El destino de Jair Bolsonaro dio un giro decisivo el 6 de septiembre. Ese día, durante un acto de campaña, el candidato ultraderechista fue apuñalado y seguramente, en ese momento, ganó las elecciones de Brasil. “Habéis elegido al presidente de Brasil”, dijo uno de los hijos del candidato en el hospital. Cuando empezó la campaña para las presidenciales, nadie apostaba por él. A lo largo de sus 27 años de vida política, este excapitán del ejército se había revelado un diputado mediocre, de dudosas convicciones (cambió de partido siete veces) y dueño de un discurso disparatado que reivindicaba la dictadura y donde proliferaban las declaraciones racistas, homófobas y misóginas.
Pero el 6 de septiembre, esa puñalada le puso en el foco de toda la atención mediática. El candidato del Partido Social Liberal, una formación que tan sólo tendría derecho a nueve segundos de tiempo de campaña en televisión, logró estar presente todos los días, en todos los espacios informativos. Más aún, logró hacerlo sin tener que hablar de su contradictorio programa y sin tener que presentarse a los debates, por recomendación médica. A la vez, los demás candidatos fueron obligados a rebajar sus críticas hacia Bolsonaro para no parecer desalmados. Cinco días después del ataque, Bolsonaro subía ya 4 puntos en la intención de voto. “Fue una tragedia a nivel personal pero realmente un regalo a nivel político. Sin el ataque, Bolsonaro terminaría desapareciendo de la campaña en la fase decisiva”, analizaba entonces Bruno Speck, politólogo de la Universidad de São Paulo.
Todo esto, sumado a un fuerte sentimiento antipetista entre la población, por la recesión de la economía y los casos de corrupción que afectaron al Partido dos Trabalhadores, y un dominio de las redes sociales, en una campaña marcada por las fake news, completó la tormenta perfecta que catapultó a Bolsonaro hacia el Palacio del Planalto.
“Bolsonaro fue un terremoto político. Ignoró las instancias tradicionales, no tenía tiempo de televisión ni fondos partidarios pero logró establecer una conexión directa con el electorado a través de las redes y capitalizar un público desencantado con la política y bajo los efectos de una de las peores recesiones económicas de la historia de Brasil”, analiza Paulo Sotero, director del Instituto de Estudios Brasileños del Wilson Center, en Washington. Y el 28 de octubre, Bolsonaro fue elegido presidente de Brasil.
Los movimientos sociales de derechas
Sin embargo, la era Bolsonaro empezó a gestarse mucho antes, allá por 2013. Las calles de São Paulo, con Haddad de alcalde, se llenaron de protestas en contra de la subida del transporte público. La población se movilizó en manifestaciones masivas convocadas a través de las redes sociales. Los grupos sociales de derechas vieron ahí una oportunidad y aprovecharon para posicionarse en las redes ante un público más joven y liderar un movimiento social en contra de las políticas de izquierda, con el PT en el ojo del huracán. Bolsonaro supo entender el momento y empezó su página de Facebook entonces, que ahora cuenta con más de ocho millones de seguidores.
En medio del terremoto social apareció el Movimiento Brasil Libre, un grupo ultraliberal que lideró las protestas en contra de la presidenta Dilma Rousseff y que culminarían con su impeachment en 2016. Las manifestaciones de entonces eran las primeras claramente de derechas desde el fin de la dictadura militar y un caldo de cultivo perfecto para que Bolsonaro apareciera, en 2017, formalizando su candidatura a la presidencia de Brasil.
Whatsapp, las redes y las 'fake news'
A partir de entonces las redes fueron su medio de difusión preferido. Las utilizó para diseminar sus mensajes bajo el slogan “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos” y que iban desde la oposición al proyecto de ley que criminaliza la homofobia, una propuesta para votar con papeleta y evitar un supuesto fraude en las urnas electrónicas o el rechazo a una Comisión de la Verdad, para investigar abusos cometidos por la dictadura militar.
