Puede que la gira de Nancy Pelosi por Asia haya tocado a su fin, pero el pulso entre Estados Unidos y China por Taiwán no ha hecho más que empezar. El viernes, la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense abandonaba Japón, la última parada de un viaje que ha mantenido en vilo al mundo entero durante días y cuyas consecuencias comienzan a aflorar en forma de sanciones y maniobras militares.
Su visita a la isla de Taiwán, un Estado de facto que China reclama como suyo, ha abierto la caja de los truenos. Era previsible: Pekín ya advirtió a su principal competidor que estaba "jugando con fuego" y que su ejército no se iba a quedar "de brazos cruzados" ante un viaje que considera una agresión a su "soberanía y a su integridad territorial".
También la Casa Blanca avisó a Pelosi, crítica veterana con el régimen chino, que su plan de ir a Taipéi ni era una buena idea ni llegaba en buen momento. La líder del poder Legislativo hizo oídos sordos y, sin avisar, el miércoles por la noche aterrizó en el aeropuerto de la isla, contradiciendo así la política exterior marcada por el presidente Biden.
Contra la política de Biden
Para algunos analistas internacionales eso es precisamente lo que ha sucedido con el viaje de Pelosi: ha puesto en peligro la estrategia que la Administración Biden lleva meses construyendo para reforzar las alianzas económicas y diplomáticas con sus socios en Asia para contrarrestar a China.
En junio, por ejemplo, los líderes de los cuatro países de la región del Asia-Pacífico (Corea del Sur, Japón, Nueva Zelanda y Australia) participaron por primera vez (y por invitación de EEUU) en la Cumbre de la OTAN. Una reunión en la que, de hecho, se consideró a China como "un nuevo desafío" en el Concepto Estratégico.
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"De manera intencional o no, la visita de Pelosi ha mostrado el poder de China y ha disminuido el papel a los aliados en la región", ha explicado en The New York Times, Seong-Hyon Lee, miembro del Centro de Estudios Chinos Fairbank de la Universidad de Harvard.
Y es que el gigante asiático ha respondido al apoyo de la legisladora estadounidense a "la vibrante democracia de Taiwán" con unas maniobras militares sin precedentes que han amedrentado a los países vecinos. Basta recordar que el presidente surcoreano no recibió a Pelosi a su llegada al país y limitó la reunión a una llamada telefónica porque "estaba de vacaciones".
El Gobierno nipón, por su parte, alertó el jueves de que cinco misiles balísticos chinos habían caído en aguas pertenecientes a su zona económica especial (EEZ). Un incidente que no ha hecho más que agravar las tensiones entre Tokio y Pekín, tirantes desde hace meses por el aumento de las actividades militares navales chinas en torno a zonas como las islas Senkaku, administradas por Japón, pero también reclamadas por China.
Como no podía ser de otra manera, Taiwán es el territorio que más está sufriendo la cólera del gigante asiático. Sitiada por mar y agua hasta el domingo, en la isla se han escuchado disparos y han visto columnas de humo fruto del impacto de misiles disparados durante las maniobras chinas.
La respuesta, sin embargo, no se ha limitado al ámbito militar: la Administración de Aduanas de China anunció el miércoles la imposición de sanciones comerciales que afectan a algunos productos, como la arena, los cítricos o algunos tipos de pescados procedentes de la isla.
A gran escala, el Gobierno de Xi Jinping también ha castigado a Washington cortando todo tipo de cooperación en materia de inmigración, cambio climático y cooperación policial.
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Pelosi, ¿por qué ahora?
Hay quien teme que lo que prácticamente es ya una crisis diplomática desemboque en enfrentamiento militar entre China, Taiwán y Estados Unidos. Sobre todo porque el gigante asiático lleva observando el desarrollo de la guerra en Ucrania desde el inicio de la invasión. Más de cinco meses en los que la gran potencia nuclear de Asia ha aumentado su presencia militar en el mar del estrecho de Taiwán.
Ante este escenario surge la pregunta de por qué Pelosi ha decidido plantarle cara a China de esa manera ahora, cuando los niveles de tensión están por las nubes.
Ella misma ha tratado de justificar su viaje -el primero de alto nivel en 25 años- en un artículo publicado en The Washington Post.
El viaje podría ser la culminación de una carrera política de más de 30 años como opositora al régimen chino
"Frente a la agresión acelerada del Partido Comunista Chino (PCCh), la visita de nuestra delegación del Congreso debe verse como una declaración inequívoca de que Estados Unidos apoya a Taiwán, nuestro socio democrático, mientras se defiende a sí mismo y a su libertad", señala la política.
Sin embargo, hay quien detrás del viaje ve la culminación de una carrera política de más de 30 años como opositora al régimen de China. Una "obsesión" que empezó tras la masacre de Tiananmen en 1989 y sobre la que quiere incidir antes de las próximas elecciones legislativas de noviembre y que podrían ser las últimas para esta demócrata de 82 años.
