Para Donald Trump fue un "festival de amor"; para su equipo, un paso en falso que podría salir caro. El expresidente y actual candidato republicano a la Casa Blanca no acostumbra a pedir perdón por sus errores, mentiras o actuaciones, algunas condenadas por la Justicia. Por eso, nadie esperaba que se disculpase por los insultos racistas que se vertieron el pasado domingo en su multitudinario mitin en el Madison Square Garden de Nueva York. Pero tampoco cabía esperar que desde su propia campaña se esforzaran por desmarcarse de los comentarios y, sin embargo, ha sucedido.
En realidad, fue el cómico Tony Hinchcliffe, conocido por su historial de chistes racistas y misóginos y encargado de inaugurar el acto, quien profirió un discurso en el que, entre otras descalificaciones, llamó a Puerto Rico "una isla flotante de basura". Estas declaraciones provocaron una avalancha de críticas por parte de autoridades y reconocidos artistas puertorriqueños, como el rapero Bad Bunny, la actriz Jennifer Lopez o el cantante Ricky Martin. También encendió todas las alarmas dentro del Partido Republicano. En un atípico comunicado, Danielle Alvarez, asesora principal de la campaña de Trump, dijo que la broma "no refleja en realidad las opiniones del candidato" sobre el territorio. Otros conservaodres han empleado las redes sociales para distanciarse de lo ocurrido.
Detrás de este intento de desvincularse está la preocupación de que, a pocos días de que se celebren las elecciones presidenciales, los votantes indecisos se decanten por la rival, Kamala Harris. Sobre todo porque, tras meses de empate técnico entre ambos contendientes, los últimos datos sobre el promedio de encuestas nacionales ofrecidos por FiveThirtyEight sitúan a la política demócrata a la cabeza con un 48,1% de los apoyos frente al 46,7% del republicano. Ahora bien, el miedo se debe también a que el ataque del cómico iba dirigido conrta una comunidad que podría ser determinante en los resultados.
Puerto Rico es, a grandes rasgos, una anomalía. Oficialmente un Estado Libre Asociado de EEUU, sus habitantes tienen la ciudadanía estadounidense, pero no pueden votar en las elecciones del 5 de noviembre. A menos de que residan en uno de los 50 estados de EEUU. Hoy por hoy, según datos del Pew Research Center, se calcula que hay 5,9 millones de puertorriqueños en el país. No obstante, no están repartidos de forma homogénea. Si bien la gran mayoría viven en Florida y Nueva York (con tendencias políticas claramente definidas), hay grandes comunidades boricuas en estados indecisos y, por tanto, claves para la contienda electoral.
Es el caso de Pensilvania, uno de los conocidos como estados bisagra (swing states) -territorios que podrían ser determinantes para la victoria de Kamala Harris o de Donald Trump porque nunca han tenido una tendencia definida hacia un partido u otro- donde viven más de 470.000 puertorriqueños, según el último censo (que se remonta a 2020). De hecho, dentro de la amplia comunidad latina que vive en ese estado son el principal grupo poblacional. También tienen una gran presencia en Carolina del Norte (115.917) y Georgia (109.000), otros dos de los lugares disputados.
¿Fin al alto abstencionismo?
Ahora bien, no se trata solo de que el enfado contra Trump impulse a los puertorriqueños a respaldar a Harris en los estados bisagra, sino que pueden ayudar a los demócratas a recuperar la mayoría en el Congreso en Washington simplemente yendo a votar. Y es que, históricamente, la comunidad hispana se caracteriza por un alto abstencionismo, sobre todo entre los jóvenes. Los puertorriqueños (que son la segunda comunidad hispana más numerosa del país por detrás de los mexicanos) no son una excepción.
En este sentido, el politólogo Eduardo Gamarra, de la Universidad Internacional de Florida, explicaba a la agencia EFE que "el puertorriqueño es orgulloso y el enfado puede llevarlo a las urnas". Es decir, que los comentarios racistas pueden impulsar la participación electoral de un grupo de personas que solo con poner un pie en EEUU ya tienen derecho a voto.
Así, podría darse el caso que los 800.000 puertorriqueños con derecho a voto de los 1,3 millones que viven en Florida se lancen en masa a votar por los demócratas en un estado tradicionalmente republicano. Y aunque puede que no arrebaten el poder a Trump, sí podrían darle al excongresista demócrata de origen ecuatoriano, Debbie Mucarsel-Powell, el ligero impulso que necesita para recuperar su escaño de manos del actual senador republicano Rick Scott.