Más de dos años han pasado desde que el Congreso colombiano ratificó el acuerdo de paz entre el Gobierno liderado por Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Atrás quedaron más de 50 años de conflicto armado y casi 9 millones de víctimas.
El proceso le valió a Juan Manuel Santos gratitud y disgustos a partes iguales. En 2016, recibió el premio Nobel de la Paz en reconocimiento de su labor en las negociaciones por la paz. La misma labor por la que sus opositores le tildaron de traidor a la patria. "El proceso me costó la totalidad de mi capital político, pero a veces uno debe hacer lo correcto, aunque no sea lo popular", dice.
Ahora el expresidente de Colombia publica La batalla por la paz (Península), un libro que desvela los detalles del proceso. En Madrid, para presentar la obra, Juan Manuel Santos reitera su convicción de que "la paz es irreversible" y señala que "la historia se encargará de reconocer la bondad del camino que tomamos".
¿Cómo ve la aplicación del acuerdo de paz a día de hoy?
Es un camino irreversible. Hacer la paz siempre es difícil pero tenemos un acuerdo bien negociado, que es irreversible, no solo legalmente, sino en lo que ha significado en pérdida de vidas, número de víctimas. Hay que seguir perseverando para que se cumplan los acuerdos
El Gobierno de Iván Duque es contrario al proceso de paz y ha anunciado una reforma al sistema de justicia transicional acordado, aunque no ha concretado en qué se traduciría. ¿Teme que signifique un retroceso?
Si las reformas significan un incumplimiento de los acuerdos firmados, la Corte Constitucional no lo va a permitir. Si la reforma se refiere a un consenso, que cuente con el apoyo de las FARC y las partes interesadas, y que represente una mejoría en los acuerdos, bienvenida sea.
Dice que la paz tiene un precio. ¿Qué precio pagó la sociedad colombiana?
Esta paz no es perfecta. Es producto de una negociación entre seres humanos y entre sectores de la sociedad que son antagónicos. Y en una negociación como esta siempre hay que decidir dónde uno traza la línea entre la paz y la justicia. Habrá personas insatisfechas de un lado y del otro, y es normal, pero hay que continuar construyendo esa paz. Y eso significa darle a quienes han cometido crímenes de guerra y lesa humanidad beneficios jurídicos, lo que no significa impunidad. Darles opciones a cambiar las armas por los votos. Ese es el precio que la sociedad tuvo que pagar, un precio mínimo teniendo en cuenta los beneficios.
¿Y dónde se traza la línea entre paz y justicia? ¿Se puede tener la una sin la otra?
Es una medición muy pragmática y realista. Les pedí a mis negociadores que buscaran un máximo de justicia que permitiera la paz y creo que se llegó a un punto de equilibrio. Teníamos que ser realistas. Sabíamos que una justicia absoluta y ordinaria era una utopía y hubiera cerrado la puerta a la paz. Los guerrilleros no iban a entregar las armas para irse a la cárcel toda la vida.
¿Es lícito pedirles a las víctimas que transijan con ese tipo de acuerdo y una aplicación parcial de la justicia?
¡Sin duda! Y me sorprendió, porque pensé que serían justo las víctimas las que se iban a oponer pero descubrí que no, que fueron las más generosas en aceptar este tipo de justicia. Eran las que decían “presidente, si tiene que hacerse esto para que otros no sufran lo que sufrimos nosotros, que se haga”. Para mí fue una lección de vida. Ellos sufrieron una guerra en carne propia y se dieron cuenta de que era una situación absurda que no se merece una sociedad, y ese dolor lo convirtieron en generosidad. Por eso fue una lección de vida.
¿Ve factible que se pueda alcanzar un acuerdo similar con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que a día de hoy sigue matando en Colombia?
El Gobierno decidió romper las conversaciones, lo que supuso un error, porque el ELN ya estaba dispuesto a cesar fuego. Se podría haber aprovechado para iniciar un proceso de lo que llamamos la paz completa. En algún momento se tendrá que hacer para terminar con la violencia.
Bolsonaro reivindica la legitimidad de un golpe militar, algo que a todos los demócratas les debe producir escozor...
En su libro dice que se arrepiente de haber realizado un referéndum, y que no lo volvería a hacer, porque “la gente no vota lo que se le pregunta”. ¿No hay algo de condescendiente en hablar del electorado de esta forma, como si no fuera capaz de decidir por sí mismo?
