Cuántas veces, durante mi etapa de Ministro de Asuntos Exteriores, nos llegaba la noticia de fuentes fidedignas de la muerte de Fidel Castro, noticia que era posteriormente desmentida por declaraciones o apariciones públicas del Comandante.
Esta vez sí es verdad: Fidel Castro ha fallecido. Ayer noche, Cuba vivió su “Black Friday” cuando su Presidente Raúl Castro anunció el fallecimiento de su hermano, el que fue Comandante en Jefe de la revolución cubana durante 42 años. Correrán ríos de artículos, análisis y relatos históricos sobre su vida y legado, pero nadie se atreverá a negarle su lugar en la historia de Cuba, de Latinoamérica y del mundo.
No le conocí personalmente, pero sí me interesé por su personalidad, su visión y acción política. Es imposible escribir sobre Fidel Castro sin hacer referencia a su principal seña de identidad: su vocación revolucionaria, su voluntad de cambiar y transformar una realidad injusta y dramática. Su “revolución” ya ha pasado a formar parte del listado de las grandes revoluciones de la humanidad.
Su valentía en desafiar al poder, a los grandes poderes, simbolizado en su permanente lucha contra el “imperialismo yanki”, le situó en el centro de los ataques de EEUU y le convirtió así en el principal enemigo de la superpotencia. Todos los intentos para eliminarle fracasaron: ni las más de sesenta operaciones que, al parecer, intentó realizar la CIA, ni la invasión de la Bahía de Cochinos en 1961, ni la crisis de los misiles en 1962, ni el bloqueo y embargo norteamericano a la isla que sorprendentemente sigue en vigor lograron desviar al Comandante en su determinación de hacer avanzar la revolución.
Desde luego, Fidel Castro fue un exponente de la Guerra Fría y es ese contexto de lucha ideológica-política lo que marcó su compromiso en favor de una “revolución castrista”. Su ideal era construir esa “República Cordial” impulsada por el gran sueño de su referente patriótico, José Martí.
Su empeño fue la defensa de la patria, de su nación, lo que le llevó también a buscar su independencia incluso de la propia Unión Soviética. Fue famoso ese estribillo popular que cantaba la mayoría de la población cubana cuando concluyó la Crisis de los misiles este decía: “Nikita… marica… lo que se da no se quita…”. Ese mismo orgullo y dignidad nacionales se manifestaron en los años 90 cuando la perestroika de Gorbachov les obligó a resisitir las presiones norteamericanas, numantinamente aislados.
Sí, Fidel Castro vivío y sufrió la bipolaridad y por ello buscó liderar una tercera vía para encontrar un espacio de mayor autonomía. Junto a otros líderes mundiales de los años 60 que rechazaban el maniqueismo sovietico-norteamericano, creó el “Movimiento de los No Alineados”, una iniciativa adelantada a su tiempo y que hoy parafrasean los países emergentes y los “Bricks”.
Su visión y compromiso con el continente africano no puede caer en el olvido. Ante una África controlada por un colonialismo trasnochado, el revolucionario Comandante quiso expresar su solidaridad internacional y tomó partido apoyando a todos los movimientos de liberación africanos. Angola, Namibia, Sudáfrica y Etiopía saben y reconocen la contribución histórica de Fidel Castro en favor de su independencia y desarrollo. Hoy, los cubanos son apreciados en muchos rincones del mundo y en particular sus médicos, profesores y enfermeras, que acuden inmediatamente a la llamada de solidaridad ante los desastres naturales y la epidemias mortales. Toda esta obra la pensó y ejecutó Fidel Castro.
También es relevante subrayar sus contradictorias relaciones con la iglesia católica, pues su ateísmo ideológico no le impidió comprender la importancia de la iglesia católica cubana y la visita de el Papa Juan Pablo II abrió el camino para el papel trascendental que ha tenido recientemente el Vaticano en la reconciliación con EEUU y en el proceso de diálogo político interno en la isla.
Para nosotros españoles, Fidel Castro Ruz, ese hijo de Ángel Castro y Lina Ruz, fue siempre un eslabón indisociable con nuestro país. Era un “gallego” y de ahí la buena relación que tuvo siempre con políticos españoles de esa región. Recuerdo como Manuel Fraga Iribarne me relató sus viajes a Cuba y la admiración que mostraba hacia Fidel antes de mi visita a la isla en 2007.
Aquí en España su figura y su trayectoria ha sido siempre objeto de fuerte y apasionado debate político, pero lo que nadie puede negar es que Fidel Castro quiso siempre privilegiar las relaciones con España. Esta voluntad quedó simbolizada por su relación personal y respetuosa con Su Majestad el Rey Juan Carlos I.
Hoy, su hermano Raúl Castro, Presidente de Cuba, quiere continuar desarrollando esta relación tan entrañable entre nuestras dos naciones. Sabe que tiene una tarea ingente de reformas y adaptación a los nuevos tiempos y desearía, como siempre me indicó, avanzar en la construcción del futuro de Cuba con el apoyo y la solidaridad de España y de los españoles. Hoy, nuestro mensaje para Cuba y los cubanos no puede ser otro del que en su día un poeta español escribió: “Cuba, para amarte desde lejos, me basta ser español”.
*Miguel Ángel Moratinos es exministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación