Un niño, atendido con una herida de bala en la ciudad de Sake, cerca de Goma.

Un niño, atendido con una herida de bala en la ciudad de Sake, cerca de Goma. Arlette Bashizi Reuters

África

Oro, coltán y tribalismo: el origen de las matanzas del M23 en el Congo con el apoyo de Ruanda y la indolencia del resto

Si la comunidad internacional hubiera prestado atención durante los últimos tres años, es probable que Goma siguiese en manos congoleñas y que los civiles tiroteados estuvieran vivos.

Más información: Cadáveres en las calles, cientos de heridos y combates cuerpo a cuerpo: escala el conflicto en Goma tras la entrada del M23

Publicada

Este lunes, durante las primeras horas de la madrugada, el grupo rebelde conocido como M23 anunció haber conquistado la ciudad de Goma, capital de la provincia de Kivu Norte, en el este de República Democrática del Congo (RDC). Al tratarse el país africano de una nación de segunda categoría a los ojos del mundo, relegada a un tercer plano por detrás de acontecimientos más llamativos, como pueden ser Gaza, Siria o Ucrania, es normal que el impacto mediático causado por la batalla de Goma traiga consigo detalles aparentemente incomprensibles para el lector.

Haría falta volver atrás para comprender cómo pudo ser que un grupo rebelde compuesto por poco más de 3.000 combatientes ha derrotado en tres días a una coalición internacional que sumaba más de 20.000 tropas en su conjunto, pese a que aún se registraban focos de resistencia congoleña a lo largo del martes.

Atrás. Quizás no tan atrás como la época del colonialismo belga, cuando diez millones de congoleños fueron masacrados por sus amos europeos. Ni siquiera haría falta volver a la fecha aciaga del 17 de enero de 1965, cuando el que fuera primer ministro congoleño, Patrice Lumumba, fue ejecutado en un bosquecillo por miembros de los servicios secretos belgas y estadounidenses, para que su cuerpo fuera luego disuelto en ácido (a excepción de un diente, que fue devuelto a RDC en 2022). No hace falta repasar todos los crímenes cometidos por la humanidad contra los congoleños, porque ya existen libros enteros que hablan de ello. Pero sí que sería necesario retroceder a 1994. A Ruanda, nación vecina de República Democrática del Congo. A una época donde los hutus, mayoría étnica del país, asesinaron a machetazos a cerca de un millón de compatriotas de la minoría tutsi.

El genocidio de Ruanda es conocido por todos. Aunque menos se conoce que una de las consecuencias directas de esta masacre derivó en la intervención de Ruanda en territorio congoleño durante la segunda Guerra del Congo (1998-2003).

Esta intervención se justificó por la presencia de un elevado número de hutus (paramilitares Interahamwe), antiguos perpetradores del genocidio, que habían obtenido refugio en RDC y que suponían una grave amenaza para la seguridad ruandesa. El promotor de esta intervención fue Paul Kagame, tutsi de nacimiento y militar de profesión, que fue vicepresidente de Ruanda y hombre fuerte del país entre 1994 y 2003; una posición que le catapultó en 2003 a la presidencia, posición que mantiene todavía hoy. Y la obsesión de Kagame se desliza por dos vertientes desde hace treinta años: el desarrollo de Ruanda e impedir que vuelvan a masacrar a sus hermanos tutsis.

Las fronteras entre República Democrática del Congo, Burundi y Ruanda han sido escenario de desplazamientos de poblaciones hutus y tutsis desde mediados del siglo pasado, facilitando ataques desde una nación a otra, y huidas en el sentido contrario. Pero fue la creación en el año 2000 de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), de mayoría hutu, lo que respaldó los temores de Paul Kagame. Las FDLR amenazaban directamente a la seguridad ruandesa y la supervivencia de los tutsis a ambos lados de la frontera.