Con tan sólo nueve segundos de televisión, Facebook y Whatsapp fueron sus dos vías de comunicación preferidas. El uso que su maquinaría de campaña hizo de las fake news fue abrumador. “El mismo día de la primera vuelta de las elecciones hubo mensajes sobre fraude electoral, vídeos falsos hablando de manipulación de las urnas. Es un fenómeno nuevo, una forma distinta de hacer campaña y de llegar más cerca de la población y muy difícil de analizar”, cuenta el politólogo de la Fundación Getúlio Vargas, Michael Freitas.
La trama de fake news en Whatsapp, financiada por empresarios afines al ultraderechista y destapada por el diario Folha de São Paulo, es el ejemplo máximo de esta estrategia.
Desde el supuesto kit gay creado por Haddad y que fomentaría la homosexualidad en los colegios, y que no era más que un programa destinado a formar profesores en los derechos LGTBI, hasta noticias asegurando que, si el PT ganaba las elecciones, los niños a partir de los 5 años serían propiedad del Estado o textos donde Haddad, supuestamente defendía el incesto. Todo esto fue difundido sin control. Y cuando Haddad, tras el primer turno de votación, propuso un pacto contra las fake news, Bolsonaro lo rechazó.
El hartazgo de la sociedad y la caída de la izquierda
El discurso radical de Bolsonaro caló en una sociedad harta de la corrupción, castigada por la recesión económica y el desempleo y preocupada por los problemas de inseguridad siempre presentes en el país. Casi 13 millones de personas están en paro y la tasa de homicidios es una de las más altas del mundo: el año pasado, más de 63.800 personas fueron asesinadas, según el Anuario Brasileño de Seguridad Pública. El macro caso de corrupción 'Lava Jato', por el que Lula da Silva, carismático líder del PT, fue condenado a 12 años de cárcel e imposibilitado de presentarse a las elecciones, terminó de dibujar el fracaso de la izquierda en el país.
En la población creció un fuerte sentimiento antipetista, que culpaba de todos los males del país al Partido dos Trabalhadores, ese que un día hizo soñar al gigante sudamericano con una clase media boyante y terminó decepcionando a sus electores con sus desmanes políticos y la corrupción.
“Tenemos una lógica de antipetismo, incluso un frente ‘antilulismo’ muy importante, impulsado por los casos de corrupción, sumado a un conservadurismo exacerbado que Bolsonaro ha conseguido capitalizar”, dice el politólogo e investigador de la Universidad de São Paulo, Humberto Dantas.
En este escenario, Bolsonaro, que se presentaba como un outsider político -pese a sus 27 años como diputado-, alejado de la corrupción y alguien con mano dura, que iba a enderezar el país, tuvo una enorme acogida. Además, Bolsonaro representaba el defensor de los valores tradicionales, la familia y la seguridad y con eso captó el apoyo de un sector conservador muy importante en la sociedad brasileña como es el movimiento de los evangélicos.
Bolsonaro supo acercarse al electorado que se sentía decepcionado y traicionado por el PT y al mismo tiempo, a un segmento de la población, muy conservadora, que no tenía un líder que le diera voz hasta entonces. Sus declaraciones homófobas, racistas, misóginas, que justificaban la dictadura y la tortura, los abusos de poder de la policía y el armamento de la población, calaron en esos segmentos como las “verdades incómodas” que nadie más osaba decir.
“Es un discurso de extrema derecha en un país que tiene sus traumas asociados a la dictadura militar y él ha rescatado un elemento conservador y violento, característica de una parte más radical de la sociedad, que es más común de lo que pensamos”, señala Dantas.
Estaban reunidos los ingredientes para las elecciones más polarizadas de Brasil, las que más enfrentaron a la sociedad y decididas por el voto a la contra. Brasil ya eligió a su mal menor. Queda por ver qué consecuencias tendrá para el país.