En el imaginario chavista, nada se entiende sin 'El Caracazo'. Tras su nueva victoria electoral de 1988 (ya había ganado las elecciones de 1973), Carlos Andrés Pérez, de la supuestamente socialdemócrata Acción Democrática, decide dar un giro a la política económica y abrazar las políticas recomendadas por el FMI.
El resultado, en un país corrupto y ya empobrecido por años de turnismo y caciquismo encubierto, es un empobrecimiento social que sirve de caldo de cultivo para unas revueltas y saqueos en Caracas y alrededores que duran nueve días: del 27 de febrero al 8 de marzo de 1989.
Nueve días de revueltas dan para mucho y dejan clara la insatisfacción -por decirlo de algún modo- de las clases trabajadoras. La reacción empieza de manera tibia, una especie de "ya se cansarán" y acaba con tiros por la calle, que es como acaban siempre estas cosas. El Gobierno de Pérez cifra en 276 el número de fallecidos y aquello acaba siendo un error garrafal. En fosas comunes descansan cientos de venezolanos más, probablemente miles. El número exacto nunca lo sabremos y la falta de exactitud enfada a veces más que el hambre porque la falta de exactitud en la injusticia llama a una injusticia mayor.
En rigor, el chavismo empieza ahí: en 1989, solo que por entonces nadie lo sabe. Nadie conoce a Hugo Chávez, un joven mayor del ejército que ya coquetea con la política e intuye que su momento se acerca. El momento del gran líder, el momento del caudillo redentor. Ya de adolescente, Chávez solía decir que iba a ser presidente, pero no se refería a presidir sin más. Se refería a dominar, a controlarlo todo, a dictar.
¿Cuál es el único parecido con su admirado Simón Bolívar? Un confuso amor a la patria consistente en protegerla con sangre propia y ajena, si es preciso. La fascinación no ya por el presente sino por la Historia, con mayúscula.
El golpe de 1992
'El Caracazo' es lo que está detrás del famoso golpe de Estado de 1992 contra el Gobierno de Pérez. Es lo que lo legitima. No ya la situación económica, que es penosa. No ya la corrupción política, que anega a los dos partidos que llevan décadas turnándose en el poder. La legitimación es la injusticia, que queda en la mente de los represaliados y se puede manosear con mucho más descaro que las cifras.
La injusticia siempre necesitará una reparación y, así, Hugo Chávez, ya comandante del Batallón de Paracaidistas 'Coronel Antonio Nicolás Briceño', se autoerige en juez salvador, lanzando la primera amenaza seria al 'puntofijismo', el primer aviso de lo que estaría por venir.
Si Chávez realmente creía que su asonada triunfaría o si sabía que estaba destinada simplemente a engordar la narrativa de la insurrección es algo que aún se discute como se discute el 'putsch' de Munich de 1923. El comandante quedó como un héroe, aceptó su destino en prisión, donde siguió dando entrevistas, escribiendo libros y alimentando su leyenda. Todos los problemas aún existentes parecían tener una solución, solo que esa solución estaba entre rejas. Estar al margen del caos siempre te hace quedar bien.
En 1994, un anciano Rafael Caldera sustituía a Pérez en la presidencia como Pérez le había sustituido a él en los años setenta. Una de sus primeras decisiones, en principio para contentar a los grupos de izquierda con los que necesitaba entenderse, fue mandar el sobreseimiento de la causa contra Chávez, que, así, pudo salir en libertad.
Probablemente, Caldera pensara en algún momento que Chávez podía convertirse en un aliado. Siempre hay un político que se cree muy listo y que piensa que puede utilizar a los que ve como meros bárbaros desde su atalaya. El propio Caldera había utilizado el golpe de Chávez como ataque a las medidas de Pérez, ¿por qué no llevarlo un paso más lejos con su puesta en libertad? De alguna manera, liberar al héroe, como liberar a Barrabás, sólo podía darle mayor popularidad entre las masas. Y en una democracia fallida, la popularidad entre las masas es clave, es lo que distancia una ciudad quemada de una ciudad tranquila. Caldera apostó por lo segundo. Le salió bien a medias.
Miss Universo entra en acción
El último mandato de Caldera fue tranquilo, pero eso no es algo necesariamente bueno cuando la tranquilidad oculta inoperancia. Sin grandes cataclismos económicos, en plena bonanza de mediados-finales de los años noventa, Venezuela cierra los ojos y olvida las reformas. Chávez ve su oportunidad, pero no sabe cómo materializarla. ¿Es ahora el momento del caudillo? ¿Es 1998 el año de la revolución? A los 44 años, ¿no tendrá más oportunidades en el futuro, cuando, como dice la teoría marxista, del deterioro de la infraestructura económica surja una superestructura intelectual que cree el marco social para el autoritarismo?
Durante tres años, el objetivo de Chávez es encontrar apoyos. No crea un partido nuevo como tal sino que coaliga varios de los ya existentes en el llamado Movimiento por la V República, cuyo objetivo declarado es acabar con casi 40 años de régimen.