Concluida la segunda guerra del Congo, con la consecuente retirada de las tropas ruandesas del suelo congoleño, la amenaza revestida con la piel de las FDLR seguía latente a ojos de Kagame. Una evolución natural de los acontecimientos llevó a la creación de una milicia congoleña y de mayoría tutsi que pretendía salvaguardar la seguridad de los ciudadanos tutsis que habitaban en el lado congoleño de la frontera. Una fuerza que les defendería de un eventual genocidio 2.0, esta vez en RDC. Su nombre, el Movimiento 23 de Marzo, lleva a que hoy se conozca bajo la abreviatura M23. Ellos dicen luchar por la seguridad de los tutsis congoleños, en particular, y por la libertad del pueblo congoleño, en general.

Cabe destacar que el este de República Democrática del Congo es un campo de batalla constante desde la década de 1990. Además del M23, aquí podría encontrarse a la CODECO, un grupo armado de mayoría lendu que dedica su tiempo a masacrar a pastores de la etnia hema. Aquí operan filiales del Estado Islámico, como las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF). Antiguos guerrilleros Mai-Mai que asesinan por su pedacito de territorio. O la milicia RED-Tabara, que opera desde República Democrática del Congo para desestabilizar a la vecina Burundi. Suman más de cien grupos armados en la región, volviendo sumamente difícil para el ejército congoleño enfrentarse (no digamos ya derrotar) a los que suponen un mayor peligro.

El M23 tuvo su primer momento de gloria en noviembre de 2012, cuando conquistaron temporalmente la ciudad de Goma (parecería que el destino congoleño quedó atrapado en un círculo irrompible). La presión internacional llevó a que abandonaran la ciudad en una semana, firmándose poco después una tregua que mantuvo al grupo “dormido” hasta 2021.

Miembros de la MONUSCO aseguran la evacuación del personal no esencial de la ONU en Goma.

Miembros de la MONUSCO aseguran la evacuación del personal no esencial de la ONU en Goma. Arlette Bashizi Reuters

Antes de brincar a los últimos acontecimientos, haría falta descorrer el velo sobre la verdadera razón que alimenta este conflicto, más allá de la cuestión étnica que dice el M23 que supone su única motivación. Y decir que Kivu Norte se trata de una zona rica en materias primas, riquísima, rica en oro, coltán, cobre y cobalto, una zona que garantiza riquezas desbordantes a quien la controle. Y el M23 controla hoy, como lleva sucediendo desde 2022, importantes zonas mineras, donde múltiples pruebas aportadas por Naciones Unidas y Amnistía Internacional, entre otras, demuestran que el M23 traslada a Ruanda el coltán extraído en RDC. Rubaya es el ejemplo más conocido, al tratarse de la zona de extracción de coltán más rica de República Democrática del Congo.

Ruanda es hoy uno de los mayores exportadores de oro y de coltán de África, sin que existan en su territorio una sola mina de oro y de coltán; República Democrática del Congo, sin embargo, exportó en 2022 menos coltán que Ruanda y apenas pudo exportar 2,5 millones de dólares en oro… pese a encontrarse entre los diez países africanos con mayores reservas del preciado metal. Este periodista ha tenido además la ocasión de entrevistar a contrabandistas ruandeses que confirmaron, junto con decenas de informes internacionales, que Paul Kagame utiliza su cruzada por la seguridad ruandesa como medio para enriquecer las arcas de una nación cuyo tamaño es cien veces inferior al de RDC.

El M23 (que informes de Naciones Unidas indican desde 2023 y sin lugar a duda que recibe financiación de Ruanda) nació bajo la máscara de un David de apariencia tutsi que se enfrentaría a la barbarie del Goliat hutu; el desarrollo de los acontecimientos no tardó en demostrar que su verdadera motivación correspondía a trasladar las riquezas congoleñas a Ruanda, donde gobierna Paul Kagame con mano de hierro. El ejército congoleño, empobrecido, corrupto en sus altos mandos, superado por centenares de enemigos, sencillamente no pudo hacer frente a otro más.

El regreso a las armas del M23 en 2021 ha llevado a que el grupo rebelde coseche una victoria tras otra bajo el lema “cien combates, cien victorias”, conquistando de manera lenta pero constante las localidades que llevan a Goma y las ricas zonas mineras que facilitan su financiación.

