Esta semana Brasil enterraba a uno de los fenómenos televisivos de las últimas décadas, el padre Quevedo. Pero que nadie busque en este mundo el espíritu del sacerdote parapsicólogo español. Para conectar con él, la única vía son los cientos de vídeos de programas de televisión brasileños en los que gritaba con marcado acento madrileño y enérgicos aspavientos: “¡No hay espíritus de muertos!”.
Con su grito de guerra ¡eso no existe! fue el azote de ilusionistas, prestidigitadores, espiritistas y curanderos de Brasil y Latinoamérica. “El espiritismo es una estupidez y solo cree en él quien es idiota”, afirmaba sin vergüenza en los programas de máxima audiencia de un país donde el espiritismo es reconocido como religión.
El padre Quevedo nació hace 88 años en Madrid, era hijo de Manuel González-Quevedo, diputado afín al golpe de Estado franquista, que fue fusilado en el año 37 por el bando republicano. El padre Quevedo siempre presumía de las últimas palabras que según él, su padre gritó ante sus ejecutores: "¡Viva Cristo Rey!".
Según su relato, la familia tuvo que exiliarse a Gibraltar, donde le recomendaron por miedo no salir mucho a la calle. Un tío suyo le llevaba libros de espiritismo que él devoraba. Ahí nació su interés por la parapsicología. Estudió Humanidades, Filosofía y Psicología, pero en sus trabajos de postgrado siempre aparecía su gran afición, la parapsicología, entendida como el estudio de lo misterioso o lo poco común.
Así que le recomendaron ir a Brasil, campo de cultivo de supersticiones, hechizos y, según él, charlatanes. Después de estudiar teología y ordenarse sacerdote comenzó su cruzada contra los cazafantasmas brasileños.
El padre Quevedo contra Uri Geller
El más famoso fue el episodio contra Uri Geller, el ilusionista israelí que dobló cucharillas y arregló relojes de españoles a través de las pantallas de TVE junto a José María Íñigo en Directísimo y Mayra Gómez Kemp en Un, dos tres. En un reciente paso por España, volvió a doblar cucharas en El Hormiguero frente a un entusiasmado Pablo Motos y Los Chunguitos boquiabiertos. También en Brasil tuvo éxito. Miles de personas llamaron a la televisión asegurando que sus electrodomésticos escacharrados funcionaban gracias a las palabras de Uri Geller a través de la pantalla. Sus minutos de televisión en Brasil daban tanta audiencia como en España. Hasta que llegó el padre Quevedo.
El mentalista israelí se enfrentó al cura castizo durante cinco horas en televisión. Quince periodistas observaban el debate: “El padre Quevedo contra Uri Geller: K.O. en el primer round”. El padre Quevedo desmontaba uno a uno todos sus trucos llamándolo charlatán. Según su testimonio, nunca desmentido, Uri Geller reconoció su fracaso y convenció a los directores de las televisiones a las que tantos minutos de éxito había dado para no emitir el programa. A cambio, cogió un avión al siguiente día con la promesa de no volver a pisar Brasil.
A partir de ese momento el país tropical pasó a ser territorio del padre Quevedo. Con soberbia castellana llamó estafadora a una médium que aseguraba materializar objetos a partir del algodón de un barreño. Con tono chulesco habló en hebreo a uno que decía que era la reencarnación de Lucifer para deshacer su mentira. Con sonrisa socarrona se enganchó un imperdible en la garganta mientras un faquir, actuando para otra cámara, invocaba fuerzas esotéricas fingiendo una exagerada concentración para poder hacer algo similar en una señora del público. Apostaba con retranca grandes cantidades de dinero a cualquiera del público que le demostrara fenómenos paranormales.
El padre Quevedo no dejó títere sin cabeza, desmintió la reencarnación de almas, influjos de espíritus en la tierra, regresiones al pasado e incluso la existencia del demonio en sus decenas de libros. Según él, cualquier forma de telepatía o telequinesis (mover objetos cercanos con la mente) son una habilidad innata de nuestro inconsciente que estaba poco desarrollada y así debía continuar.
A pesar de todos los males de ojo que seguramente ha recibido a lo largo de su vida y sus problemas cardíacos, Óscar González Quevedo ha muerto con 88 años plácidamente en la residencia de curas jesuitas jubilados donde pasó sus últimos años. Su legado, el Instituto Padre Quevedo, hace visitas ambulatorias, tratamientos clínicos y cursillos para que aquellos que sienten que están embrujados o tienen poderes esotéricos se queden tranquilos y dejen de pensar que aquello que es fruto de su mente se debe a una fuerza paranormal.