La historia de los Gambino, una de las cinco grandes familias criminales que han manejado los negocios de la Cosa Nostra en la ciudad de Nueva York y buena parte de los Estados Unidos desde el pasado siglo, es un relato de traiciones, asesinatos y venganzas. Sin embargo, durante las tres últimas décadas, esta organización había manteniendo un perfil bajo y silencioso, lo que no significa que hubiera dejado de operar. La muerte a tiros de su líder Frank Cali este miércoles ha servido de aldabonazo para recordar al mundo que la mafia sigue viva en Manhattan.
Frank Cali, o Franky Boy como lo conocía su círculo más cercano, acababa de cenar con su familia. Salía de su casa situada en el lujoso barrio de Todt Hill, en Staten Island, cuando una ráfaga de disparos lo dejaron tumbado boca arriba en el suelo. El vehículo de donde salieron las balas, una camioneta azul, arrolló su cuerpo antes de darse a la fuga, dejando a su familia llorando sobre el cadáver.
Este brutal suceso ha devuelto a las primeras páginas de la prensa neoyorquina el apellido de uno de los clanes criminales con más solera de EEUU. Los Gambino hicieron temblar durante décadas a políticos, empresarios y policías en la ciudad de los rascacielos. Además esta banda, fundada en 1910, recibe su nombre por uno de sus capos más relevantes, Carlo Gambino, inspirador del personaje Vito Corleone en la novela de Mario Puzo El Padrino, que luego Coppola convertiría en obra maestra del cine.
El romanticismo que Marlon Brando y Al Pacino imprimieron a los quehaceres de la Cosa Nostra ayudó a dar aún más popularidad a la ya de por sí escandalosa actividad de estos grupos, que hicieron correr ríos de tinta en Manhattan.
Años de discreción
Pero la fama tiene su precio. Las autoridades se afanaron en acorralar a la mafia que, tras sufrir una intensa persecución policial, optó en los últimos años por la discreción y el crimen de baja intensidad, centrando sus negocios en el tráfico de droga y opiáceos, la epidemia que asola EEUU.
Dentro de esas nuevas formas menos llamativas, Frank Cali encajaba a la perfección. Su sigilo lo mantuvo alejado de comisarías y tribunales durante casi toda su carrera, con una excepción. Los hechos se remontan a 2003, cuando él y otros miembros de la familia reclamaron el “impuesto de la mafia” al propietario de una empresa de camiones y contratistas. Uno de sus compinches se convirtió en informante de la policía para evitar la cárcel, y contó todo lo que sabía sobre las prácticas de los Gambino.
Esta delación se tradujo en un juicio en 2008 contra 62 miembros de la Cosa Nostra de Nueva York. En junio, Cali se declaró culpable de conspiración para la extorsión y fue encarcelado en el Centro de Detención Metropolitano en Brooklyn. Quedó libre en abril de 2009.
Para explicar el papel de Franky Boy dentro de los Gambino hay que remontarse al pasado de este grupo. El rol de esta familia en la escena criminal de Manhattan fue más bien reducido desde que en los años treinta se configuró el mapa mafioso de la ciudad, dividida en cinco grandes organizaciones.
La fortuna de los Gambino
En 1957, el líder de los Gambino fue tiroteado en una barbería y Carlo Gambino, al que se vincula con aquella muerte, tomó su lugar. Desde entonces, y bajo sus órdenes, esta familia amasó una fortuna a base de juegos de azar, préstamos, extorsión, lavado de dinero, prostitución, fraude, secuestro y otras prácticas.
En 1976, Carlo Gambino nombró a su cuñado Paul Castellano como sucesor tras su muerte. Duró pocos años antes de que uno de los suyos, John Gotti, orquestara su asesinato en 1985. Pero Gotti también cayó. En 1992, uno de sus hombres de confianza, Salvatore ‘Sammy Bull’ Gravano, cooperó con el FBI. El chivatazo acabó con Gotti y los principales miembros de este clan entre rejas, y con Frank Cali, sobrino de John Gambino, a la cabecera de la organización, que llegaría a liderar en 2015.
Precisamente la muerte de Castellano fue el último asesinato de un capo de la mafia en Nueva York desde hace 34 años. Hasta que este miércoles, pasadas las 21 horas, Cali, que tenía 53 años, recibiera entre seis y nueve tiros, según los testigos. Pese a ser trasladado al Hospital Universitario de Staten Island, fue declarado muerto.
Los vínculos mafiosos de Cali con la mafia llegan hasta Sicilia. Franky Boy nació como Francesco Paolo Augusto Cali en Nueva York. Sus padres eran sicilianos. Además, a través de su matrimonio, estrechó lazos familiares con con John Gambino y con Vito y Giovanni Bonventre, de la familia criminal Bonnano.
Su esposa es Rosaria Inzerillo, también conectada al mundo del crimen, ya que es la sobrina del capo John Gambino y, además, su hermano Joseph y su cuñado Peter Inzerillo trabajaban a las órdenes de esta familia.
La mafia no duerme
Aunque su muerte es la primera de un capo desde hacía décadas, lo cierto es que la mafia nunca ha dejado de actuar y otros líderes en rangos inferiores han sido objeto de emboscadas.
El New York Times informa, por ejemplo, de que Sylvester Zottola, dentro de la familia Bonanno, fue asesinado a tiros en octubre del año pasado mientras esperaba para pedir en un autoservicio de un McDonald's del Bronx. Tres meses antes, su hijo, Salvatore Zottola, también sufrió un ataque, aunque sobrevivió.
Los medios estadounidenses también están poniendo el foco en la fecha elegida para este posible ajuste de cuentas, porque en el mundo de la mafia nada es casual.
El Times recuerda que el asesinato de Cali ha ocurrido el mismo día en que Joseph Cammarano Jr., jefe de los Bonanno, otra de las cinco grandes familias, fuera absuelto en un juicio celebrado en la ciudad.
Cammarano Jr., junto a otro capo, estaban acusados de prácticas mafiosas como la extorsión. Parte de su defensa, según recogen los medios, se basó en que la mafia siciliana está ya prácticamente desmantelada y que a ellos se les persigue por su etnicidad italiana.
El rotativo también subraya que la muerte de Cali se produce una semana después de que el jefe de otra de las familias del crimen neoyorquino, la Colombo, Carmine J. Persico, muriera a los 85 años en prisión.
La muerte de Cali deja su puesto vacante y a disposición de la nueva generación de capos neoyorquinos, pero también interrumpe una etapa de privacidad y discreción, volviendo a los golpes mediáticos de la era Gotti, tal y como se recocieron en El Padrino. La historia de la mafia continúa.