Lula da Silva ha vuelto a hacer historia: el candidato de izquierda regresa a la presidencia de Brasil para un tercer mandato, nunca antes conseguido por ningún presidente. Lo hace por la mínima, ganando al presidente en ejercicio por 50,9% frente al 49,1%, y, sin embargo, con más votos de los que nunca había conseguido nadie: más de 60 millones de brasileños le eligieron en su papeleta. El nuevo presidente de Brasil consuma su resurrección política: cuatro años después de haber tenido que abandonar la carrera electoral para entrar en la cárcel, donde pasó 580 días, regresa al Palacio del Planalto y devuelve el poder a la izquierda.
Fueron horas agónicas. Empatados casi desde el principio del conteo, con una ligera ventaja de Bolsonaro, hubo que esperar hasta el 67% del escrutinio para que Lula da Silva se pusiera por delante de su adversario, posición que ya no abandonó hasta el final del recuento. Una victoria por la mínima, que refleja un país roto por la mitad, víctima de la polarización y que cabe al nuevo presidente apaciguar y volver a unir.
"Seré el presidente de 215 millones de brasileños. No hay dos Brasil, hay un solo país, un único pueblo, una gran nación. Es hora de bajar las armas. Este país necesita paz y unidad", ha prometido en la noche electoral.
Al reivindicar su victoria, Lula no dejó lugar a la improvisación. Leyó un discurso conciliador, preparado y medido al milímetro. El clima de tensión que rodeó todo el período de campaña, aliado al miedo de que Bolsonaro no reconozca el resultado de las elecciones y emprenda un camino similar al de Donald Trump, hacía que las primeras horas tras el escrutinio fueran cruciales para que en la calle, donde los seguidores de Bolsonaro seguían pidiendo al líder de la ultraderecha "no desistir", no estallara ningún tipo de enfrentamiento.
Bolsonaro, en silencio
Al final, las primeras horas tras los resultados están siendo pacíficas, pero Jair Bolsonaro no se ha pronunciado sobre los resultados aún. No ha reconocido la derrota públicamente, tampoco ha llamado al nuevo presidente y se ha refugiado en los suyos, sin hacer cualquier declaración a la prensa o en sus redes sociales. Desde mucho antes de las elecciones, Bolsonaro se dedicó a emular a Trump, a poner en duda el voto electrónico y el propio sistema electoral y sembró la sospecha de un fraude del que nunca tuvo pruebas ni jamás se concretó.
El presidente del Tribunal Superior Electoral se apresuró a confirmar los resultados y a llamar a los dos candidatos para certificarlos. "Llamé a ambos candidatos y los felicité por haber participado en esta fiesta de la democracia que son las elecciones", dijo en una rueda de prensa el presidente del TSE, Alexandre de Moraes. "No vemos ningún riesgo real de impugnación. El resultado ha sido proclamado, ha sido aceptado y los que han sido elegidos tomarán posesión", aseguró.
Se teme que Bolsonaro aproveche el margen tan pequeño de la victoria de Lula para no reconocer los resultados, insistir en este discurso antidemocrático, deslegitimar el proceso y hacer un llamamiento a sus seguidores para que adopten cualquier comportamiento más violento.
Sin embargo, mientras pasan las horas, Bolsonaro se va quedando más solo. El presidente de la Cámara de los Diputados, Arthur Lira, aliado de Bolsonaro en la Cámara baja, ha sido uno de los primeros en felicitar al Lula da Silva, resaltando la necesidad de respetar la democracia.
"Al presidente electo, la Cámara de los Diputados le felicita y le ofrece diálogo y transparencia", declaró Lira en un discurso hecho desde su residencia oficial. "Brasil dio otra demostración de la vitalidad de su democracia, de la fuerza de sus instituciones y su pueblo. La voluntad de la mayoría que se ha pronunciado en las urnas no podrá ser contestada", aseguró.
También el gobernador de São Paulo, el bolsonarista Tarcisio Gomes de Freitas, exministro del gobierno del ultraderechista, tendió la mano a Lula da Silva tras ganar los comicios al candidato del PT, Fernando Haddad. El gobernador electo señaló que el resultado de las urnas es "soberano" y que, durante su gestión, buscará un "entendimiento" con Lula.
Ricardo Salles, exministro de Medio Ambiente, pidió serenidad y dijo en sus redes sociales que el resultado "trae muchas reflexiones y la necesidad de buscar formas de pacificar un país literalmente partido por la mitad". La senadora electa Damares Alves, exministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos reconoció la derrota del presidente señalando su "legado de líderes que hoy son senadores, diputados y gobernadores".
Ahora, la pelota está en el tejado de Bolsonaro que deberá elegir si hace una transición del poder pacífica y entrega, el próximo 1 de enero, la banda de presidente a Lula da Silva, o si se enroca en un discurso sin fundamento, cuestionando los resultados, en una huida hacia delante sin salida y con resultados imprevisibles para la población.
"Victoria de la democracia"
En su discurso de victoria, Lula insistió en la idea que había popularizado en campaña: esta es la derrota del fascismo. "No es una victoria mía o del PT (Partido de los Trabajadores). Es una victoria de todas las mujeres y los hombres que aman la democracia, que quieren libertad, que quieren cultura, educación, fraternidad e igualdad", declaró Lula, quien subrayó que Brasil ha derrotado en las urnas "al fascismo y al autoritarismo".
Sin querer ahondar en el tema, el nuevo presidente sí que ha dejado espacio para mostrar su preocupación por los meses que se avecinan hasta su toma de posesión en enero, en los que Bolsonaro todavía seguirá al mando del país. "No sabemos si el actual presidente va a facilitar la transición", declaró. "He vivido un proceso de resurrección política , porque intentaron enterrarme vivo y estoy aquí para gobernar este país en una situación muy difícil".
Ahora, Lula tiene dos prioridades, pacificar el país y devolver los derechos más básicos a los ciudadanos: "Nuestro compromiso más urgente es acabar otra vez con el hambre", sentenció.