La concentración de supremacistas blancos que se ha celebrado en Charlottesville (Virginia) no sólo ha terminado con violentos enfrentamientos, la muerte de una manifestante en un atropello intencionado y el accidente de un helicóptero de seguridad que acabó con dos agentes fallecidos, sino que también ha encendido de nuevo las críticas contra Donald Trump desde todos los frentes.
El presidente de EEUU fue muy atacado por su suavidad a la hora de condenar lo sucedido el pasado sábado pues ni siquiera nombró a sus culpables: supremacistas blancos, grupos de extrema derecha y miembros del Ku Klux Klan (KKK).
Sus tibias declaraciones fueron aprovechadas por el alcalde de Charlottesville, el demócrata Mike Signer, para acusarlo de haber impulsado a estos grupos racistas con sus agresivos discursos: "Miren la campaña electoral que llevó a cabo", aseguró Signer. Y le instó a que terminara con este cuánto antes.
Muchos analistas han destacado que el discurso sobre inmigración que ha realizado Trump durante toda la campaña electoral y en sus primeros meses de Gobierno han supuesto dos bombas de oxígeno para estos de movimientos.
De hecho, en la manifestación del viernes, los supremacistas no sólo se atrevieron a llevar antorchas, un triste símbolo que recuerda a la historia del KKK, sino que dejaron de ponerse las capuchas que les cubrían tradicionalmente el rostro porque ya no se esconden en sus mensajes xenófobos y nazis.
Pese a las choques entre radicales y antimanifestantes, el presidente de EEUU esperó hasta la muerte de una joven abogada en el atropello intencionado provocado por un supremacista para asegurar que "esta flagrante manifestación de odio, fanatismo y violencia viene de muchos lados. De muchos lados ", dijo.
La respuesta opuesta no se hizo esperar. A los pocos minutos, el exvicepresidente con Obama, Joe Biden, aseguró en Twiiter que la violencia sólo viene de un lado, el que había que condenar.
Los demócratas han seguido haciendo sangre en esta falta de condena. El gobernador de Virginia, Terry McAuliffe, exigió mayor contundencia a Trump y lo mismo han hecho líderes de este partido como Hillary Clinton y Barack Obama, que optó por una frase de Mandela para denunciar lo ocurrido.
Pero el problema para el presidente ha venido de las críticas de sus compañeros de filas como el gobernador Marco Rubio, que recordó que el país necesitaba escuchar a Trump "describir lo ocurrido como un ataque terrorista".
De una opinión parecida ha sido el gobernador de Nueva Jersey, el republicano Chris Christie, quien ha insistido en que cualquier líder debería de condenar alto y claro "el racismo y la violencia de los supremacistas blancos" en Charlottesville.
Hasta su mujer, Melania Trump, y su hija, Ivanka, han sido más contundente hablando directamente del odio que suponen "los supremacistas blancos" a los que se han unido miembros del KKK con la cara descubierta.
Sin embargo, Trump no ha querido aparecer de nuevo y expresar una condena mayor. Para arreglar un poco estas críticas, la Casa Blanca ha emitido un comunicado en el que aseguran que cuando el presidente hablaba de odio lo hace en referencia a los supremacistas y al KKK.
El problema es que es la primera oportunidad que tiene el presidente de EEUU para despejar la duda de si está unido ideológicamente con estos movimientos de ultraderecha cada vez más radicalizados y ha fabricado con sus declaraciones lo que algunos medios llaman ya la "crisis moral" más importante desde que entró en la Casa Blanca.