El proceso de impeachment iniciado contra Donald Trump en el Congreso estadounidense se va a alargar más de lo inicialmente planeado, al menos hasta Navidad. La mayoría demócrata en la Cámara de Representantes tenía previsto cerrar la investigación abierta sobre el presidente con una votación a finales de noviembre, coincidiendo con Acción de Gracias, para enviar el caso al Senado. Sin embargo, finalmente demorarán este paso un mes más, a la vista de lo rentable que les está saliendo el escándalo mediáticamente.
Cuando el pasado septiembre la líder demócrata Nancy Pelosi dio el visto bueno para arrancar el procedimiento constitucional de destitución del presidente, el plan original de su partido preveía un trámite breve, sin dilaciones innecesarias. No obstante, el Ucraniagate ha ido creciendo por semanas, con revelaciones y evidencias que ni ellos se esperaban.
El caso saltó a raíz de la denuncia de un oficial de la propia administración, que alertaba de que Trump, durante una llamada telefónica, habría pedido favores para su campaña presidencial de 2020 a su homólogo ucraniano, Volodímer Zelensky, a cambio de suministrarle el apoyo militar que necesitaba para combatir a las fuerzas prorrusas al este de su territorio.
En concreto, el magnate habría condicionado el envío de unos 400 millones en ayuda, a cambio del "favor" de que investigara las actividades en aquel país del hijo de Joe Biden, uno de los aspirantes a disputarle la Casa Blanca.
Las declaraciones de los testigos que van pasando, a puerta cerrada, por los comités del Congreso encargados de las pesquisas están regalando a los demócratas en pocos días lo que meses de interminable Rusiagate no consiguió. La opinión pública se inclina cada vez más a favor de abrir un juicio político al presidente por estos hechos.
El respaldo al impeachment ha batido esta semana todos los registros. Según una encuesta de la Universidad de Quinnipiac publicada el miércoles, el 55% de los encuestados apoya la investigación, mientras que el 43% se opone. Esto supone un incremento de cuatro puntos sobre la semana anterior, y rompe con la tendencia tradicional que apuntaba a que el público norteamericano no es proclive a este procedimiento para destituir a un inquilino de la Casa Blanca.
Desglosando por partidos, los votantes demócratas respaldan el proceso en un 93%, al igual que la mayoría de los independientes, con un 58%. En el lado republicano, el 88% desaprueba el procedimiento, una cifra elevada pero menor que en sondeos anteriores.
No obstante, si se pregunta sobre la destitución, el nivel de apoyo general cae al 48%, aunque son dos puntos más que la semana anterior.
Al calor de estos datos y de las revelaciones que hasta ahora ha arrojado la investigación, los demócratas han optado por estirar el escándalo para deteriorar la imagen del presidente e incrementar el apoyo a su causa, según han publicado esta semana medios como el New York Times o CNN.
Para ello, planean organizar una serie de audiencias públicas destinadas a difundir aún más el caso y consolidar el respaldo hacia el impeachment. El objetivo es convencer no sólo a los suyos, sino a los republicanos, muy sensibles al papel institucional del presidente en política militar y exterior.
Hakeem Jeffries, representante demócrata por Nueva York, lo explicaba esta semana: "Si todos transmitimos esta historia de forma simple y repetida, el pueblo estadounidense entenderá por qué el presidente debe rendir cuentas. Si no lo hacemos, entonces el presidente aprovechará ese vacío para escapar nuevamente de sus responsabilidades".
Trump, al contraataque
Por su parte, Trump no va a quedarse de brazos cruzados. Este martes pidió a los republicanos que sean "más duros" a la hora de combatir el impeachment. "Tenemos algunos (republicanos) que son grandes luchadores, pero tienen que ser más duros y pelear, porque los demócratas están tratando de lastimar al Partido Republicano para las elecciones que se avecinan, donde nos está yendo muy bien”.
