviembre de 2017 en Zimbabue que tumbó al presidente Robert Mugabe, quien dirigía el país con puño de hierro desde 1980.
Según Powell, la UA y las potencias internacionales "hicieron como que no hubo un golpe en Zimbabue" y "esto envía una señal a los soldados en otros lugares de que podrían ser respaldados tácitamente si apuntan a un líder considerado cada vez más ilegítimo".
No cabe duda de que, como señala Mbaku, los alzamientos de "militares oportunistas" suponen "una gran amenaza para el afianzamiento de la democracia y el Estado de derecho en África".
El experto norteamericano comparte esa opinión y puntualiza que los golpes constituyen un "síntoma de otros problemas" como la manipulación electoral o la modificación constitucional para beneficio propio de los gobernantes africanos.
"Mientras los líderes se comporten deliberadamente de una manera que reduzca su legitimidad y la probabilidad de dejar el cargo por medios legítimos -advierte Powell-, el deseo de un golpe retornará".
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