“Puede que no cambie nada, ¿pero podemos conseguir a alguien en Kentucky o Virginia Oriental que le pregunte sobre su fe? ¿Cree en Dios?”. Es un extracto de uno de los miles de correos electrónicos del Partido Demócrata supuestamente robados por Rusia y luego divulgados por la web de filtraciones WikiLeaks durante la campaña electoral estadounidense.
El que lo escribe es Brad Marshall, responsable financiero del Comité Nacional Demócrata (DNC), y va dirigido a otros altos cargos del partido en la recta final de sus primarias. Y la persona a la que parece referirse es el rival de Hillary Clinton en la contienda interna de la formación, el senador izquierdista Bernie Sanders, quien finalmente saldría derrotado.
El e-mail vio la luz en la antesala de la Convención Nacional Demócrata, donde se confirma al candidato de la formación a la Casa Blanca, junto a muchos otros que en conjunto sugerían que el partido había favorecido en secreto a la candidata continuista del legado Obama. La polémica llevó a la presidenta de la formación azul a dimitir. Por su parte, Clinton señaló con el dedo al Kremlin. “Sabemos que los servicios secretos rusos piratearon al DNC”, aseguró.
En esos días, el aún aspirante republicano a la presidencia, Donald Trump -quien loó al presidente ruso, Vladímir Putin, a lo largo del periplo electoral-, cuestionó la supuesta responsabilidad de Rusia en el pirateo. También animó a Moscú a encontrar 33.000 correos electrónicos que Clinton borró del servidor privado que utilizaba cuando era secretaria de Estado por considerarlos personales.
“Te diré esto, Rusia: si estás escuchando, espero que puedas encontrar los 30.000 e-mails que faltan”, afirmó ahondando en la polémica que lastró a la contrincante demócrata en su infructífero asalto a la Casa Blanca. No sería la última vez que Trump desestimara las sospechas de una presunta injerencia extranjera en las elecciones de Estados Unidos.
El fantasma del Kremlin continuaría tomando forma en las siguientes semanas y meses ensombreciendo el ascenso y el inicio del mandato del 45 presidente de Estados Unidos. El foco más reciente del escándalo: la inhibición del nuevo fiscal general de EEUU, Jeff Sessions, de cualquier investigación sobre la conexión rusa.
TRUMP CONTRA LAS AGENCIAS DE INTELIGENCIA
A finales de agosto, el lobista Paul Manafort, entonces presidente de la campaña de Trump, dimitió en medio de un escándalo que tenía sus raíces en Ucrania y conectaba con el exdirigente prorruso Víktor Yanukóvich.
Trump seguiría negando la participación del Kremlin en el proceso electoral norteamericano -“podría ser China”, dijo en el primer debate con Hillary Clinton. En octubre, la Comunidad de Inteligencia daría un golpe sobre la mesa asegurando que “el Gobierno ruso dirigió los recientes robos de correos de ciudadanos estadounidenses e instituciones, inclusive organizaciones políticas”.
Al mismo tiempo, WikiLeaks comenzaría a publicar una nueva hornada de correos electrónicos de la cuenta del longevo aliado de los Clinton y director de la campaña presidencial de la candidata demócrata, John Podesta, que entre otras cosas exponían trapos sucios de la Fundación Clinton.
Luego Trump ridiculizaría a los sondeos al imponerse en las elecciones del 8 de noviembre con un amplio margen en el Colegio Electoral. Expertos en ciberseguridad alertaron de la remota posibilidad de que Rusia hubiera hackeado el recuento en tres estados clave, lo que desencadenó un recuento que se quedó en nada.
En diciembre, sin embargo, un nuevo terremoto sacudió Washington DC. La prensa estadounidense reveló que la Inteligencia del país pensaba que Rusia había intervenido en las elecciones para favorecer a Donald Trump. “Ésta es la misma gente que dijo que Sadam Huseín tenía armas de destrucción masiva”, desestimó el equipo de transición presidencial de Trump.
El todavía presidente Barack Obama no se lo tomó así y ordenó a los servicios de Inteligencia iniciar una investigación para esclarecer lo sucedido y presentar un informe detallado antes del cambio de Gobierno [Aquí una versión desclasificada, que concluye que “Vladímir Putin ordenó interferir” en la campaña]. Y Hillary Clinton responsabilizó a Moscú en parte de su derrota electoral -la culpa también fue para el FBI por reactivar la investigación sobre el correo electrónico de la ex secretaria de Estado a escasos días de los comicios.