Es una realidad. En el caso Colombia el propio gerente de la campaña del ‘No’ en una entrevista confesó que la campaña estaba hecha para manipular al electorado y lo lograron. Fuimos víctimas de esta nueva era de fake news, de desinformación, que engaña a la población. Hubo una manipulación clarísima del electorado, como pasó también con el brexit.
Las post verdad, las fake news... nada de eso contribuye a la tolerancia, a la conciliación o al diálogo. Lo único que hacen es profundizar en la polarización, algo que a ninguna democracia le conviene porque genera estancamiento, hace difícil la gobernabilidad. Yo sigo abogando por recuperar el extremo centro, que consigue encontrar puntos en común con respeto por las diferencias.
Ahora mismo, encontrar el “extremo centro” en América Latina es complicado…
Es difícil porque los dos países más importantes son productos de un populismo. Latinoamérica vive entre el populismo de izquierdas de México y el populismo de derechas de Brasil y eso me preocupa mucho. En Brasil, Bolsonaro reivindica la legitimidad de un golpe militar, algo que a todos los demócratas les debe producir escozor... No ayuda a la integración de la región que sigue con muchas dificultades por culpa de los errores de gobernación que se han cometido.
¿Qué le parece la polémica desatada por López Obrador, exigiendo a España que pida perdón por la conquista?
Eso es parte de una expresión de un populismo folclórico que busca aplausos en determinados sectores. Una vez más, no contribuye a la conciliación ni a la búsqueda de consensos.
¿Por qué no se ha podido establecer en Iberoamérica un espacio de cooperación que funcionara como la Commonwealth?
Son situaciones diferentes. Los latinoamericanos somos más difíciles, hay una especie de mentalidad caudillista que nos es la más propicia a la integración. Y la influencia de Reino Unido sobre los países de la Commonwealth es diferente a la de España sobre América Latina. Tenemos un defecto terrible en América Latina, yo le llamo el ‘complejo de Adán’: los gobernantes creen que con ellos comienza la Historia y deshacen todo lo que viene de atrás. Los ingleses tienen una concepción diferente, de construir sobre lo construido.
¿Cómo valora la situación de Venezuela?
Es una situación muy triste. Nos preocupa muchísimo en Colombia, donde ya estamos sufriendo las consecuencias. Hay que buscarle una solución pacífica porque la violencia sería lo peor que le podría pasar a los venezolanos, a los colombianos y a la región en general. Tiene que ser una solución negociada, hay que sentarse a construir un puente de plata, como le llamo yo, una salida digna para el régimen que permita una transición pacífica.
Una intervención militar de EEUU generaría una situación de caos durante mucho tiempo, abriría heridas que tardarían generaciones en sanarse
¿Aún estamos a tiempo de solucionar el conflicto con el diálogo? ¿Quién debería liderar ese proceso?
Nunca es tarde para buscar soluciones. Lo vivimos en Colombia y lo que parecía imposible se logró. Si se generan las condiciones correctas se puede conseguir. Los que deben liderar la negociación son los venezolanos: el régimen y Guaidó que recoge por primera vez toda la oposición. Y luego tiene que contar con la cooperación de países tan importantes como China, Rusia, Cuba, EEUU y el resto de América Latina.
Guaidó empezó con mucho empuje pero, desde fuera, la sensación es que va perdiendo fuerza. ¿Se puede perder la oportunidad de un cambio?
Si se niega la posibilidad de una negociación se va desgastando todo el engranaje y eso dificulta la solución. La inamovilidad lo que hace es generar frustración. Por ejemplo, se cometió el error de politizar la ayuda humanitaria que generó unas expectativas que, al no cumplirse, frustraron a la gente. El cambio, cuando no se produce, genera desgaste. Hay que aprovechar las condiciones que creo que todavía existen para lograr el cambio.
¿Teme una intervención militar por parte de Estados Unidos?
Es el peor de todos los caminos posibles y se lo dije en varias ocasiones al presidente Trump. Eso generaría una situación de caos durante mucho tiempo, abriría heridas que tardarían generaciones en sanarse. El fantasma de la intervención de EEUU en Latinoamérica es un fantasma demasiado poderoso y no creo que ningún país esté dispuesto a aceptar eso.