Washington

La decisión de Donald Trump de despedir por sorpresa al director del FBI, James B. Comey, ha causado un terremoto político en Washington cuyas réplicas, 24 horas después de saltar la inesperada noticia, siguen sacudiendo a la capital estadounidense. Aunque la Casa Blanca ha tratado de justificar esta destitución por la supuesta mala praxis demostrada por Comey durante la investigación del escándalo de los correos de Hillary Clinton, no han aportado ningún dato nuevo que explique que el cese haya llegado ahora y no hace hace meses, por lo que se extiende la sospecha de que el objetivo real de esta medida es frenar, o al menos ralentizar, las pesquisas que la agencia federal está efectuando sobre las posibles conexiones entre Rusia y la campaña del candidato republicano.

De hecho, medios como el New York Times o el Washington Post acaban de publicar hace escasas horas nuevas pruebas que abonan esta teoría. En concreto, revelan que justo la pasada semana, el ya exdirector del FBI solicitó al Departamento de Justicia más fondos y recursos para la citada investigación sobre la trama rusa. Comey hizo esa petición durante una reunión con Rod Rosenstein, el fiscal general adjunto, que es precisamente quien escribió uno de los informes que Trump utiliza para defender el despido.

Esta información refuerza la tesis de que el presidente intenta dar carpetazo a las pesquisas del FBI sobre si realmente el Kremlin favoreció a su candidatura durante las pasadas elecciones, algo que viene negando a pesar de que cada vez se van conociendo más detalles sobre reuniones entre miembros de su equipo y representantes de Moscú. De hecho, con Comey son ya tres los oficiales de la administración despedidos mientras investigaban la campaña del magnate. La fiscal general Sally Yates -que se negó a defender el decreto migratorio del republicano al entender que era inconstitucional- y el abogado del Distrito Sur de Nueva York, Preet Bharara trabajaban en este asunto cuando se les cesó en sus puestos.

James B. Comey llevaba menos de cuatro años en este cargo, en el que se supone que podía permanecer hasta diez. Fue nombrado por Obama, pero en su carrera ha servido bajo el mando de ambos partidos. Su despido ha sido impactante por varias razones. Primero, porque se justifica en que cometió errores durante la investigación del caso sobre el mal uso del servidor de correo electrónico privado de la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton. Para ello, Trump se apoya en dos informes del fiscal general, Jeff Sessions, y de su número dos, Rod J. Rosenstein, que no aportan nada nuevo que no se supiera ya desde el pasado año, antes de que Trump accediera a la Casa Blanca.

De hecho, hace pocas semanas, el 12 de abril, en una entrevista en la FOX, -aquella en la que describió con todo detalle el postre de chocolate que se estaba tomando cuando decidió el bombardeo de Siria-, el presidente aseguró que tenía plena confianza en el director del FBI y que por eso lo había mantenido, aunque también precisaba que aún no era “tarde” para echarle.

Por eso los argumentos basados en el trabajo de Comey con los correos de Clinton no acaban de convencer a la opinión pública norteamericana, que está poniendo la lupa en que el despido se produce cuando el FBI avanza en los vínculos entre la campaña de Trump y funcionarios rusos. Además, el cese permite a Trump poner al frente de la agencia federal a alguien más afín a sus intereses.

"NO HACÍA UN BUEN TRABAJO"

No ayuda a calmar los ánimos y a disipar estas teorías que apenas 24 horas después de la salida de Comey, Trump se haya reunido en la Casa Blanca con el ministro de asuntos exteriores ruso, Sergey Lavrov, para tratar de cuestiones internacionales. Por supuesto, al término del encuentro, que estaba programado previamente y que duró unos 40 minutos, el presidente fue interrogado por la prensa. “(Comey) no estaba haciendo un buen trabajo, eso es todo”, explicó Trump a preguntas de los medios. También negó que la noticia haya afectado a la cita con el canciller ruso y evitó contestar cuestiones sobre el futuro de la investigación en curso sobre la conexión de su campaña con el Kremlin.

Lo cierto es que este terremoto ha dejado en un segundo plano los últimos desencuentros en política internacional entre Washington y Moscú a partir del ataque en Siria, que habían ayudado a mejorar la imagen de Trump, mostrándole como un líder independiente de la supuesta influencia de Vladimir Putin, que le persigue desde que accedió al cargo.

Protestas contra el presidente de EEUU este miércoles frente a la Casa Blanca Reuters

Otro de los motivos por los que esta decisión ha dejado atónitos a muchos es porque no es habitual despedir a un director del FBI. La última vez que ocurrió fue en 1993, cuando el entonces presidente Bill Clinton fulminó a William Sessions en medio de acusaciones de mal uso de fondos gubernamentales. Sin embargo, en aquella ocasión Clinton no estaba siendo investigado por el FBI como si lo está siendo Trump, pese a que el millonario sostiene, en su carta de despido a Comey, que éste le aseguró hasta en tres ocasiones que él no estaba siendo objeto de ninguna investigación del FBI. Por cierto, una afirmación poco usual en una carta de este tipo, según están remarcando medios como la NPR.

Muchos están incluso comparando esta medida con el escándalo conocido como la “masacre del sábado noche” del presidente Nixon, que en 1973 cesó al fiscal especial que llevaba el caso Watergate, desencadenando una crisis política.

SUSTITUTOS, AL SENADO

Ahora la Casa Blanca comenzará de inmediato a buscar un sustituto para Comey, mientras que el director adjunto del FBI, Andrew McCabe, quedará al cargo de forma interina. Los medios han empezado a barajar nombres. Y según la CNBC, McCabe está entre los posibles sustitutos. Nombrado por Comey en 2016, ha servido en el FBI 21 años y tiene una experiencia significativa en contraterrorismo e investigaciones del extremismo. Sin embargo, también está salpicado por la investigación de los correos de Hillary Clinton, lo que podría descartarle.

Otro posible candidato es el expresidente del Comité de Inteligencia de la Cámara Republicana Mike Rogers, un veterano agente, que ya sonó para ocupar este puesto antes de que Comey fuera nombrado en 2013. Tiene experiencia militar y está especializado en delincuencia organizada y corrupción pública.

Ken Wainstein es otro posible relevo. Fue jefe de personal en la agencia y también sonó para el cargo en el pasado. Ha sido asistente del fiscal general de seguridad nacional y posteriormente asesor del ex presidente George W. Bush. Su principal inconveniente es que firmó una carta pública contra la candidatura de Trump a la Presidencia.

En las quinielas también está Rudy Giuliani, exalcalde de Nueva York, fiscal federal y gran partidario del magnate durante la campaña, aunque luego se quedó fuera del reparto de altos cargos en la Casa Blanca. Curiosamente, fue visto en el Hotel Trump de Washington poco después de la destitución de Comey.

Cualquiera que sea nominado por el presidente, deberá pasar por el Senado y contar con la aprobación de la cámara. Aquí los republicanos tienen 52 de los 100 votos, si bien varios senadores conservadores han puesto serios reparos al despido a Comey y han sugerido la creación de una comisión independiente con un fiscal especial que investigue las conexiones de Rusia y la campaña de Trump. Si esto se convierte en condición para respaldar al candidato de la Casa Blanca, al presidente podría haberle salido mal la jugada.