A falta de saber si los últimos flecos del recuento darán a Lula da Silva el ansiado cincuenta por ciento de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, lo que se ha demostrado este domingo en Brasil es que el país atlántico no es ajeno a la oleada de triunfos de la izquierda que ha vivido América Latina en los últimos cuatro años. La victoria contundente de Lula, a pesar de las sombras de sus primeros mandatos (2003-2010) que le llevaron a la cárcel en 2018 tras una dudosa instrucción del juez Sérgio Moro -nombrado, tras el proceso, ministro de Justicia del gobierno Bolsonaro- supone la consolidación de una deriva que se extiende por todo el continente.
Las elecciones brasileñas han sido un reflejo de lo que llevamos viendo en los últimos años por toda América Latina, con contadísimas excepciones: el enfrentamiento de un populismo de izquierdas contra un populismo de derechas, generalmente con triunfo de los primeros. Un populismo que se basa en ideas algo confusas: indigenismo, nacionalismo, un gusto algo infantil por los símbolos y cierta connivencia con movimientos guerrilleros de décadas pasadas.
Un izquierdismo nostálgico, que a veces roza el bolivarismo (Colombia); otras, cae en un burdo indigenismo (Perú, Bolivia…) y siempre roza el antiimperialismo, aunque con tendencia a ver la paja en el ojo estadounidense y no la viga en el ruso. De hecho, Brasil es socio prioritario de Rusia en el acuerdo comercial BRICS. Habrá que ver qué postura toma Lula al respecto.
El triunfo del Partido de los Trabajadores culmina, como decíamos, una sucesión de vuelcos electorales que empezó el 1 de julio de 2018 con el triunfo del veterano Andrés Manuel López Obrador en México, con un 53,19% de los votos, poniendo fin así a seis años de gobierno del Partido Revolucionario Institucional con Enrique Peña Nieto al mando. Al PRI siempre se le ha criticado su facilidad para la corrupción y el clientelismo, pero, de momento, López Obrador no ha mostrado una cara mucho mejor: su enorme desprecio a la justicia y a la prensa libre marcan su mandato.
A la manera de un Chávez o un Maduro, cada mañana da su discurso televisado en el que se dedica a ajustar cuentas con todo tipo de enemigos reales o inventados. Su gestión de la pandemia fue especialmente polémica, negándose hasta el último momento a reconocer la gravedad de la misma y negándose a ponerse mascarilla durante meses.
Peronismo e indigenismo
Si la disputa en México fue un enfrentamiento entre dos populismos, lo mismo se puede decir de lo sucedido en Argentina el 27 de octubre de 2019, cuando el peronismo, comandado aún por Cristina Fernández de Kirchner, pero con Alberto Fernández como líder interpuesto, ganaba las elecciones con un 48,24% de los votos al presidente en cargo Mauricio Macri, un empresario liberal que pasó a la fama como presidente de Boca Juniors y alcalde de Buenos Aires (40,28%). Una figura polémica y personalista cuya gestión económica -como casi todas- acercó a Argentina a la ruina.
El regreso del peronismo, o, más bien, del “kirchnerismo”, adelantaba una inclinación a la izquierda que se confirmaría casi exactamente un año después en Bolivia, en una situación muy parecida. Lo que tienen en común Lula da Silva, Cristina Fernández y Evo Morales, el líder en la sombra del MAS boliviano, es que los tres han sido en algún momento inhabilitados por corrupción… y aun así han conseguido volver al poder en la misma década en la que se produjo su inhabilitación. En el caso de Morales, también por persona interpuesta, en este caso, Luis Arce, que se impuso a la centrista Jeanine Áñez con el 55,87% de los votos el 18 de octubre de 2020.
Castillo y Boric
El 6 de junio de 2021 se resolvieron en Perú, en segunda vuelta, unas de las elecciones presidenciales más emocionantes de su historia. La lucha, de nuevo, era entre dos populistas: por un lado, el maestro de escuela Pedro Castillo, con su sombrero y su peligroso discurso rozando la homofobia, y del otro, Keiko Fujimori, la hija del expresidente Alberto, primero fugado en Japón durante muchos años y detenido a su vuelta a Lima. La elección del mal menor se la llevó de nuevo la izquierda, con un 50,13% de los votos por el 49,87% de la derecha. Fujimori, siguiendo la linde de Trump, alegó fraude en las urnas, pero nunca pudo demostrarlo.
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De entre todos estos líderes de la nueva izquierda latinoamericana, tal vez el chileno Gabriel Boric sea el más centrista de todos. De entrada, hablamos de un hombre joven (36 años), formado, urbanita y que tenía como rival ni más ni menos que a un nostálgico de Pinochet. Si reivindicar a Mussolini no le ha pesado a Giorgia Meloni en Italia, a José Antonio Kast sí que le pasó factura. Kast se vendía a sí mismo como un empresario liberal, pero su gusto por las dictaduras mandaba un mensaje contradictorio. Boric no necesitó radicalizar demasiado su discurso para triunfar con cierta comodidad el 19 de diciembre de 2021 con el 55,87% de los votos.
Petro y “la espada de Bolívar”
El último vuelco ideológico en las urnas latinoamericanas se produjo el pasado 19 de junio en Colombia, con el triunfo in extremis de Gustavo Petro, considerado el primer presidente de izquierdas de la historia del país. Petro se impuso a Rodolfo Hernández por un ajustadísimo 50,44% - 47,41%. Hablamos de un hombre que perteneció en su juventud al grupo terrorista M19 y que llegó a pasar por la cárcel en 1985, aunque nunca se le atribuyeron delitos de sangre. Con todo, eso quedó en poca cosa comparado con la que organizó en su ceremonia de investidura.
Movido por el prurito supuestamente revolucionario de la vuelta a los orígenes que impregna buena parte de estos movimientos populistas de izquierdas, Petro hizo que desfilara, como símbolo de la legitimidad del gobernante ante su pueblo, la espada de Simón Bolívar, robada en su momento por el propio M19 en su primer acto como guerrilla (1974) y que fue devuelta al estado en 1990, cuando el grupo negoció la entrega de armas y la liberación de varios de sus miembros ante el inminente proceso constitucional.
Las excepciones
Todos estos cambios se han producido en las urnas. Absurdo sería hablar de Cuba, Venezuela o Nicaragua. Aunque en estos dos últimos países hay elecciones, no hay garantías de igualdad entre todos los participantes. El chavismo lleva en el poder desde 1999 y el dúo Daniel Ortega-Rosario Murillo lo hace desde 2007 al frente del Partido Sandinista. Ahora bien, el “tsunami” de la izquierda encuentra aún algunos diques de contención: el 22 de abril de 2018, Mario Abdo Benítez se imponía en las elecciones de Paraguay, aunque las encuestas parecen apuntar a un posible triunfo de la coalición progresista de Efraín Alegre para abril de 2023.
Más recientes están los triunfos de Luis Lacalle en Uruguay (solo por un 1,79% de los votos frente a Daniel Martínez, prueba de lo divididas que están las sociedades latinoamericanas) y, sobre todo, de Guillermo Lasso en Ecuador, en abril de 2021, rompiendo con años de presidencia de la izquierda, con sus líderes Rafael Correa y Lenín Moreno. Este último es el único proceso electoral en estos cuatro años en el que la izquierda ha sido desalojada del poder. En los demás, o ha revalidado su mayoría o ha alcanzado una nueva. Brasil no será una excepción.