Sus palabras fueron atendidas. Al día siguiente, un grupo de republicanos de la Cámara de Representantes protagonizó un acto de protesta inusual en el Congreso. Irrumpió en la sala de las testificaciones, negándose a salir en demanda de un proceso "más transparente". Esto retrasó todas las declaraciones del día.
Los conservadores están incluso dispuestos a iniciar una guerra interna en el Capitolio. Este jueves, el senador republicano Lindsey Graham presentó una resolución respaldada por 44 de sus colegas, incluido el líder de la mayoría republicana, Mitch McConnell, para que el Senado repruebe a la Cámara de Representantes por la falta de transparencia en la investigación.
"Todo estadounidense debería estar molesto por lo que está ocurriendo en la Cámara con respecto al intento de destituir a Trump", señaló Graham en un comunicado.
La proposición busca que los demócratas aceleren los trámites y cortar así la sangría de testimonios que están hundiendo la imagen del magnate. En concreto, insta a la Cámara a celebrar ya una votación formal sobre si abre un juicio político, permitir que el presidente llame a testigos en su defensa, así como dar a la minoría republicana de la Cámara la capacidad de emitir citaciones.
Los demócratas descartan la idea de celebrar ya una votación formal, y apuestan por seguir rentabilizando su mayoría en la Cámara para controlar los comités que investigan. Adam Schiff, presidente del Comité de Inteligencia, sí prometió que publicarán transcripciones de los procedimientos a puerta cerrada.
Pese a estas demostraciones de apoyo, no todos los republicanos están igual de involucrados en la defensa de Trump. Mitt Romney, senador por Utah, ya declaró que podría votar contra él llegado el momento. Lisa Murkowski, por Alaska, dijo la pasada semana que un presidente nunca debería "retrasar la ayuda exterior que habíamos apropiado anteriormente para una iniciativa política". Y en la otra cámara, el representante Francis Rooney, republicano de Florida, ha coqueteado con la idea de apoyar el impeachment.
No obstante, incluso asumiendo que algún conservador dé la espalda al magnate, la destitución es más que improbable, ya que los republicanos controlan el Senado (53 de los 100 asientos), que es la institución encargada de celebrar el juicio político, que requeriría de una mayoría de dos tercios. Lo que tienen difícil evitar es que la Cámara de Representantes apruebe imputar cargos al presidente, ya que aquí solo se requiere mayoría simple, y los demócratas la tienen.
Testimonios demoledores
A pesar de saber esto, los demócratas no están dispuestos a darle ni un respiro al Trump que le permita salir airoso de este escándalo como ya hizo con el Rusiagate. Para ello, han llamado a declarar a protagonistas de este caso como Rudolph W. Giuliani, y han reclamado documentos al vicepresidente Mike Pence, y otros funcionarios. Y todo retransmitido por televisión cada día en directo desde los pasillos del Congreso.
La estrategia está dando frutos, pero básicamente porque las declaraciones de los comparecientes están resultando explosivas.
Por ejemplo, el pasado martes, el veterano diplomático estadounidense William Taylor confirmó que Trump orquestó una política exterior paralela para Ucrania que hizo que la ayuda estadounidense al país dependiera de que investigaran a Biden.
En una declaración escrita a tres comités de la Cámara encargados del impeachment, Taylor explicó que cada vez estaba más preocupado por la deriva que estaba tomando la política exterior estadounidense en Ucrania, principalmente por el papel de Giuliani.
Su testimonio establece por ahora los cargos más serios contra Trump, sin olvidar que la pasada semana, el jefe de gabinete de la Casa Blanca en funciones, Mick Mulvaney, reconoció durante una conferencia de prensa que la ayuda militar para Ucrania fue retenida como parte de un quid pro quo, aunque luego rectificó acusando a la prensa de malinterpretarle.
El proceso continúa aunque a estas alturas pocos dudan ya de que el presidente intentó que una nación extranjera influyera en las posibilidades electorales de uno de sus posibles rivales políticos.