Durante los últimos cuatro años, Sergio Moro fue la cara más visible del combate a la corrupción en Brasil. Él fue el responsable de la operación 'Lava-Jato', un macrocaso de corrupción que llevó al expresidente brasileño y líder del Partidos dos Trabalhadores, Lula da Silva, a la cárcel. Dictada en 2017 y ejecutada en abril de este año, su prisión inhabilitó al líder petista para el ejercicio de cualquier actividad política a las puertas de unas elecciones que, según todas las encuestas, ganaría.
La historia que viene después es conocida: con Lula en la cárcel, el PT fue incapaz de unir a sus votantes en torno a Fernando Haddad y Jair Bolsonaro, el candidato de la ultraderecha, terminó sentado en el Palacio del Planalto. Pero el giro de guión definitivo vendría esta semana, con la noticia de que Sergio Moro, el azote de Lula y del PT, sería parte del Gobierno de Bolsonaro. Y no cualquier parte, sino ocupando la cartera de un superministerio formado por la unión del Ministerio de Justicia con el de Seguridad Pública, por lo que tendría a su cargo la Policía Federal también.
Dos años tardó Sergio Moro en cambiar de opinión. En 2016, en entrevista al periódico Estado de S. Paulo, aseguraba que "jamás" entraría en política. "No. Jamás. Jamás. Soy un hombre de la justicia, no un hombre de la política. La política es una actividad importante, quien trabaja en política tiene mucho mérito pero yo soy un juez, estoy en otra realidad, tengo otro tipo de trabajo y de perfil. No existe jamás ese riesgo", decía entonces el juez, que defendía también que "los mundos de la política y la justicia no deben mezclarse".
Ahora, tras aceptar la invitación de Bolsonaro, Moro justificaba su decisión con "la perspectiva de implementar una fuerte agenda anticorrupción". "Lo acepté con alguna pena, porque tendré que dejar atrás 22 años de magistratura. Pero la perspectiva de implementar una fuerte agenda anticorrupción y contra el crimen organizado, respetando la Constitución, la ley y los derechos, me han llevado a tomar esta decisión. En la práctica, es la oportunidad de consolidar los avances contra el crimen y la corrupción de los últimos años y apartar los riesgos de retrocesos por un bien mayor", señaló Moro.
El azote de la corrupción
Sergio Moro, de 46 años, salió del anonimato en 2015 con el estallido de la operación 'Lava-Jato'. Cultivó la imagen de juez implacable, que no se atemorizaba por los peces gordos involucrados en sus operaciones, dictando de manera firme órdenes de prisión para los empresarios más poderosos de Brasil, persiguiendo un país libre de corrupción.
Era una figura discreta y reservada pero que se dejaba ver donde tenía que ser visto y que hizo todo lo posible para que su nombre quedara asociado a la lucha contra la corrupción y en ella, eligió como diana principal a Lula. Sergio Moro siempre quedará para la historia como el primer juez en encarcelar a un expresidente de Brasil. La derecha le venera. La izquierda, y el PT en concreto, cree que es el líder de un golpe contra el PT.
Nada más conocerse la decisión de Sergio Moro de ser el ministro de Justicia, Lula publicaba un tuit desde la cárcel con la entrevista del juez al Estado de S. Paulo asegurando que jamás entraría en política. Varias figuras del PT hicieron lo mismo.
A lo largo de la campaña, las acusaciones a Moro de persecución política al partido de Lula fueron constantes. El PT llevó incluso el caso de Lula a la ONU y consiguió que la organización internacional emitiera un parecer en el que instaba a la Justicia brasileña a respetar "los derechos políticos de Lula".
"Es cierto que Lula tiene razón en algunos puntos. Su caso fue el más rápido, el que ha tenido la condena más dura y justo antes de unas elecciones que, según todos los sondeos, le harían presidente del país. Es un caso muy complicado. El timing y la contundencia de la decisión resultan extraños. Pero eso no significa que no sea correcta, simplemente no se han dado las explicaciones suficientes", contaba a este periódico hace unas semanas Michael Freitas, profesor de ciencia política de la Fundación Getulio Vargas.
