Giovani Moreno, abogado, 30 años, pierna izquierda lesionada, duerme hace una semana bajo una lona. Desde que el 19 de septiembre un temblor de 7,1 en la escala Richter golpeó al centro de México. En especial a Jojutla, la ciudad del Estado de Morelos donde nació y donde vive. La 20 de Abril, su calle en el barrio Emiliano Zapata, está destruida. Su casa, derrumbada. Su tía Victorina, muerta bajo los escombros. La velaron ahí mismo, esa misma noche. No sabe qué va a pasar con ellos. Cuándo vendrá la ayuda federal, qué le dirán sobre sus viviendas, cómo pagar la reconstrucción. Le acompañan en su campamento forzado otros 30 vecinos.
Jojutla, junto con los municipios vecinos de Zacatepec y Tlaquiltenango, es un triángulo de escombros, que parece una zona de guerra. En Ciudad de México, la capital, viven unos 20 millones. Entre ellos se han repartido al menos 194 muertos y decenas de edificios derrumbados. En Morelos no llegan a dos millones y ya van en 74 muertos. El municipio de Jojutla, a unos 130 kilómetros de Ciudad de México, tiene 60.000 habitantes, unos 20.000 en lo que es el pueblo en sí, sin contar pedanías. Según la Protección Civil, hay un mínimo de 17 muertos. La proporcionalidad explica mucho. Es la primera vez desde que se tiene memoria que un terremoto golpea tan fuerte aquí. Se nota.
“En la colonia [barrio] se han muerto seis personas que yo sepa y más de la mitad están con la casa dañada”, dice Moreno. A él se le cayó parte de la suya encima. Era la hora de la comida y estaba con su madre, su mujer y su hijo. Ellas salieron, pero el niño de cinco años se quedó dentro. Entró a buscarle y se derrumbó el primer piso. Se dañó la pierna. Su madre subió por las escaleras de la vivienda del vecino y le indicó como salir. Todos están bien. Cristian ya menos asustado. El ejército y las autoridades tardaron dos días en acudir. “Ahorita estamos a la espera de que llegue la ayuda federal, para poder rehabilitar la casa, pero mientras nos quedaremos aquí en estos terrenos. Esperemos que llegue pronto. Estamos a ciegas”.
Pasear por el barrio de Moreno es complicado. Una gran parte está caído y en la que no lo está hay vecinos sacando escombros. Una vivienda, por ejemplo, se aguanta gracias a que una nevera hace de pilar, señala el mando militar a cargo de este desastre en particular. La fachada de otra casa es un amasijo de hierros y cascotes que da miedo mirar. Las excavadores trabajan ya en la demolición.
Fondos federales para la reconstrucción
Amada Mora Brito es vecina de Moreno. Enseña el segundo piso de su hogar, ahora en contacto directo con el suelo. Su negocio durante 17 años, una tienda de regalos, aplastado. La familia, “gracias a Dios”, bien. Gente que ella pensaba que vino a ayudar le robó sus ollas. A su comadre, Tomasa Guadarrama, la nevera, la cocina, una cama. “Creo que mis alhajas también, quién sabe”. Su nieta, Guadalupe Nicole, juega ajena al drama. “Ya está mucho menos nerviosa, le estamos dando mucho amor”.
La conversación en Jojutla es siempre la misma. Cómo está la familia. Cómo está la casita. Dónde estás viviendo. Protección Civil se pasea por las calles a la busca de vecinos para preguntarles por sus viviendas y darles seguimiento. La idea final es acceder a fondos federales para la reconstrucción, pero ahora lo que quieren los vecinos es que les dejen entrar en sus hogares unos minutos a buscar documentos, ropa, lo que sea. La presencia de las autoridades es más que evidente.
El centro de la ciudad es la zona cero. Riesgo total. No se deja entrar sin casco ni chaleco. Aun así hay que colarse. El ejército controla los accesos. De los edificios, el que no está caído tiene daños estructurales. Casi no queda una cristalera sana y los operarios reparan las decenas de cables de luz y teléfono que hay por el suelo. Los escombros son la alfombra. El Ayuntamiento, donde está el puesto de mando, ha perdido su torre del reloj y las grietas decoran las paredes.
“No tenemos una cifra exacta, pero sobre el 85% está dañado, el centro es una zona de catástrofe completa, por sus fracturas todo puede colapsar”, explica Javier Ochoa, subcomandante de bomberos, “casi toda la población está afectada”. Al preguntarle por las zonas más alejadas del municipio, dice que están priorizando los barrios con mayor densidad de población.
El fin de semana, Jojutla era una de las palabras más comentadas en Ciudad de México. Al darse cuenta de que los víveres y ayuda que se estaba recolectando en la capital eran suficientes para los chilangos, se comenzaron a mandar camiones y voluntarios allá. Pero a menos de 5 kilómetros está Zacatepec, un municipio azucarero. Y aunque está mejor que Jojutla, tampoco es para presumir. Los derrumbes son norma. Su iglesia, por ejemplo, tiene ahora vistas al cielo azul sobre el altar. El padre Trinidad pide que se hable bajito. Hay miedo de que los sonidos fuertes causen nuevos derrumbes.
Allí vive Alan Uribe, pegado al mercado Lázaro Cárdenas, el barrio más afectado. Duerme en la puerta de lo que era su hogar por miedo a los ladrones. “La otra noche pillé a tres hombres entrando aquí, me dijeron que buscaban a una amiga, pero yo sé quien vive en mi casa, cabrón”, dice, “empecé a chiflar [silbar] y vinieron todos los vecinos y se fueron”. A uno _de sus nietos le han tenido que amputar el brazo. “Pero está bien”. Si los militares y policías se ven por todo Jojutla, en Zacatepec casi no hay. Su prima, Sandra, agradece a los voluntarios y se queja de las autoridades y su falta de acción.
Ya no hay comida
Los voluntarios de Zacatepec están preocupados. Cada vez llegan menos víveres desde otras partes del país como Ciudad de México. En un centro de acopio cerca del estadio de fútbol donde duermen las familias desalojadas, aseguran que ya solo les quedan medicinas, ropa y agua, nada de alimento. Se preguntan que harán después, una vez pase la ola de solidaridad, ya que están convencidos de que esto va para largo, que la reconstrucción será lenta. Un paramédico apunta a que están casi sin glucómetros y que les han robado parte del material que traía desde Tijuana, al norte del país, frontera con Estados Unidos.
El tercer vértice es Tlaquiltenango. Como Zacatepec, hay unas 30.000 personas en todo el municipio. Y como en Zacatepec, cuanto más te alejes del núcleo, menos presencia de autoridades. A las fueras está Las Bóvedas, una localidad terriblemente humilde de poco más de 200 habitantes, donde la familia Barco lleva en la calle toda la semana. También viven al lado de lo que queda de sus casas. El pillaje acecha.
Deciden que Mari, una de las hermanas, sea la voz de las cinco familias. “La mayor parte de la colonia está derriba y aquí no llega el Gobierno. Nos traen despensas [comida, medicinas y papel higiénico] los brigadistas [voluntarios] y no viene el ejército. Pasó protección civil y luego se fue”, dice. Justo al salir de Las Bóvedas, llega por fin un camión militar. Algunos vecinos se arremolinan a su alrededor. La familia Barco se queda sentada frente a las ruinas de su vida.