Por entonces, Pelosi solo llevaba dos años siendo miembro de la Cámara de los representantes de EEUU, pero la brutal represión del Gobierno chino contra los estudiantes que exigían mayores libertades y el fin de la corrupción en el país afectó profundamente a la política.
De ahí que en 1991 se plantase en medio de la plaza de Tiananmen y desplegara una pancarta en protesta donde se podía leer: "En memoria de aquellos que murieron por la democracia en China". Previamente, la política recibió en el Capitolio a la líder del movimiento a favor de la democracia en China, Chai Ling.
Desde entonces, el régimen de Xi Jinping la ha considerado una persona non grata, lo que no le ha impedido continuar con sus críticas a las violaciones de los derechos humanos que tienen lugar en el país.
Una de sus principales batallas se ha basado en conseguir la liberación de los activistas y periodistas cautivos en China y en el Tíbet. Sin ir más lejos, en 2002 intentó entregar al entonces vicepresidente chino, Hu Jintao, cuatro cartas en las que le solicitaba que dejase en libertad a los presos políticos del país. No tuvo éxito y volvió a intentarlo años después.
En 1991 Pelosi desplegó en Tiananmen una pancarta "en memoria de los que murieron por la democracia"
Asimismo, durante más de dos décadas, la demócrata se ha opuesto a la celebración de los Juegos Olímpicos celebrados en Pekín. En 2008 pidió boicotear la ceremonia inaugural de la competición. Una propuesta que ha repetido una y otra vez. La última, el pasado 2021, cuando criticó al Comité Olímpico Internacional (COI) por hacer la vista gorda con el PCC.
"Cuando los Juegos Olímpicos de Invierno comiencen, el Gobierno chino una vez más intentará distraer al mundo de una campaña de abuso y represión de décadas. Pero Estados Unidos y la comunidad internacional conocen la verdad: la República Popular China está perpetrando una campaña de graves violaciones de Derechos Humanos, incluido el genocidio", señaló en relación con los ataques contra la población musulmana uigur.
Sus objeciones, no obstante, no van dirigidas al pueblo chino, sino a su "gobierno represivo", ha reiterado. Eso la ha llevado a emprender numerosas iniciativas legislativas para sancionarlo. En 2019, por ejemplo, colaboró en la aprobación de una ley bipartidista que impone sanciones a aquellos funcionarios chinos vinculados a abusos contra los derechos humanos.
Esta vez, sin embargo, las consecuencias de la lucha de Pelosi se han escuchado en todo el mundo. Y hay quien teme que lo que es ya una suerte de crisis diplomática desemboque en un ataque militar, como ya sucedió en al menos tres ocasiones.
Hacia una cuarta crisis en Taiwán
La primera sucedió en 1954, cuando los nacionalistas de Chiang Kai-shek (que fueron expulsados por Mao Zedong y se refugiaron en Taiwán tras la guerra civil china) desplegaron cientos de soldados en Kinmen y Matsu, dos pequeñas islas cerca de la costa continental.
La China comunista, aliada de la Unión Soviética, respondió con bombardeos de artillería sobre el archipiélago y tomó las islas Yijiangshan, al norte de Taiwán, conocida entonces como República de China. Ante el temor de que los comunistas consiguieran consolidar su influencia en Asia, Washington firmó un Tratado de Defensa Mutua con Taipéi.
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Una amenaza nuclear por parte de EEUU forzó el alto el fuego, aunque el conflicto quedó latente y volvió a estallar en una segunda crisis en 1958. Ese año, Mao volvió a bombardear las islas de Kinmen y Matsu para intentar desalojar de nuevo a las tropas nacionalistas.
En 1979 EEUU aprobó la Ley de Relaciones de Taiwán, por la que se compromete a apoyar a la isla en materia de defensa
Estados Unidos, bajo el mandato de Dwight Eisenhower, intervino de nuevo, abasteció a las tropas isleñas, sacó la carta de la amenaza nuclear otra vez y consiguió un cese temporal de las hostilidades.
El conflicto se enfrió en 1979, cuando la Casa Blanca estableció relaciones diplomáticas con el régimen chino y aprovechó para aprobar la Ley de Relaciones de Taiwán. Un compromiso hoy vigente por el que EEUU puede apoyar en la defensa de la isla. Esta norma ha servido durante décadas para disuadir a China de anexionar el territorio por la fuerza y a Taiwán de declarar unilateralmente la independencia.
La tercera gran crisis la provocó en 1995 el entonces presidente taiwanés, Lee Teng-hui al visitar la universidad de Cornell, en Nueva York. Una decisión que China tomó como una traición a su concepto de "Una sola China" -por el que sólo se pueden establecer relaciones diplomáticas con Pekín- y que aprovechó para comenzar a probar misiles en las aguas del estrecho de Taiwán.