Las dificultades a las que se enfrenta el gobierno congoleño han llevado a que un generoso puñado de misiones internacionales de paz y de estabilización hayan patrullado por Kivu Norte en los últimos años. La más conocida sería la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUSCO), operativa desde 1999, pero también destacan otra misión desplegada por diversos países de la Comunidad de África Oriental entre 2022 y 2023, o la misión de la Comunidad de Desarrollo de África Austral, liderada por Sudáfrica y que todavía hoy se encuentra sobre el terreno.

En los últimos combates de Goma, tanto los cascos azules uruguayos, malauíes y tanzanos (pertenecientes a la fuerza de choque de la ONU) como las tropas sudafricanas, enfrentaron al M23 durante las primeras 48 horas de lucha; las primeras cifras oficiales indicaron que trece soldados extranjeros murieron en este contexto.

Habría que añadir la presencia de adiestradores rumanos y mercenarios pertenecientes a media docena de empresas de seguridad privada, rusas inclusive, que se dedican a vigilar las rutas que siguen las materias primas para garantizar que se mantenga vivo el flujo económico que llena los bolsillos de unos pocos afortunados. En total, combatientes de cerca de treinta naciones se encontraban en Kivu Norte en enero de 2025.

Quizás haga falta ir a Kivu Norte para comprender cómo se ven de verdes y de brillantes las colinas que enmarcan el lago Kivu. Ir a la localidad de Shasha para mirar allá arriba y ver unos puntitos negros que corren entre la hierba, agachados, peligrosos, esperando a que caiga la noche para descender a las localidades, disparar a ciegas, violar a las mujeres jóvenes, provocar la huida de cientos de miles de nombres anónimos (en 2023 se llegaron a contabilizar más de dos millones de desplazados en la región) y proclamar luego que son libertadores de la tiranía. Mirar a los ojos del doctor Thierry, jefe del hospital de Kirotshe, que ahora vive bajo una lona en el campamento de desplazados de Mugunga. Conversar con los adolescentes que integran las filas de los wazalendo, una milicia popular que combate con un violento fanatismo del lado del ejército congoleño.

Sentir la sombra del volcán que llaman Nyiragongo, como si fuera un titán que ansía salir de su prisión a cualquier precio y en cuyas laderas hace años que los hombres de uno y otro lado se asesinan por órdenes de arriba.

Porque sólo humanizando y pintando colores en los apuntes de los analistas podría hallarse la verdadera razón que ha llevado a que Goma, una ciudad de dos millones de habitantes, haya caído en manos de un grupo rebelde de apariencia insignificante. No sería la cuestión étnica entre hutus y tutsis, ni siquiera las materias primas que podrían encontrarse en la misma medida en Rusia, China o Sudamérica, sin que por ello ocurran hecatombes de este estilo. Sería la indiferencia. Ese podría ser el análisis que abarque todo. Antes de diciembre de 2024, el secretario general de Naciones Unidas había tuiteado cero veces las palabras “Goma”, “Kivu Norte” o “M23”. Cero veces, pese a que la MONUSCO lleve desplegada allí desde 2010.

Si no hubiese ocurrido el genocidio de Ruanda, Goma no habría sido conquistada esta semana por un grupo rebelde; si Kagame no hubiera actuado con impunidad en la segunda guerra del Congo, mascarando sus tropas a refugiados hutus en suelo congoleño, tampoco; si se hubiera ejecutado un plan de desarme adecuado tras la tregua de 2012, tampoco; si la comunidad internacional hubiera prestado atención a Kivu Norte durante los últimos tres años, es probable que Goma siguiese hoy en manos congoleñas y que todos los civiles tiroteados estuvieran vivos.

Una indiferencia tras otra, multiplicadas por las tensiones étnicas y el afán de riquezas, han traído los titulares de hoy. Es algo habitual cuando se habla de África. Haría falta ver este paisaje verde y matizado por la roca negra de los volcanes para descubrir una naturaleza perfecta que se expande mancillada por los pisotones de la humanidad. Y repetirse una y otra vez esa ley de la causalidad que nos ocupa a todos.