Por entonces, el principal movimiento de izquierda más o menos radical es el MAS, el Movimiento Al Socialismo, con su marcada simpatía por Cuba y a la vez su practicismo a la hora de apoyar a Caldera en la presidencia. Chávez necesita su apoyo o no habrá V República que valga. Tardará en conseguirlo.
Todavía a finales de 1997, la situación de Chávez no es todo lo buena que él quiere: no termina de despegar en los sondeos y corre el riesgo de "quemarse", de quedarse como el justiciero carismático que tiene un límite y no lo va a superar jamás. Es el momento de anunciar candidaturas y hasta cierto punto son las alternativas las que disparan a Chávez en las encuestas.
Acción Democrática, el partido de Carlos Andrés Pérez, decide apoyar a Henrique Salas Römer, su rival de tantas elecciones locales en Carabobo. Como tercera candidata en cuestión aparece Irene Sáez, la alcaldesa del municipio de Chacao... y Miss Universo en 1981.
Bajo las ingeniosas siglas IRENE se reúne buena parte de la burguesía venezolana y los rescoldos de la democracia cristiana. Sáez se vende a sí misma como la alternativa al sistema tradicional de partidos. A sus 38 años y durante unos meses lidera los sondeos de opinión. Luego, cae en las contradicciones. Al fin y al cabo, sus apoyos políticos no dejan de ser tradicionales, demasiado tradicionales incluso, y acaba cayendo a un mísero 3% en las elecciones cuando los democristianos deciden unirse a sus viejos rivales y apoyar a Salas Römer a la desesperada.
Es demasiado tarde. El domingo 6 de diciembre, el Movimiento V República, dentro del llamado Polo Patriótico, consigue el 56,2% de los votos. Poco más de seis años después de entrar en la cárcel, Hugo Chávez ya es presidente de Venezuela.
El fin de la IV República
Sin embargo Chávez, ya lo hemos dicho, no tiene ningún interés en la Venezuela real sino en la Venezuela inventada, la Venezuela decimonónica llena de libertadores. La Venezuela que se apoya en él para caminar hacia el futuro y en la que su figura es imprescindible. Se acabó el turnismo, se acabó la negociación, se acabó todo intermediario que pueda enturbiar el proceso y corromperlo.
Con Chávez llega el Gobierno de la acción directa, el previo del famoso "exprópiese" a pie de calle. El 2 de febrero de 1999, el comandante jura ante la Constitución de 1961 su intención de acabar con la Constitución de 1961. A esta primera parte de su mandato lo llama "constituyente", como se llamarán las Cortes que dominan sus partidos afines.
Venezuela no es Cuba, pero se parece demasiado
Es el imperio de la fuerza. La dictadura del número. La oposición empieza a darse cuenta de que a este tigre no se le doma. En el referéndum constituyente del 25 de abril, el 62,5% de los venezolanos se quedan en casa. No hay nadie dispuesto a defender el orden vigente, la democracia fallida. No hay nadie enamorado de este Weimar corrupto. Todos los que salen a votar lo hacen indignados, fieles no tanto a un chavismo incipiente sino a la reparación pendiente desde al menos 1989. El referéndum es de alguna manera no ya la legalización del golpe sino la legalización de 'El Caracazo'. El fin de un ciclo más que el principio de otro nuevo.
O eso piensa la mayoría. Cuando un 5 de agosto de 1999, hace hoy exactamente veintidós años, Hugo Chávez Frías da por muerta la Constitución anterior en la primera sesión de la llamada Asamblea Nacional Constituyente, sigue reinando la sensación de que eso será algo duradero. Un populismo controlable. Volverá al redil. Caldera lo calmará y se dejará convencer. Poca gente tiene ya claro que ese proceso revolucionario, esa Revolución Bolivariana que Chávez anuncia crecido desde su estrado ya no tiene marcha atrás.
En estos veintidós años, hemos visto golpes de Estado frustrados, pucherazos históricos y elecciones cuyos ganadores han acabado en la cárcel o en el exilio. Hemos visto morir a Hugo Chávez y cómo lo sustituía Nicolás Maduro sin cambiar siquiera de chándal. El populismo se ha vuelto contra parte de su pueblo, como hace siempre, y trata de dominarlo con el puño apretado.
Venezuela no es Cuba, dirán muchos, pero se parece demasiado. Hubo un momento en el que la comunidad internacional amagó con entrar por fin en harina al reconocer a Juan Guaidó como presidente legítimo, pero el entusiasmo acabó pronto. Nadie luchó por evitar el fin de la IV República, nadie parece dispuesto a acelerar el final de la V. Al final, el camino más corto y el menos arriesgado es la desidia. El apaciguamiento. El régimen que al acabar un turno empieza el siguiente por el mismo sitio. Una serpiente devorándose a sí misma. Así, Venezuela en 1998. Así, Venezuela en 2021.
Noticias relacionadas
- La segunda dosis de la vacuna de la Covid no llega a Venezuela: el catastrófico plan de Nicolás Maduro
- Los españoles se quedan sin ayuda sanitaria del Gobierno en Venezuela: el dinero, para una sede
- Hasler Iglesias, el español perseguido por el régimen de Maduro que vive oculto en Venezuela y ansía huir
- Leopoldo López denuncia el viraje de España con Venezuela y pide a Albares "apoyar la libertad"