Nigeria, el país donde pueden secuestrarte para llenar el depósito del coche
El país más poblado de África vive una epidemia de secuestros. Cualquier rencilla personal sirve de excusa para facilitar información sobre una víctima y sacar rédito.
11 diciembre, 2023 02:54Adamu Shika es profesor de economía y nunca ha querido mal a nadie. Por eso le sorprendió que dos hombres encapuchados, uno de ellos armado con una escopeta de corredera, ambos desconocidos para él, aparecieran en su residencia de la Universidad de Zaria (Nigeria) sin llamar a la puerta y le informaran de que estaba siendo secuestrado. "Lo primero que les pregunté era si podía calzarme antes de salir", recuerda, como contando una historia que no se cansa de repetir, "y me dijeron que sí. Luego les pedí apagar el generador, porque esa noche se había ido la luz y si lo dejaba encendido podía estropearse. Pero no me dejaron".
El ser humano funciona de una manera extraña. La templanza inicial de Adamu se desvaneció en cuanto le dijeron que no tenía permiso para apagar el generador, entonces se le ocurrió resistirse a sus captores y forcejeó con el hombre de la escopeta en el patio de su residencia. Fueron sólo unos segundos, hasta que el criminal consiguió zafarse de Adamu y disparó dos veces al aire como advertencia para que se estuviera quieto. Y una perdigonada impactó en el pecho de un alumno que paseaba traicionado por la zona. El joven murió en el acto pero Adamu Shuka se debate aún hoy en su conciencia.
Finalmente se dejó empujar por los secuestradores y cuenta que "pasamos alrededor de doce horas caminando, yo, los dos que me cogieron, algunos de su banda y otros nueve estudiantes y dos profesores que secuestraron conmigo". Atravesaron bosques y aldeas aisladas cuyos habitantes observaban con recelo la comitiva. Aún sin atreverse a intervenir, caminaron, tropezaron, pasaron hambre y sed y miedo.
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Finalmente llegaron a un punto inconcluso del planeta, un agujero negro rodeado de follaje, encadenaron al profesor y al resto de sus compañeros de infortunio a unos árboles y comenzaron a negociar su rescate. Una vez al día durante un mes les pegaban una paliza con el desayuno que recordara a los cautivos que ya no eran seres humanos propiamente dichos. Así lo rememora Adamu: "Hay palizas y palizas. Palizas que te dejan inconsciente o que sencillamente sirven para asustar y dominar a un individuo. A mí me dejaron inconsciente sólo la primera vez que me golpearon. El resto de las veces paraban antes, sí, paraban antes".
Les alimentaban con lo justo para mantenerles con vida. Cuando uno de los rehenes procuraba escapar, la respuesta de los captores consistía en desfigurarle el rostro, sin excusas. "Vivíamos como animales, a la intemperie, sin un techo que nos protegiera del sol y de la lluvia". Adamu recuerda que, por la noche, cambiaban los guardias, y que entonces les vigilaban hombres de la zona, sujetos harapientos que se acercaban a los prisioneros para preguntarles si podían pagarles un sobresueldo aparte del rescate, ya que el monto total del rescate se lo llevarían los jefes mientras que a ellos les quedarían migajas.
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Esto asombró al profesor: "Me di cuenta de que mis captores eran gente humilde. Gente pobre. No parecían subvencionados por nadie. Entendí que sus líderes pertenecían a un estatus superior y que la crueldad que sufrí era promovida por esos líderes, pero que el resto cobraban una miseria. Eran personas en una situación difícil o gente que secuestra por necesidad. Los hubo incluso que me pedían que les perdonara y que no tuviera todo aquello en cuenta".
A Adamu le liberaron el 8 de julio junto a la base militar de la Fuerza Aérea de Kaduna, después de que su familia pagara 10.000 euros por él. Fue por el que más pagaron de la remesa. Algunos estudiantes, demasiado pobres para valer lo mínimo, fueron liberados tras embolsar un rescate de cien o trescientos euros. Y es importante entender que, en Nigeria, un ser humano puede ser secuestrado y liberado un mes después por el precio que cuesta llenar el depósito de un Toyota.
