Una línea de más de 3.440 kilómetros separa Estados Unidos de México, desde el Golfo hasta la costa del Pacífico. Justo en ese extremo, San Diego y Tijuana chocan en el punto fronterizo considerado más transitado del mundo, que estos días comienza a verse desbordado. Desde la pasada semana, han llegado a la ciudad mexicana más de 2.400 de inmigrantes de las caravanas procedentes de Centroamérica, con la pretensión de solicitar asilo a las autoridades estadounidenses. En el lado sur, se han encontrado con manifestaciones de apoyo y rechazo a su presencia en las calles. Al otro costado de la valla, las reacciones también son desiguales, y no sólo entre la población blanca estadounidense. Los hispanos legales, muchos de ellos llegados hace décadas de forma irregular, los reciben divididos, entre la repulsa y la comprensión.
Alrededor del 30% de la población de San Diego es latina, mayoritariamente de origen mexicano. Estos días, con la atención mediática centrada en la verja fronteriza, muchos recuerdan cómo empezaron su sueño americano lustros atrás, y se acercan a Imperial Beach, donde la separación entre ambas naciones toma forma de cerca oxidada, que divide en dos la playa desde la arena hasta bien entrado el océano.
Bajo un incesante trasiego de helicópteros, nos encontramos a Adolfo Bernal, quien a sus 35 años es padre de cuatro hijos y abuelo. Ha acudido junto a dos de sus niños a ver en primera persona cómo están los inmigrantes que se apostan al otro lado de la valla. No puede hablar con ellos, porque la policía fronteriza ha reforzado el perímetro de seguridad.
“Comí cactus y bebí agua verde”
“Soy originario de Ciudad de México. Llevo unos 18 años por acá, en EEUU. Llegué con 16 años, de la misma forma que ellos. Vine para ver si era cierto lo que contaban de este país”, recuerda en declaraciones a EL ESPAÑOL. “Nosotros entramos por los cerros, no por la costa, y sin coyotes -las mafias que trafican con los inmigrantes-. Nos perdimos siete días, nos quedamos sin agua y sin comida, casi morimos de sed. Tuvimos que tragar cactus para hidratarnos, e incluso beber agua residual. En una ocasión nos cruzamos con una patrulla, y nos quedamos escondidos tras una roca durante ocho horas. Inmóviles. Fue muy doloroso. Por eso vengo aquí a apoyarlos y a explicar que no es tan malo lo que hacen”.
Adolfo se decidió a cruzar la frontera atraído por las promesas de una vida mejor. “En mis tiempos se decían que aquí los dólares salían de los árboles, que los barrían en la calle, pero no era cierto. Aquí se hace una vida normal, como en Méxio, sólo que se vive más tranquilo y con más dinero”.
Su caso explica claramente por qué muchos quieren llegar a este lado de la verja. “Allá trabajas por 80 dólares toda la semana, mientras aquí lo haces por mil dólares. Yo llegué un viernes, y recuerdo que el sábado siguiente ya estuve trabajando, por 80 dólares un día. Es mucha la diferencia”.
Tras años en situación irregular, este joven mexicano se enamoró de una compatriota que tenía además la ciudadanía estadounidense, con la que se casó. Volvió a la escuela durante tres años y aprendió inglés, idioma que no hablaba. Ahora, su estatus es completamente legal. Él ha conseguido cumplir el sueño americano.
No obstante, no todos lo ven como Adolfo. Mario Alberto Santos también es originario de México, aunque obtuvo pronto la ciudadanía al ser su madre californiana. “Llevo aquí de forma estable desde 1986. Yo entiendo que la situación en México y en los países centroamericanos es muy complicada, y hay mucha violencia, pero la manera en que estas personas están haciéndolo es lamentable”, comenta a este periódico.
“ESTO AYUDA AL MURO DE TRUMP”
“Estas no son maneras. Vienen exigiendo y generando conflicto en México. Siempre ha habido problemas de la inmigración, en América, en Europa y en todos lados. Pero la forma de entrar a otro país no es exigiendo. Las autoridades mexicanas les han ofrecido alojo y no lo aceptan. Rechazan incluso la comida”, protesta este latino, que además advierte de que esta actitud y las imágenes que se ven en los medios sólo beneficiarán a los partidarios de Donald Trump.
