Un grupo de bañistas en la playa de Ipanema pasa al lado de 6 militares formados en línea y armados con metralletas. En los periódicos aparecen noticias sobre las instalaciones olímpicas. Los niños juegan en sus puertas sin poder entrar. En el Parlamento se discute si el presidente debe seguir o no en el poder y los habitantes de Río de Janeiro cuentan el dinero para ver lo que se podrán gastar durante el mes de agosto.
Estamos ante la misma escena que exactamente hace un año cuando en el estadio de Maracaná se daba el pistoletazo de salida a unos ilusionantes Juegos Olímpicos. Sin embargo, los matices son muy diferentes.
Los militares no están con sus tanques en las calles para asegurar el desarrollo de un gran evento internacional sino para supervisar el discurrir normal de una ciudad que registra números de violencia que asustan. El último dato del Instituto de Seguridad Pública publicado en junio revela la siguiente cifra: 407 personas han muerto por la violencia en el estado de Río de Janeiro.
El gobierno ha autorizado al ejército a plantar sus tanques en medio de las principales avenidas y plazas de la ciudad. El objetivo es evitar la noticia diaria en el informativo matinal mostrando imágenes grabadas por cámaras callejeras, en las que suelen aparecer bandidos bloqueando vías y obteniendo a punta de pistola todas las pertenencias de los conductores que circulaban detrás de ellos.
Drama en los suburbios
En las favelas el sonido de disparos cercanos al amanecer es algo cotidiano. Al atardecer, al medio día y los fines de semana también. La lucha entre la policía militar y los narcotraficantes que se escudan entre los ciudadanos más pobres deja un balance de un muerto cada siete horas por bala perdida.
Son dianas humanas, a las que nadie quiere disparar, o tal vez sí. O sencillamente quizás no importaba demasiado. En 59 de los primeros 65 días del año una o más escuelas de Río de Janeiro mandaba a sus alumnos para casa por el traqueteo incesante de los tiroteos.
Muchos de esos niños son los que juegan igual que hace un año a las puertas de los estadios olímpicos. Entonces no soñaban con entrar a ver las competiciones de sus ídolos, pero sí tenían la promesa del alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes de que aquellos magníficos campos serían para ellos. Más allá de eso, algunos se transformarían en “escuelas del mañana”, un ambicioso proyecto educativo “con actividades creativas e inteligentes capaces de incentivar el desarrollo de los alumnos”.
Ese mañana, sin embargo, siempre está lejano para los que han pagado con sus impuestos los Juegos Olímpicos de 2017. Las instalaciones están cerradas, y las promesas se han quedado en papel mojado.
Instalaciones abandonadas
Igual de mojado que el velódromo el domingo pasado. Los bomberos lucharon durante 8 horas para apagar el incendio del techo del estadio. Algunos incluso vieron este incidente como un ahorro. La infraestructura costó 143 millones de reales, 39 millones de euros, pero necesitaba un millón de euros anual de gasto en aire acondicionado para que no se estropease la madera noble importada de Alemania utilizada en su construcción.
El coste total de todas las instalaciones olímpicas fue de 7 billones de reales, casi dos billones de euros. Un veinte por ciento más de lo proyectado. Y en la ciudad de Río de Janeiro miles de jubilados y funcionarios esperan que les paguen sus salarios atrasados desde abril.
La universidad de Río de Janeiro, La UERJ, está sin aulas por falta de fondos, sus funcionarios empiezan a recibir este mes una parte de la nómina de mayo, en concreto 550 reales, unos 150 euros, independientemente del puesto, limpiador, profesor o personal administrativo.
Política estancada
Si la economía en Brasil está mal, la política parece estar estancada en una fotografía. La de los diputados dándose empujones en el Parlamento votando entre gritos la destitución de su presidente. Hace un año lo hicieron con Dilma Rousseff, apartada del gobierno por el impeachment, acusada del crimen de responsabilidad de haber maquillado las cuentas estatales con fines electorales.
Este miércoles la misma escena con su sucesor. Sobre los hombros de Michel Temer pesa la acusación de haber recibido una maleta con 130 mil euros como pago a los favores a una empresa cárnica. La cámara decidió en esta ocasión proteger al máximo mandatario que no podrá ser juzgado por el poder judicial. Restaban así importancia a las pruebas que existen contra él y a la voluntad del 81% de los brasileños que según las encuestas deseaban retirar el aforamiento a Michel Temer.
En Río de Janeiro han sido varios años de eventos internacionales. En 2013 el Papa visitaba la ciudad, en 2014 la Copa del Mundo celebró su final en el estadio de Maracaná, en 2016 se cerraba este ciclo con los Juegos Olímpicos. Ahora los habitantes de la ciudad son conscientes de que tienen que pagar las facturas por haber sido los anfitriones de estos invitados de lujo.
El pesimismo invade todos los ámbitos de la ciudad y sin embargo los habitantes de Río, los cariocas, llevan en su carácter una esperanza beligerante. Toca ahora preparar fiestas más modestas, las de siempre. Los alocados y sensuales bailes de música funk en lo alto de las favelas más castigadas, los modestos sambas con músicos en directo sentados en sillas de plástico en el centro de las plazas de la ciudad. Las risas entre las primeras puntadas de los trajes que lucirán exuberantes mulatas el próximo carnaval. Los atardeceres rojizos en el puerto y en las playas que les recuerdan la frase estandarte de su ciudad. Río continúa lindo.