Los asesinatos de los secuestrados no son habituales en este caso. Le liberaron sus captores y Adamu tuvo que pasar dos días encerrado en la base militar bebiendo café aguado y sin apenas comida, hasta que el Ejército terminó de interrogarle y le dejó partir. "Lo peor de todo fue cuando leí en los periódicos que habíamos sido liberados tras una operación del Ejército. Era todo mentira, claro, porque nos liberaron después de pagar y los soldados no hicieron nada. Pero así funcionan las cosas en este país".
Desde Boko Haram hasta el bandidaje
Adamu Shika es una de las 4.600 personas que son secuestradas cada año en Nigeria. Igual que él, 25 miembros del coro de una iglesia fueron secuestrados este 29 de septiembre en el estado de Ondo, 24 universitarias fueron secuestradas el 22 de septiembre en el estado de Zamfara, hombres armados asesinaron a seis personas y secuestraron a cincuenta el 7 de marzo en el estado de Níger, más de 40 mujeres fueron secuestradas en agosto por fundamentalistas islámicos pertenecientes a Boko Haram.
El país más poblado de África vive una epidemia de secuestros y todos recelan de todos, incluso de los militares; se ha puesto de moda en los últimos meses que los criminales se disfracen de soldados, con galones y todo, para así detener más fácilmente los vehículos y evitar que una víctima confusa se resista al destino que le tienen preparado. Esto último ha llevado, como es lógico, a que muchos conductores pisen el acelerador, en lugar de detenerse, cuando se encuentran con supuestos controles en zonas poco pobladas.
Pero este artículo ha empezado por el final de la historia, con una consecuencia posterior al acto original. Para que los secuestros en Nigeria hayan llegado al extremo actual, en definitiva, hizo falta generar en el país una situación de inseguridad motivada por factores ajenos al bandidaje y que debe comprenderse para abarcar un conocimiento adecuado de la situación.
Todo empieza con el yihadismo de Boko Haram y la violencia comunal instigada entre pastores de la etnia fulani contra agricultores pertenecientes a etnias de mayoría cristiana. Los secuestros de Boko Haram, cuyo contenido es diferente a lo tratado hasta ahora, son de sobra conocidos. Los yihadistas se han hecho fuertes en el Estado de Bornu (al noreste del país) y han saltado a las portadas internacionales por el rapto de niñas que posteriormente utilizan como esposas para sus combatientes, donde sus objetivos políticos suelen ser víctimas del asesinato antes que del secuestro.
Igualmente, los pastores fulani también secuestran desde hace aproximadamente una década a los agricultores que rivalizan con ellos por el control de las tierras fértiles, secuestros que sirven para financiar sus famélicos recursos pero también para chantajear a las comunidades locales y conseguir así sus objetivos.
La práctica del secuestro entre los fulani, que tuvo sus inicios en la disputa por las tierras en el centro de Nigeria, se ha extendido así a otros Estados del norte para cumplir con una finalidad puramente económica. Primero hubo guerra, inseguridad, rencores sin solución. Luego vino una normalización del secuestro como negocio en una nación donde 80 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza. Encontramos así secuestradores que actúan por un extremismo religioso (Boko Haram), por un conflicto comunal (los pastores fulani) o para subsistir económicamente (los bandidos, que igualmente son de una mayoría fulani), donde el tercero es consecuencia del segundo, y el segundo del primero.
Y tampoco deben olvidarse los asaltos a empleados de las compañías petroleras en el sur del país, la avidez con que los captores buscan víctimas europeas o los secuestros que se cometen con el fin de vender los órganos del desgraciado que haya caído en esa trampa. Los tipos de secuestro en Nigeria son muy variados. Tantos, que haría falta un libro para analizarlos todos con detenimiento.
La traición de un hermano
El modus operandi en cada secuestro, según los policías, abogados y víctimas entrevistadas, es similar y fácil de reproducir. Uno puede encontrar en Nigeria a miles de individuos que dedican los días a ver la vida pasar mientras esperan una oportunidad que les permita ganar un puñado de billetes, y esa oportunidad puede aparecer cuando encuentran a un individuo que podría suponer un jugoso rescate. Aquí un profesor, allí un abogado, acá un banquero o un estudiante de familia pudiente. Estos informantes anónimos sin oficio ni beneficio, en apariencia inocentes, sentados en los bancos de la calle o apoyados contra cualquier árbol, ven pasar a estas víctimas potenciales y apuntan sus horarios, los transmiten a los secuestradores y éstos pagan el puñado de billetes por la información.
En ocasiones, los informantes pertenecen a la propia familia del secuestrado. Basta una rencilla o un ramalazo de envidia para que un hermano traicione a otro. El dinero es aquí lo único que importa. La honradez se ha perdido.
Apenas quedan un puñado de hombres buenos para combatir al mal. Un ejemplo perfecto sería actual jefe de la policía de la ciudad de Kano, Mohammed Usaini Gumel, que recientemente cumplió 100 días en el cargo y puede alardear de haber reducido los secuestros en su jurisprudencia. Tras siete años con raptos semanales, en ocasiones incluso diarios, Kano respira hoy más tranquila. Esto se debería, según afirma Gumel, "a la vigilancia y la sensibilización ciudadana" que se ha conseguido gracias a la creación de una fuerza civil con más de 7.000 integrantes que colaboran con la policía en la seguridad de las calles. Igualmente, se ha procurado que los jóvenes, quienes suelen ser más vulnerables a la tentación del bandidaje, acudan a charlas de concienciación que les hagan ver la importancia de buscar métodos de subsistencia legales.
El jefe Gumel está orgulloso: desde que juró su cargo ha arrestado a 25 secuestradores y ha conseguido que 222 personas se arrepientan de sus crímenes para entregarse a las autoridades, que permiten a estos arrepentidos seguir una serie de programas de reinserción social. Lo dice alto y claro: "Una correcta actuación policial necesita de dos cosas, un aviso temprano y una respuesta temprana". El jefe Gumel es un firme defensor de las medidas sociales como medio para combatir el crimen.
Aunque la mayoría de los secuestradores se tratan de nacionales nigerianos, tanto el jefe Gumel como diversos sacerdotes cristianos entrevistados, al igual que el profesor Adamu Shuka, consideran que existe un factor "extranjero" a considerar. El jefe Gumel confirma igualmente que algunos secuestradores u organizaciones que se benefician de este crimen proceden de Camerún, Chad o Níger. Contra éstos es más difícil combatir porque sus motivaciones no son claras. Acudieron a Nigeria como hicieron en California los buscadores de oro atraídos por la fiebre, y erradicarlos se está probando como una de las pruebas más difíciles para personas como el jefe Gumel porque no hay medida social ni sustituto que valga con un hombre cuyo único interés es el dinero.
¿Podría hacer más el Gobierno nigeriano para acabar con los secuestros? Podría. Los controles que se cuentan por decenas por cada centenar de kilómetros en las carreteras principales desaparecen en los caminos secundarios. La corrupción policial sigue siendo una enfermedad grave en Nigeria. Si ciudades como Kano o Lafia están más protegidas que hace cinco años, los pequeños poblados, los territorios insignificantes desde un punto de vista político, están desnudos frente a la amenaza. Por eso, si pueden, se limitan a mirar pasar a los secuestradores y a sus víctimas encadenadas sin mover un músculo por intervenir.
Vive y deja morir, o deja que sean otros quienes maten. Esta es la máxima que viven las poblaciones rurales de Nigeria. Y si no quieres matar, pues secuestra, informa, traiciona: pero no te olvides de sobrevivir a cualquier precio.