Joe Biden será el nuevo presidente de Estados Unidos. Al tercer intento y tras 50 años de vida política, el demócrata llega a la Casa Blanca. Lo hace tras cuatro días de un recuento de votos agónico y sorteando todo tipo de amenazas legales y acusaciones infundadas de fraude por parte de Donald Trump, que se resiste a reconocer su derrota. El presidente saliente deja atrás a un país fracturado, con una sociedad polarizada y, quizás lo más importante, una democracia herida en su credibilidad. A Biden le toca, ahora, reconstruir.
Tras más de 24 horas pendientes de los resultados, el jueves amanecía con Michigan y Wisconsin pintados de azul, y la mirada puesta en Georgia, Nevada, Arizona y Pensilvania. El viernes empezaba con Biden tomando la delantera en Georgia y, a medio día, hacia lo propio en Pensilvania. Este sábado se ha confirmado la victoria demócrata al hacerse Biden con el estado de Pensilvania y Nevada, lo que le otorga los 26 delegados de esos estados, con los que alcanza los 279 compromisarios frente a los 214 de Trump y se hace con la presidencia de EEUU.
Pocos minutos después de conseguir la victoria, Joe Biden agradecía a los americanos en su cuenta de Twitter. "América, es una honra que me hayáis elegido para liderar nuestro gran país. Tenemos un trabajo duro por delante, pero os prometo algo: seré el presidente de todos los americanos, sin importar si me habéis votado o no. Estaré a la altura de la fe que habéis depositado en mí", escribió. "Es hora de dejar atrás la ira y la retórica del odio y unirnos como nación", añadió en un comunicado.
También su vicepresidenta, Kamala Harris, la primera mujer en llegar al cargo, ha reaccionado en la red social: "Estas elecciones van mucho más allá de mí o Joe Biden. Está en juego el alma de EEUU y nuestras ganas de luchar por ella. Tenemos mucho trabajo por delante. Empecemos".
Trump, por su parte, siguió el guión que empezó a construir en la noche electoral, insistiendo en las acusaciones de fraude electoral y diciendo que la batalla no está perdida. "Todos sabemos por qué Joe Biden se ha apresurado falsamente a proclamarse ganador, y por qué sus aliados están tratando con tanta insistencia de ayudarle: no quieren que se exponga la verdad. El hecho básico es que esta elección está lejos de haber finalizado", señaló en un comunicado enviado por su equipo.
El demócrata se ha convertido en el 46º presidente de EEUU en las elecciones con más participación de la historia y como el candidato más votado de siempre, con más de 70 millones de votos, sobrepasando con creces los números de Barack Obama en 2008. Los estadounidenses acudieron en masa a estas elecciones: cerca de un 68%, una cifra récord que jamás se había producido en el país.
La movilización empezó mucho antes del martes 3 de noviembre. El miedo al contagio por el coronavirus, que ya había dejado a más de 230.000 muertos en EEUU, hizo que más de 90 millones de ciudadanos pidieran el voto por correo, para evitar las largas colas en los centros de votación.
Las encuestas llevaban semanas pronosticando una jornada electoral tranquila y una victoria holgada para Biden, pero otra vez se equivocaron. Con márgenes muy ajustados y una participación récord, pronto se percibió que la noche sería larga y que los estadounidenses se despertarían al día siguiente sin conocer quién sería el nuevo presidente.
El primero en hablar a sus seguidores fue Joe Biden, sobre las 00.30 de Washington. Sonriente y optimista, les pidió "paciencia" y que mantuvieran "la fe" porque tenía "buenas sensaciones" pero, advertía, el recuento se iba a "alargar". Un mensaje de contención que incluía un inciso dirigido al presidente: "No me cabe a mí ni a Donald Trump proclamar el ganador de esta noche". Biden aún no había terminado su declaración cuando Trump estalló en Twitter, acusando a los demócratas de querer "robar las elecciones".
El peor escenario
Dos horas después, el aún presidente compareció ante sus seguidores en la Casa Blanca, en un uso partidista de la institución, para autoproclamarse ganador de las elecciones, pese a que los recuentos estaban lejos de terminar y disparando una sarta de falsedades.
"Esto es un gran fraude y vamos a recurrir al Tribunal Supremo de EEUU. Queremos que se pare el recuento de votos porque no queremos que saquen más papeletas esta noche, que se encuentre un voto a las 4.00 horas. Vamos a ganar las elecciones. Sinceramente, ya las hemos ganado", dijo en una acusación sin fundamento que ponía en jaque a todo el sistema electoral americano.
El análisis estaba lejos de ser unánime entre los republicanos. De hecho, destacados líderes, entre ellos los poderosos senadores Mitch McConnell y Marco Rubio, y el exgobernador republicano Chris Christie, criticaron las acusaciones del presidente insistiendo en que no había ningún indicio de fraude en las elecciones.
Pero Trump no escuchó a ninguno y puso en funcionamiento su maquinaria legal y de propaganda. Mientras seguidores republicanos, algunos de ellos armados, se presentaban en lugares donde los recuentos aún se estaban haciendo, como Arizona y Georgia, Trump anunciaba la contratación de 8.500 abogados para dar la batalla jurídica por el voto.
"Nos hemos estado preparando para esto desde hace un año", dijo el asesor legal del Comité Nacional Republicano, Justin Riemer, en declaraciones a The Associated Press. "Hemos estado trabajando en la campaña en nuestra estrategia para la preparación de recuentos, para las operaciones del Día de la Elección y nuestra estrategia de litigio", señaló
Sus abogados desplegaban la artillería jurídica y Trump daba rienda suelta a sus mensajes falsos en Twitter en la construcción de un relato alternativo a la realidad. A través de la red social se quejó de que sus votos estaban "desapareciendo por arte de magia" y pidió parar el recuento de papeletas en mensajes señalados por la red social como "engañosos".
No está claro hasta dónde está dispuesto Trump a llevar su batalla judicial para intentar ganar en los tribunales lo que perdió en las urnas. Su equipo ya pidió el recuento de votos en Wisconsin, algo que la ley del estado permite hacer a cualquier candidato si la diferencia de voto entre el ganador y el segundo es menor al 1%. También ha interpuesto querellas en Georgia, en Michigan y Pensilvania para detener el conteo de votos, en unos, y denunciar supuestas irregularidades, en otros.
Algunas de estas querellas pueden llegar al Tribunal Supremo en el que los republicanos tienen amplía mayoría después de que Trump nominara a la jueza conservadora Amy Coney Barrett.
Transición en el aire
Con todo esto, la transición de poderes en EEUU está en el aire y la incertidumbre amenaza con adueñarse del país unas semanas más. Pero nadie puede decir que Trump no lo había avisado.
El republicano se negó por diversas veces a comprometerse con aceptar los resultados y una transición pacífica del poder en caso de derrota. "No voy a decir simplemente que sí. Tampoco lo hice la última vez", señaló. El día anterior a las elecciones volvía a sembrar las dudas: "Ganar siempre es fácil, perder, no. No para mí", dijo.
Aunque termine aceptando los resultados, Trump no se lo va a poner fácil a Biden para que la transición se haga de forma fluida y normal. A Biden el futuro se le presenta complicado. Y es que además de tener que gobernar en un momento en que la pandemia acecha de nuevo a un país envuelto en una crisis económica y social, el demócrata tiene por delante otro reto. Tras cuatro años de discursos inflamados y un ritmo frenético en la Casa Blanca, a Biden le toca también sosegar el tono, restaurar la confianza de los ciudadanos en las instituciones e intentar unir a una sociedad dividida y que se ha acostumbrado a vivir dándose la espalda.