Por primera vez en 59 años, la presidencia de Cuba no llevará el apellido Castro. Como era de esperar, no ha habido sorpresas de última hora y Miguel Díaz-Canel, primer vicepresidente, ha recogido el testigo de Raúl Castro y se hará con la presidencia del país caribeño. Lo hará de la mano de la Asamblea Nacional que este miércoles celebró una sesión legislativa para dar inicio a los trámites que terminarán con la designación de Díaz-Canel.
El traspaso de poderes marca el relevo generacional en el Gobierno cubano, que deja de contar con sus históricos de la revolución al mando. Díaz-Canel no sólo no es un Castro, sino que tampoco es militar y ni siquiera había nacido cuando, en 1959, la revolución puso fin a la dictadura de Batista. “No ser un Castro es un elemento muy simbólico en la manera que el sistema político trabaja porque los Castro fueron los fundadores de la revolución. Sus huellas están en toda la ideología de la estructura del partido y de las fuerzas armadas”, cuenta Arturo López-Levy, experto en política latinoamericana y temas cubanos de la Universidad de Denver, en Estados Unidos.
Miguel Díaz-Canel, nacido en 1960 en Santa Clara, tiene 57 años, es ingeniero electrónico y llega a la presidencia tras un largo recorrido en el Partido Comunista (PC). De él se dice que es un hombre discreto, pragmático y con ciertos dotes de oratoria, que viene explorando desde que, en 2013, ascendió a la vicepresidencia del Gobierno y empezó a representar a Raúl Castro en varios eventos dentro y fuera de la isla. “No es un advenedizo ni un improvisado”, dijo Raúl sobre él tras nombrarle primer vicepresidente.
“Díaz-Canel fue formado durante años para esta posición, elegido a dedo por Raúl Castro y tiene el apoyo del partido”, analiza Michael Bustamante, profesor de Historia de América Latina y especialista en Cuba de la Universidad Internacional de Florida. “Es un hombre del sistema, aunque no está del todo claro cómo va a desempeñar su papel”.
Desenfadado y amante del rock
Empezó su carrera política en 1994, como secretario del PC en la provincia de Villa Clara, posición que mantuvo hasta 2003. Allí se forjó la fama de político abierto. En un momento en que los uniformes militares eran el traje oficial en política, Díaz-Canel se paseaba en vaqueros y camisetas deportivas, con el pelo largo y aspecto desenfadado. Apoyó varios proyectos culturales, entre ellos festivales de rock, género musical del que es seguidor -se dice que es fan de los Beatles- y que ha estado marginado en el país. Fue también bajo su mirada que se hizo el primer espectáculo de travestismo en Cuba. En 2003 asumió el puesto de secretario del partido de Holguín, pero su ascenso definitivo en el partido empezó en 2009, cuando asumió el Ministerio de Educación y, tres años más tarde, la vicepresidencia del Consejo de Ministros.
Su lealtad al partido y a los preceptos de la revolución, manteniendo un perfil bajo y sin grandes alardes, han sido claves para conseguir el apoyo de Raúl. “En los contextos revolucionarios, las dinámicas políticas son brutales y Díaz-Canel logró sobrevivir y ascender en ese contexto. Ha sido comedido y heterodoxo, abierto y justo en algunas áreas, lo que demuestra su capacidad de maniobrar dentro de esa estructura. Pero, para gobernar bien va a tener que demostrar capacidades que hasta ahora no ha demostrado”, señala López-Levy.
En sus manos estará la difícil tarea de dar continuidad a las reformas económicas iniciadas de manera tibia por Raúl Castro y legitimarse en el poder sin dar la espalda a las conquistas de la revolución. Sus principales retos estarán en el campo económico, como la unificación monetaria (reunir en una sola moneda el peso convertible, equiparable al dólar y utilizado para pagar los productos importados y los servicios, y el peso cubano, de uso doméstico) y aumentar la concesión de licencias a pequeñas y medianas empresas.
