En una ocasión, Rudolph -'Rudy'- Giuliani se batió en duelo contra Osama bin Laden y George Bush. Venció. Fue una pugna artificial que sólo ocurrió en la mente de los periodistas de la revista Time, que en 2001 se vieron en la encrucijada de decidir si "la persona del año" era el alcalde republicano de la ciudad de Nueva York, el líder de Al Qaeda o el presidente de Estados Unidos. Optaron por el primero, a quien bautizaron como "el alcalde de América" por su gestión, casi impecable, de la tragedia del 11-S, el mayor atentado terrorista jamás perpetrado en el país.
Sus constantes apariciones públicas para alentar a los neoyorquinos y su capacidad de liderazgo convirtieron a Giuliani, que había aterrizado en la alcaldía en 1994 tras un intento fallido, en una especie de héroe reconocido (y querido) en todo el mundo. Ahora, a sus 79 años, Giuliani vuelve a ocupar portadas, pero por un motivo bien distinto: es una de las 18 personas imputadas junto con el expresidente de EEUU, Donald Trump, por intentar alterar el resultado de los comicios de 2020 en el estado de Georgia. Se le acusa ni más ni menos que de 13 cargos graves por extorsionar, amenazar y conspirar para interferir en las elecciones.
Los delitos de los que se le acusa se castigan bajo una norma -la Ley RICO, por las siglas en inglés de Ley de Organizaciones Corruptas e Influenciadas por Extorsión- que, paradójicamente, fue la que catapultó la carrera de Giuliani. Porque antes de convertirse en el abogado de Trump e incluso antes de llegar al Consistorio de la ciudad de los rascacielos, Giuliani se desempeñó como fiscal de Manhattan. Fue en los 80, cuando encabezó la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, dominado entonces por las Cinco Familias de la Mafia de Nueva York. Aplicó con mano dura la legislación, la misma por la que ahora podría acabar en la cárcel.
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La caída en picado de Giuliani, sin embargo, empezó con la política. En 2008 sufrió su primer gran revés. Se presentó a las primarias republicanas siendo uno de los candidatos favoritos, pero una catastrófica gestión de la campaña (y del presupuesto) le dejó una deuda de 3,6 millones de dólares y la obligación moral de retirarse. Fue un golpe que no supo encajar. Se sentía "irrelevante", como confesó luego él mismo.
Según varios testimonios recogidos en Giuliani: The Rise and Tragic Fall of America's Mayor (2022), del periodista Andrew Kritzman, Giuliani cayó en una depresión y comenzó a beber… hasta que Trump le sacó del agujero. De acuerdo con el libro, el expresidente le ofreció a él y a su mujer refugio en su resort de Mar-a-Lago, en Florida. Es exactamente la misma mansión donde Trump trasladó centenares de documentos clasificados tras salir de la Casa Blanca, acto que le ha granjeado otra imputación penal.
Dentro de la espiral trumpista
Giuliani le devolvió el favor al magnate en 2016. Entonces Trump todavía se postulaba, con sus proclamas de "volver a hacer América grande", a la presidencia de EEUU. El abogado no sólo le respaldó políticamente, sino que le defendió con uñas y dientes. Cuando posteriormente se abrió una investigación federal contra Trump por la posible injerencia rusa en las elecciones, Giuliani decidió saltar de cabeza y de una vez por todas dentro del ecosistema trumpista. Se convirtió en el abogado personal de su colega republicano en 2018.
En 2020, su embarazosa aparición en la película satírica de Sacha Baron Cohen Borat Subsequent Moviefilm, en la que se ve al abogado tumbado en una cama de un hotel metiéndose la mano en los pantalones ante una joven, se convirtió en un reflejo de lo que Giuliani era comenzaba a ser para parte de la sociedad estadounidense: un hazmerreír. Sus explicaciones posteriores -dijo que le habían engañado y que se estaba colocando la camisa- no ayudaron a restaurar una imagen cada vez más maculada.
"Me temo que estará en mi lápida. 'Rudy Giuliani: mintió por Trump’. Si es así, ¿qué me importa? Estaré muerto"
Lo peor, sin embargo, aún estaba por llegar. Tras las presidenciales de 2020, Giuliani hizo dos apariciones públicas para defender lo que su jefe y cliente no dudaba en airear a los cuatro vientos: que las elecciones habían sido amañadas y que Trump era, en realidad, el vencedor de las elecciones. Son precisamente esas declaraciones las que se desgranan en la acusación de la fiscalía de Georgia. Eso sí, el documento omite que una de las comparecencias de Giuliani fuese frente a un sex shop y que, en la otra, sus palabras estuviesen adornadas con regueros de sudor y tinte para el pelo que le caían por la cara.
"Me temo que estará en mi lápida. 'Rudy Giuliani: mintió por Trump'. Si es así, ¿qué me importa? Estaré muerto. Me imagino que podré explicárselo a San Pedro. Él me entenderá", declaró Giuliani en una entrevista a la revista New Yorker en 2019. Y puede que no le haga falta llegar hasta el Reino de los Cielos: puede que pronto sea un tribunal el que sentencie que "Rudy Giuliani mintió por Trump". De momento, el abogado y héroe nacional caído en desgracia tendrá que presentarse ante la Justicia antes del 25 de agosto.