Tras hacer de la confrontación con China uno de los pilares de su campaña postelectoral, Donald Trump está sacando de quicio finalmente a las autoridades en Pekín al cuestionar lo que ha sido el dogma de la política estadounidense hacia el gigante asiático en los últimos 40 años: el principio de “una China única”.
Desde la década de los 70 del siglo pasado, Estados Unidos reconoce al Gobierno de Pekín como el único representante legítimo de China frente a Taiwán, que ve como una provincia rebelde del país. Históricamente, tanto Pekín como Taipei han reclamado ser la auténtica voz de China y, aún a día de hoy, el Ejecutivo comunista en el continente se niega a renunciar a la isla autónoma.
La adopción de la política de “una sola China” llevó a la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Washington y Taipei, que, sin embargo, mantienen fuertes vínculos informales. Por ejemplo, desde 1990 EEUU ha vendido armas a Taiwán por más de 46.000 millones de dólares, según el estadounidense Council on Foreign Relations, lo que no hace gracia a la República Popular.
En las últimas dos semanas, sin embargo, las relaciones entre Washington y Pekín han tomado un camino pedregoso a causa de Trump. El primer bache llegó a principios de mes, cuando el republicano aceptó una llamada de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, e infringió la etiqueta diplomática con este hito celebrado por Taipei, pues en realidad Pekín es el único interlocutor válido según la praxis en las relaciones bilaterales de las últimas décadas.
Ante el aluvión de críticas, Trump saltó a Twitter a expresar su furia. “¿Nos preguntó China si nos parecía bien que devaluara su moneda (dificultando que nuestras empresas puedan competir), gravara fuertemente nuestros productos que entran al país (EEUU no lo hace) o construyera un complejo militar gigante en medio del mar del Sur de China? ¡Creo que no!”, escribió. La semana pasada, sin embargo, Trump también nombró al gobernador de Iowa, Terry Branstad, considerado un amigo de Pekín, como nuevo embajador en la República Popular.
El último capítulo de la confrontación llegaba este fin de semana cuando, en Fox News, Trump se mantuvo en sus trece y cuestionó abiertamente la postura tradicional de EEUU respecto a China. “Comprendo totalmente la política de 'una China única', pero no sé por qué tenemos que estar sujetos a ella, a no ser que lleguemos a un acuerdo con China en otros asuntos, comercio inclusive”, aseveró, dando a entender que podría usar a Taiwán como baza para presionar a China en materia comercial.
Aunque todavía es pronto para saber cuál será la verdadera postura del futuro presidente de EEUU frente a la República Popular, las relaciones de la nueva Administración con China se avecinan difíciles en el futuro inmediato.
“La relación EEUU-China probablemente será difícil durante un tiempo”, afirma David Dollar, investigador en el Centro para China del laboratorio de ideas norteamericano Brookings Institution. “China no va a negociar con su soberanía sobre Taiwán y otros países no van a seguir a EEUU por el camino de la confrontación”.
Dollar recuerda que otros presidentes estadounidenses como Ronald Reagan o Bill Clinton empezaron con un discurso duro hacia Pekín del que luego fueron reculando. “Hay muchas posibilidades de que veamos el mismo patrón con Trump”, indica. “Tras un par de años difíciles es esperable que la relación entre China y EEUU se estabilice de nuevo”.
Las últimas declaraciones del republicano han prendido fuego en la China de Xi Jinping, donde él mismo tiene intereses económicos como empresario. Este lunes, el Ministerio de Exteriores chino afirmó estar “muy preocupado” y llamó al presidente electo a “ceñirse a la política de 'una sola China'”. La cabecera oficial Global Times, vista como altavoz del Gobierno pekinés aunque se permite subir más el tono, publicaba un editorial este lunes sobre la polémica en el que asegura que “la política de 'una China' no se puede vender”.
“Trump piensa que todo puede ser tasado y que, mientras tenga suficiente poder negociador, puede vender o comprar. Si se puede poner un precio a la Constitución de EEUU, ¿venderán los estadounidenses su Constitución e implementarán el sistema de Arabia Saudí o Singapur?”, lee el citado editorial, que advierte de que Pekín podría proceder a una “ocupación militar” de Taiwán “si Trump persistiera en sus provocaciones” o incluso ofrecer “asistencia militar a enemigos de EEUU”.
GUERRA COMERCIAL
Aunque Trump ha irritado ahora al Partido Comunista chino, el magnate lleva mucho tiempo pintando a China como la encarnación de la competencia desleal y en su programa electoral prometía mano dura con el país asiático. Hace seis años, el magnate llegó a afirmar que el concepto del calentamiento global "fue creado por y para los chinos para hacer que las fábricas estadounidenses no sean competitivas”, si bien en un debate presidencial aseguró no haber tuiteado eso nunca.
Entre las promesas del republicano en este contexto está instar al Departamento del Tesoro a declarar a China como un “manipulador de divisas” que devalúa sin pudor su moneda para favorecer sus exportaciones -una afirmación que ha sido rebatida. El magnate asegura que China ha arrebatado incontables puestos de trabajo manufactureros a Estados Unidos ofreciendo producción a bajo precio, un discurso proteccionista que resultó fructífero en la contienda electoral.
“La entrada de China en la Organización Mundial del Comercio ha permitido el mayor robo de empleos en la Historia”, repite el presidente electo, quien acusa a Pekín de robar secretos comerciales estadounidenses para su propio beneficio.
La pertenencia de China a dicha institución facilita sus exportaciones y hace que el país sea más atractivo para producir. A cambio, China se compromete a llevar a cabo una serie de reformas encaminadas a liberalizar su economía.
Un informe publicado el pasado diciembre por la Oficina del Representante de Comercio de EEUU sobre el grado de cumplimiento de China de sus términos de adhesión a la OMC reconocía progresos, pero señalaba barreras a la importación y prácticas nocivas de intervencionismo estatal. Por otro lado, EEUU importa cuatro veces más de China que lo que exporta a este país, según los últimos datos, un déficit comercial que Trump ha denunciado en la campaña electoral.
El republicano promete una guerra en los tribunales con China para obligarla a frenar “sus actividades ilegales” y amenaza con implementar aranceles y “utilizar todo poder presidencial para remediar disputas comerciales”.
Dollar, el experto de Brookings Institution, apunta al cambio tecnológico como principal factor de la caída de las fábricas en EEUU y considera que “es poco probable que el proteccionismo traiga esos empleos de vuelta”. Opina, sin embargo, que si China abriera más el mercado de servicios, la economía estadounidense podría experimentar un empujón.
Pese a su dura retórica contra China en el terreno económico, en el geopolítico Trump no ha sido especialmente crítico con la República Popular hasta ahora y ha ligado sus críticas a sus reivindicaciones en materia comercial.
En una entrevista con EL ESPAÑOL a finales de noviembre, poco antes de que el conflicto diplomático con China eclosionara, el exasesor de Hillary Clinton en el Departamento de Estado Jeremy Shapiro anticipaba una guerra comercial entre EEUU y China, pero afirmaba que la Administración Trump supondría una oportunidad única para Pekín de extender su poder territorial.
“Los veo teniendo una relación conflictiva con respecto a esas cuestiones [comerciales]. Creo que eso será muy importante y, probablemente, muy dañino para los dos. Pero lo que Trump ha dado a entender también es que no le interesa la competición geopolítica con China en el Sudeste Asiático”, aseguró. “Los chinos son capaces de aprovecharse de eso, lo que podría tener un impacto enorme en lo que se está convirtiendo en la región del mundo más importante y económicamente dinámica”.
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