Son las 3:30 de la madrugada. Mariela ya está bañada, vestida y con el desayuno casi listo. Espera a que José, su hijo mayor, termine de prepararse para salir de los Valles del Tuy, una región ubicada a 70 kilómetros al sur de la capital venezolana, hacia La Florida, un barrio de clase media en Caracas. Un par de plátanos machos maduros es el alimento con el que deben aguantar toda la jornada hasta que regresen a casa, quién sabe a qué hora.
Mariela abre el gabinete improvisado que tiene en la cocina y saca desde un rinconcito un paquete envuelto en varias bolsa que atesora como una joya. Con sus carnes de más de 60 años embutidas en un par de leggins estampados y una franela de algodón desgastada mira hacia los lados, como cerciorándose de que nadie ha descubierto su escondite. Es su ritual de todas las mañanas. Abre las bolsas y saluda al paquete de café que como ella se ve más escuálido por estos días, porque del medio kilo cada vez queda menos. A un flanco del empaque está la imagen de un corazón rojo que se repite en otros productos. Dentro de él se lee una consigna: “Hecho en socialismo”. Mariela toma dos cucharadas razas, las pone en el colador y vierte el agua, preguntándose cuántas tazas más de café le quedarán por beber. José la llama desde afuera. Es martes, el día que por su terminal de cédula le toca comprar, y la cola la espera.
Aunque no sabe a ciencia cierta qué conseguirá hoy, va a la caza de leche, margarina, aceite vegetal y harina de maíz a precios regulados. Han pasado 40 días desde que llegó la bolsa con alimentos subsidiados de los CLAP —Comités Locales de Abastecimiento y Producción, el plan más reciente del gobierno de Nicolás Maduro para combatir la crisis— y ya no le queda nada. Pensó que la siguiente bolsa llegaría con puntualidad, como le habían prometido, y decidió vender algunos productos para hacer un dinero extra que José necesitaba para arreglar la motocicleta con la que trabaja como mototaxista en una concurrida esquina del oeste de Caracas.
Son las 4:15 am. Aún está oscuro cuando José deja a su madre en el primer destino: un abasto popular en el que los dueños son una familia de inmigrantes portugueses. Ya en la cola, a esa hora, hay más de 60 personas. Muchos de ellos viven en los edificios de la Misión Vivienda aledaños a la Avenida Libertador, una de las principales arterias viales de Caracas. Pregunta a los que están delante de él si saben qué llegará hoy; algunos dicen que leche, pero no será sino a partir de las 10:00 am cuando comiencen a aparcarse los camiones de despacho, que sepan realmente lo que podrán comprar.
Empresas de alimentos improductivas
La crisis venezolana se ha caracterizado por una alta escasez de alimentos, que ronda hasta 80% de los rubros más prioritarios, de acuerdo a algunas firmas de análisis económico, y una inflación que este año podría superar el 500%, según estimaciones del Fondo Monetario Internacional. Familias enteras han disminuido su consumo calórico y 23% de los niños venezolanos tienen una dieta desequilibrada o deficiente, revelan estudios de la Fundación Bengoa, especializada en nutrición.
El gobierno venezolano ha expropiado varias empresas de alimentos bajo la promesa de combatir la “guerra económica” y conseguir la “soberanía alimentaria” del país. Pero, a pesar de contar con casi 300 compañías alimenticias, el Estado no ha podido aumentar la producción. El analista Luis Vicente León, de la firma Datanálisis, ha escrito que para ello “las empresas expropiadas deben reactivarse y entregarse al sector privado para garantizar su inserción productiva”. Pero eso no ha sucedido.
Sobre las 11:30 am el inclemente sol tropical del mediodía ha hecho que las más de 300 personas que aguardan en la cola se protejan bajo cualquier sombra que puedan improvisar. La sed, el hambre y el cansancio comienzan a perturbar a los presentes que se organizan en largas filas. Mientras los camiones han comenzado a descargar las cajas en el abasto, al fondo se ve la gigantesca rúbrica de Chávez en la fachada en uno de los edificios residenciales de la Misión Vivienda. Ese martes llegó detergente en polvo para lavar la ropa, pasta de dientes y papel sanitario. “También me hace falta, pero nada de eso se come”, suelta alguien mientras espera su turno para comprar.
Son las 2:00 pm. Es tiempo para la segunda parada. Mariela va a un supermercado en el centro de Caracas. Allí hay pasta, pero no es de la regulada por el Estado. El precio que marca el medio kilo sobrepasa los 2.700 bolívares (2,4 euros), demasiado en un país con un sueldo mínimo integral de 65.056 bolívares (unos 58 euros). Mientras se queja, cargada con las bolsas de la compra de la mañana, una mujer le propone un trato: le quiere cambiar el jabón y la pasta de dientes por un kilo de leche en polvo. Mariela sabe que no saldrá ganando tras el trueque, pero piensa que sus dos nietos tienen más de dos semanas sin tomarse un vaso de leche y accede.