Coqueteo con la política
Sergio Moro siempre ha sido hábil en su relación con la política. Días antes de las presidenciales, y ya con Haddad como candidato del PT, el juez hizo público el testimonio de Antonio Palocci, exministro de Lula y Rousseff, que no sólo incriminaba a Lula, sino que implicaba al coordinador de la campaña de Fernando Haddad. Le llovieron críticas del PT, acusándole de intentar manipular las elecciones y perseguir al PT una vez más.
Dos años antes, cuando Dilma Rousseff se enfrentaba a su proceso de impeachment, Moro dejó que salieran a la luz unas escuchas telefónicas entre ella y Lula en el momento que más les podía perjudicar. Moro se disculpó por la decisión meses después pero insistió en que no había motivación política en ella.
Se esforzó por aparentar neutralidad pero su mujer, la abogada Rosângela Wolff, subió varios mensajes de apoyo a Bolsonaro a su cuenta de Instagram. También el vicepresidente del ultraderechista confesó que los primeros contactos con Moro, para que que se pusiera al frente del ministerio, se dieron aún durante la campaña.
Algunos ven en este movimiento un primer paso del juez para presentarse como candidato a las elecciones de 2022. Bolsonaro ha insistido muchas veces en que será un presidente de un sólo mandato y la elección de Moro para la Justicia hizo saltar las alarmas. Según informa Folha de São Paulo, ésta sería una posibilidad con la que ya trabaja el núcleo más cercano al presidente electo.
Secretismo y privacidad
De la vida privada de este juez de 46 años poco se conoce. Habla poco con la prensa y sus amigos y familiares tienen indicaciones precisas para no revelar ningún dato suyo a los periodistas. En 2016, el Diario do Centro do Mundo intentó hacer un perfil del magistrado. Envió a dos reporteros durante 70 días para patear la ciudad natal de Moro, Maringá, en el sureño estado de Paraná, y hablar con sus padres, amigos y todos cuantos le pudieran conocer. Consiguieron alguna anécdota pero poco más que lo que dice su biografía oficial.
Nacido el 1 de agosto de 1972, en plena dictadura militar, Moro creció en el seno de una familia acomodada. Sus padres eran profesores universitarios: su padre, de geografía y su madre, de portugués. Pese a que los dos daban clases en la universidad pública, Moro estudió en un colegio privado. Era el pequeño de dos hermanos y, en el país del fútbol, a Moro no le gustaba 'jogo bonito'. Los vecinos sólo le recuerdan dos pasiones: la bici y la gimnasia.
Idolatraba a su padre, Dalton Áureo Moro, que murió de cáncer en 2005 y con quien tenía una relación muy cercana. "'Serginho' es el espejo de su padre. Metódico, apologista de seguir las normas", cuenta al periódico un amigo del padre del juez.
Moro se licenció en derecho en 1995, se sacó un máster en 2000 y, en 2002, se doctoró en Derecho del Estado. Empezó a destacar en los juicios de casos de corrupción en 2003 y, en 2014, ya como juez del Tribunal Federal de Curitiba, se encargó de la operación 'Lava-Jato'. En un país donde la Justicia adolece de mucha lentitud, Moro destacaba por la rapidez con la que conducía las operaciones.
Casado con Rosângela Wolff y padre de dos hijos, su exposición mediática gracias a la operación 'Lava-Jato' le ha obligado a reforzar sus medidas de seguridad. Cambió la bici por el coche blindado con escoltas para ir al trabajo y apeló al silencio sobre su vida privada a los más cercanos.
Ahora, el azote de empresarios y políticos corruptos abandona los tribunales y se convierte en político en una maniobra que puede dar la razón a todos los que le acusaron de seguir una agenda política para perseguir a Lula. Él, por su parte, asegura que solo lo hace por un "bien mayor". Queda por ver si es Brasil o la silla del Planalto en 2022.