En el último acto de campaña en Rio de Janeiro este martes, miles de personas esperaban las palabras del candidato a presidencia brasileña Fernando Haddad. Junto a él en el escenario, hablaban intelectuales, artistas del calibre de Chico Buarque o Caetano Veloso e incluso un pastor evangélico.
“Por supuesto que vamos a remontar la diferencia y ganar las elecciones. Estos últimos días varias personas han mostrado su apoyo a Haddad: Marina Silva (la candidata que obtuvo un 1% de los votos en primera vuelta), y…¿quién más ha mostrado apoyo últimamente?...algunas personalidades, está claro que vamos a remontar” afirmaba una de las asistentes, Julia Ripal. “Para nosotros el único líder es el expresidente Lula da Silva. Él es inocente” apoyaba la profesora universitaria Cristina Alondra. El enfermero Marcelo Soares confiaba en “detener al candidato fascista, racista y homófobo y a todos los que apoyan sus ideas, que también lo son”.
Vítores, banderas y cánticos se congelaron cuando tomó la palabra el rapero Mano Brown. Invitado por el Partido de los Trabajadores(PT) y en la cara de Fernando Haddad, dijo “No me gusta este clima de fiesta, la ceguera que tienen nuestros oponentes nos afecta a nosotros también. No hay nada que celebrar. Tenemos que alcanzar todavía casi 30 millones de votos…”. Entonces comenzaron los abucheos. “Si somos el Partido de los Trabajadores, el partido del pueblo, tenemos que entender lo que quiere el pueblo. Si no lo sabes, te vas a la base y te enteras”.
Ni con estas duras palabras, el rapero consiguió despertar a los que desean continuar soñando con lo que consideran el triunfo de la democracia sobre el fascismo, de los trabajadores frente a los opresores, del bien evidente contra el mal absoluto. Fernando Haddad cuenta con un 44% de apoyo de cara al domingo según las últimas encuestas. Su oponente el ultraderechista Jaír Bolsonaro tiene un 56%.
El que fuera ministro de educación y alcalde de São Paulo no ha conseguido contrarrestar el rechazo que muchos brasileños muestran hacia el PT, al que responsabilizan de la crisis económica actual del país e identifican con los numerosos casos de corrupción descubiertos en los últimos años. El partido le designó como candidato apenas un mes antes de la celebración de la primera vuelta de los comicios. Hasta entonces la organización decidió mantener la apuesta por Lula da Silva, presidente de Brasil de 2003 a 2010, a pesar de que ya llevaba algunos meses cumpliendo condena por corrupción.
Con un Bolsonaro favorito en las encuestas y ausente en los debates por la cuchillada que recibió el 7 de septiembre en un acto de campaña, Fernando Haddad fue prácticamente el único blanco de las críticas de todo el resto de candidatos. La estrategia era colocarse en un segundo puesto para pasar a la segunda vuelta e intentar ganar la presidencia del país en una lucha cuerpo a cuerpo con Jaír Bolsonaro. De todas las combinaciones posibles, Brasil escogió la más radical. Jaír Bolsonaro obtuvo el pasado 7 de octubre el 46% de los votos; Fernando Haddad el 29%. Los electores tendrán ahora que escoger entre un candidato con propuestas ultraderechistas y otro de izquierdas, heredero de varios años de corrupción y crisis en el país. En estas elecciones una gran parte de los brasileños reconocen no votar a favor de un candidato, sino votar en contra del de enfrente.
Las tres semanas que han separado la primera y la segunda vuelta no han sido fáciles para el candidato del PT. El resto de candidatos se han mostrado tibios a la hora de declararle claramente su apoyo. Algunas personalidades del poder judicial y el expresidente Fernando Henrique Cardoso mostraron el rechazo por Jaír Bolsonaro después de que este afirmara que no aceptaría una derrota en las elecciones o su hijo sugiriera que se podría ocupar militarmente el Tribunal Supremo. Pero se han asegurado de no parecer demasiado entusiastas con la candidatura de Haddad.
Candidato ausente
Jaír Bolsonaro ha conseguido alargar su convalecencia para no enfrentarse a absolutamente ningún debate con el izquierdista. Haddad llegó a declarar que iría a la misma enfermería a debatir con Bolsonaro, que hablaría bajo para no alterar su estado de salud e incluso no le miraría a la cara si así lo prefiriese su oponente. Seguramente su presencia y oratoria como profesor de universidad destacarían frente al capitán de reserva firme en los ataques pero titubeante ante sus propias propuestas.
El PT tiene un programa de gobierno arriesgado, pero más articulado. Sin embargo, Haddad no ha tenido la oportunidad de explicar por qué sus planes de inversión en salud y obras públicas son mejores para sacar a Brasil de la crisis que las privatistas de Bolsonaro. En ese arduo camino se ha encontrado con un gran enemigo, el poder económico; tanto la bolsa como la cotización del real se han ido fortaleciendo a medida que su derrota se hacía más evidente.
Pero un clima de odio y una serie de agresiones físicas o verbales a minorías pro Haddad han hecho que muchas personas tomen conciencia sobre lo que puede significar vivir en un país cuyo presidente tiene tras de sí un historial de comentarios racistas, homófobos, machistas y autoritarios. Las últimas encuestas muestran un crecimiento del índice de rechazo hacia Jaír Bolsonaro y un descenso en el de Haddad, que de todas formas continua siendo superior.
El domingo sabremos a quien han identificado los brasileños como el mal menor.