La realidad supera la ficción
Recibe un kilo de leche de una de las marcas del Estado. Lo revisa desconfiada, porque conoce de las historias de la mercancía que es adulterada en el mercado negro. Ese producto también está marcado con el corazoncito rojo, el que recuerda que aquello está "hecho en socialismo".
En otros productos, igual de escasos, la propaganda es más evidente. Hay bolsas de frijoles negros con el rostro de Hugo Chávez estampado y la leche de la estatal De Casa, por ejemplo, muestra en su empaque el sueño socialista: se ve a una familia feliz, con niños que van al colegio con su canaimita (ordenador portátil que entrega el Estado), los padres cargan bolsas llenas de productos de Mercal, la red estatal de mercados, se da a entender que viven en un edificio de la Misión Vivienda y hasta están vestidos con “los ojitos Chávez”.
Elina Pérez Urbaneja, estudiosa del diseño en Venezuela y de la comparación de la propaganda chavista con regímenes autoritarios, recuerda que “los ojitos de Chávez”, como se le conoce a esa síntesis gráfica en Venezuela, fueron creados por el Comando de Campaña Carabobo para las últimas elecciones en las que participó el líder de la revolución bolivariana en 2012, meses antes de fallecer. El tiempo y el abuso de su aplicación ha hecho que el símbolo de los ojitos se desgaste, destaca la investigadora.
En los últimos años también se ha desgastado el salario de los trabajadores, golpeado por la inflación más alta del planeta. Datos del FMI señalan que el PIB tendrá un retroceso de 10% este año, otra muestra de lo deteriorada que está la economía venezolana en general. En 2015 el gasto en publicidad y propaganda del Estado venezolano sobrepasó los 86 millones de euros a la tasa oficial del momento (6,3 Bs por dólar), lo que hubiese podido financiar dos años del proyecto estadounidense de la sonda New Horizons, que en julio de ese año finalizó su trayecto por el sistema solar y llegó a Plutón. Pero la historia en 2016 es diferente.
Elina Pérez Urbaneja, que viene estudiando la propaganda chavista de la perspectiva del diseño y su impacto comunicacional desde 2008, explica que la crisis también ha hecho mella en los fondos destinados a la propaganda en soportes impresos como vallas, afiches, textiles y empaques. A su parecer, el gobierno se ha enfocado en gastar recursos en medios de mayor alcance como la radio y la televisión.
“De los lugares más insólitos en los que ha permanecido la propaganda son los empaques de alimentos y algunas oficinas públicas y el Metro de Caracas, en donde adornan el espacio con afiches y elementos propagandísticos”, destaca y recuerda que hace cerca de dos meses repartieron una bolsa CLAP en la que el azúcar estaba empaquetada en plástico con ilustraciones “muy al estilo del muralismo chileno”, acompañadas de mensajes proselitistas “relacionados a Bolívar y a la revolución bolivariana”.
Sin suficientes alimentos
Sin embargo, tal como refiere Pérez Urbaneja, en el interior de las bolsas CLAP ya no hay solo productos regulados y producidos o importados por las empresas del Estado; ahora el Ejecutivo ha tenido que incluir otros productos provenientes de empresas privadas como Polar, la compañía de alimentos más importante del país, acusada de participar en la “guerra económica” contra el gobierno de Maduro.
La nutricionista Susana Raffalli, experta en seguridad alimentaria, ha afirmado en una entrevista con la ONG Provea que los CLAP estaban llamados al fracaso desde el principio. “No se han formado ni están repartiendo las bolsas con criterios alimentarios. El contenido de la bolsa se define por azar, no se define por lo que una familia necesita comer. Son mecanismos excluyentes en los que se benefician unas personas y otros no”.
A su juicio no hubo metodología para seleccionar a los beneficiarios, por lo que los integrantes de los comités fueron los más favorecidos, así la corrupción ha hecho su aparición y no es raro encontrar estas bolsas subsidiadas en el mercado negro, donde su precio es cuatro o seis veces más costoso.
Un estudio de la encuestadora Keller y Asociados revela que 86% de los venezolanos creen que la escasez no se resuelve con los CLAP, cuyo jefe, Freddy Bernal, ha dicho que abastecerán a 2,7 millones de familias durante este mes de octubre, a pesar de no haber cumplido con la meta inicial de entregar quincenalmente las bolsas con alimentos subsidiados.
Cuando son casi las 4:00 pm, Mariela, aún de pie y con solo el desayuno entre pecho y espalda, se enfila hacia el bulevard de Sabana Grande. Allí se encontrará con su cuñada, que le cambiará el papel sanitario por un kilo de harina precocida de maíz y uno de pasta. Esta vez se siente ganadora con el trueque.
Pese al cansancio y a las dificultades, Mariela está feliz. Esa noche sus nietos comerán una tradicional arepa de maíz y mañana habrá espaguetis para la comida. Aunque su tesoro seguirá adelgazando en el recóndito rincón de la cocina, porque no hubo suerte para el café.