“Yo creo que esto es sólo el comienzo, y se va a poner peor. Y todo esto sólo sirve para que la gente empiece a creer que de verdad hace falta el muro que quiere levantar Trump. Es lo que va a pasar. Le acabarán dando la razón, cuando no existe la necesidad”.
Los números respaldan la visión de Mario Alberto de que la llegada de inmigrantes sólo ha arrancado. En Tijuana se contabilizan ya cerca de 2.400 desde el domingo pasado. Por contra, el ritmo de tramitaciones de solicitudes de asilo es lento, de apenas un centenar por día, lo que además no supone su aceptación inmediata, por lo que se desconoce cuánto tendrán que esperar los miles de centroamericanos en la frontera.
En frente se encuentra a hispanos como Adolfo, que no entiende ese rechazo. “El sol sale para todos. No podemos ponernos en contra de gente que quiere venir a tener una mejor vida, como la que tuvimos nosotros. Muchos de los que están en contra, están aquí porque otros hicieron lo mismo, venir sin permiso. Si yo siguiera en México no sé cómo estarían mis hijos. Entiendo que la gente quiera venir”, zanja, añadiendo un dato. “No venimos a quitarle el trabajo a nadie. Hay mucho empleo sin ocupar, incluso puestos que los estadounidenses no quieren”.
“No venimos a quitarle el trabajo a nadie. Hay mucho empleo sin ocupar, incluso puestos que los estadounidenses no quieren”.
Rituales indígenas en inglés
La playa se ha convertido estos días en un punto de encuentro de curiosos, medios de comunicación, soldados, patrullas fronterizas y turistas. Incluso se dan escenas sorprendentes, como la que protagoniza Roberto Prudencio, quien representa un buen ejemplo de cómo evolucionan las segundas o terceras generaciones de inmigrantes mexicanos en EEUU.
Roberto apenas habla español, aunque lo entiende. Prefiere comunicarse en inglés. Ataviado con ropas de aspecto indígenas, ha desplegado una alfombra sobre la arena y varios instrumentos ceremoniales, con los que comienza una suerte de ritual de tipo precolombino, con instrumentos musicales, inciensos y rezos.
En una de sus pausas, explica a EL ESPAÑOL su motivación. “Ahora mismo estoy encontrándome con mis raíces indígenas. Centro mi energía y mis pensamientos en orar por mi país, Estados Unidos”, precisa. “Mi familia es de México, y reconozco que tengo un montón de privilegios al vivir aquí. Tengo tiempo libre, el estómago lleno y suerte en la vida. Lo que hago ahora es usar ese privilegio en hacer cosas como rezar por gente menos afortunada. O en votar para tener a mejores políticos en nuestro gobierno, que puedan ayudar a hacer este mundo un lugar mejor”.
Este joven no entra en posicionarse sobre si los inmigrantes deben o no cruzar a EEUU. Se limita a continuar su ceremonia. Las cámaras presentes en la playa clavan sus objetivos en él. Los medios ya tienen una instantánea curiosa. Mientras, a unos metros, desde el otro lado de la valla, un grupo de niños de las caravanas miran con extrañeza el humo que sale de allí. Se les acercan desde el lado estadounidense una pareja de pequeños, pisando sin darse cuenta la zona de seguridad. La patrulla fronteriza activa la sirena y sus padres corren a recogerlos. Los agentes están siempre atentos, aunque no se les vea.
NUEVAS BARRERAS EN SAN YSIDRO
Mientras, EEUU continúa reforzando la frontera. Esta madrugada, los funcionarios de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos cortaron durante horas todos los carriles de acceso en el puerto de acceso de San Ysidro, cerca de San Diego, mientras miembros del ejército colocaban nuevas barreras de protección.
En concreto, se suspendió temporalmente la entrada de vehículos para viajeros, aunque los carriles de salida a a México y los pasos peatonales siguieron funcionando con normalidad. Según informan los medios locales, el motivo es incrementar las medidas de seguridad adicionales en respuesta a la caravana de migrantes. Se esperan nuevas llegadas en los próximos días.