“Tarde o temprano tendrá que afrontar e implementar esas reformas y sus consecuencias. Por ejemplo, cómo unificar la moneda sin provocar graves consecuencias a la población”, explica Bustamante. Para el experto es aquí, en el éxito de las reformas económicas, donde el futuro presidente se juega su legitimidad. “La falta de un pasado revolucionario es tanto un hándicap como una oportunidad. Porque tendrá que buscar la legitimidad de su gobierno en los resultados y no en cuestiones históricas. Si lo logra será una fuente muy importante de apoyo”, sintetiza.
La ausencia de una conexión directa con la revolución y su juventud, que le hace acercarse más a la realidad actual cubana, pueden incluso ser una de sus principales bazas. “La gente le va a dar el beneficio de la duda. Es más representativo de la población que el grupo octogenario que ha ido a gobernando desde 1959 y hay mucha decepción por la tardanza en la implantación de reformas”, explica López-Levy. “Pero eso no significa que le sea más fácil gobernar”, avisa.
Reformas dentro del sistema
Su inclinación reformista tampoco significa que vaya a abandonar los dictámenes del partido, incluso porque Raúl Castro dejará la presidencia cubana pero seguirá al frente del PC hasta 2021, año en que se completará el traspaso de poderes. “Díaz-Canel es el elegido y va a ser él quien gobierne, no creo que Raúl esté gobernando desde los bastidores, pero Canel es alguien que pertenece al sistema y que va a seguir la misma línea de Castro”, cuenta Bustamante.
Señal de ello es quizás su único tropiezo en la discreción que viene cultivando. En 2017, en un vídeo filtrado por la oposición, se le ve en una reunión con militantes del partido cargando contra los “proyectos con contenidos subversivos” que están apareciendo en la isla, llegando a anunciar el cierre de algunos “muy agresivos contra la revolución”. “En algunos momentos ha dado la sensación de saber que hay cosas que necesitan cambiar para que el país avance, pero de ninguna manera va llegar y a destruir todo el legado de Castro”, resalta el analista.
En el nuevo escenario político queda por ver cómo encajará la oposición. Aunque, en la visión de ambos expertos, no parece que vaya a tener un papel muy distinto al actual. “La dinámica entre el gobierno y la oposición será la misma. Está muy cercana a EEUU para lo bueno y para lo malo, es un grupo muy cerrado y eso no creo que cambie. Son dos sectores que no se hablan si no se chillan”, relata Bustamante. “A corto y medio plazo tiene muy pocas posibilidades. No tiene poder de convocatoria y su cercanía a EEUU, cuyo objetivo ha sido manipularla y usarla como arma de la política imperial le ha pasado factura”, opina López-Levy.
La relación con EEUU, que ha vuelto a endurecer su política de bloqueo tras la elección de Donald Trump, será, de hecho, otro de los temas pendientes. Una relación en la que Díaz-Canel tendrá poco margen de maniobra “Está todo en la mano de Trump. Ha decidido reverter toda la política de Obama y no le veo con ganas de distender la relación. Lo cual es una pena, porque cuanto más agresiva sea la política de EEUU más probable será que los políticos cubanos tengan miedo a dar los pasos necesarios hacia un cambio en el país”, analiza Bustamante.
“El ascenso de un ‘no Castro’ ofrece una oportunidad soñada para que EEUU cambie la política hacia Cuba que ha sido un fracaso. ¿Lo van a hacer? No. Donald Trump, Mike Pompeo y John Bolton son la fórmula perfecta para que EEUU pierda esta oportunidad. Van a mantener su bloqueo y le van a regalar a Canel una fuente importante de legitimidad que es el nacionalismo cubano. Va a ser medido en ese área por la capacidad de resistir a las presiones de los EEUU. Y, en eso”, concluye López-Levy, “el Gobierno cubano tiene 60 años de experiencia”.