Antes de final de año, Obama anunció una batería de sanciones contra Rusia que incluía la expulsión inmediata de 35 diplomáticos. Sorprendentemente, el Kremlin, que niega cualquier intervención en la política doméstica estadounidense, no respondió con reciprocidad. Pero la cuestión de las sanciones no se quedaría ahí y terminaría obligando al general retirado Michael Flynn a dimitir como asesor de Seguridad Nacional de Trump.
En enero, poco antes de la investidura del nuevo presidente republicano, un polémico dosier echó gasolina al conflicto de Trump con los medios y los servicios de Inteligencia. CNN informó de que las autoridades habían presentado a Trump un resumen de un dosier en circulación sin verificar que alegaba que el presidente electo tenía vínculos con Rusia y que el Kremlin guardaba información comprometida con la que chantajearlo. Buzzfeed fue más allá y publicó directamente el dosier, elaborado por un espía británico.
Trump estalló en cólera y cargó contra ambas cabeceras en su primera rueda de prensa como presidente electo. “Las agencias de Inteligencia nunca debieron haber permitido que esta noticia falsa se 'filtrase' al público. Un último disparo contra mí. ¿Estamos viviendo en la Alemania nazi?”, escribió en un tuit.
CONTACTOS OCULTOS
El mismo día que Obama anunció las sanciones contra Rusia, el fichaje de Trump para asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, habló por teléfono con el embajador ruso en Washington DC, Sergei Kislyak. La noticia emergió semanas después junto con la pregunta obvia: ¿hablaron de levantar las sanciones?
El equipo de Trump salió a batear por Flynn asegurando que las sanciones no habían formado parte de la conversación. El propio vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, defendió a Flynn en televisión.
Pero tras una información del Washington Post en febrero, Flynn cambió de narrativa y su portavoz aseguró que el asesor de Seguridad Nacional “no recordaba” haber abordado las sanciones. A los pocos días, el antiguo general presentaba su carta de dimisión, donde reconocía haber proporcionado “información incompleta con respecto a mis llamadas con el embajador ruso”.
El secretario de Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, saldría el día siguiente a decir que Trump pidió a Flynn que se hiciera a un lado tras “erosionar su confianza” y que el presidente sabía desde hacía semanas que el asesor de Seguridad Nacional mentía.
Y esta semana la revista New Yorker reveló que Flynn y Kislyak habían mantenido una reunión en diciembre en la Torre Trump de Manhattan a la que también asistió el yerno del presidente y consejero superior de la Casa Blanca, Jared Kushner.
Tras la dimisión de Flynn, Trump volvió a rugir de ira por una información del New York Times que alegaba que el equipo del hoy presidente había mantenido contactos con la Inteligencia rusa en los meses previos a las elecciones. La respuesta de Trump: “Las filtraciones son reales, las noticias son falsas”.
Junto a la prensa, Trump ha escalado su ofensiva hacia sus propias agencias de seguridad e Inteligencia. Por ejemplo, la semana pasada, Trump saltó a Twitter a arremeter contra el FBI. “El FBI es totalmente incapaz de frenar a los 'soplones' de seguridad nacional que han infiltrado nuestro Gobierno desde hace tiempo”, afirmó.
El foco de atención del escándalo está ahora sobre Jeff Sessions, el nuevo fiscal general de Estados Unidos. Sessions se ha tenido que inhibir de cualquier investigación sobre Rusia después de que el Washington Post informara de que el antiguo senador y asesor de la campaña de Trump había mantenido dos reuniones con el embajador ruso en EEUU antes de las elecciones.
Sessions defendió que acudió a las reuniones en calidad de miembro de la Comisión de Servicios Armados del Senado y no como asesor político. Pero integrantes de dicha comisión niegan haber contactado con el embajador ruso. Asimismo, preguntado por los legisladores federales durante su proceso de confirmación como fiscal general en el Congreso, Sessions no mencionó las dos reuniones con el embajador ruso.
Trump ha cerrado filas en torno al fiscal general y el ministro de Exteriores ruso ha calificado la polémica alrededor de la supuesta conexión entre el nuevo presidente de EEUU y el Kremlin de “caza de brujas”.
Mientras el FBI investiga la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses, varias comisiones parlamentarias han lanzado sus propias pesquisas. Los demócratas reclaman, sin embargo, una investigación independiente, que por ejemplo podría involucrar a un “fiscal especial”, para arrojar luz sobre el escándalo que sacude EEUU.
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