En rigor, Joe Biden no luchaba contra Donald Trump en las pasadas elecciones presidenciales. Luchaba contra la imagen que Donald Trump daba de él en cada acto público: 'Sleepy Joe Biden', el hombre anodino, aquel que no controla las cosas sino que las cosas parecen pasarle por encima. La lucha de Biden contra esa imagen salió bien en noviembre porque mejor ser un atontado que ser una tramposa –crooked- como Hillary Clinton. Ahora bien, le acompaña aún entre la ciudadanía estadounidense y, después de lo ocurrido este fin de semana, le acompañará siempre.
Biden es, en esencia, un hombre con una indudable habilidad para las relaciones públicas y poco más. Nunca ha sido un gran gestor -las bases de Obama nunca entendieron el ticket- y nunca ha dado la sensación de ser capaz de liderar algo. Ahora bien, una cosa es lavarte las manos y otra es contribuir activamente al desastre de Kabul y hacer que Estados Unidos quede como el pim-pam-pum del mundo entero hasta el punto de que incluso el New York Times te esté leyendo la cartilla en cada editorial. Para que los Republicanos pidan tu dimisión por sacar al país de una guerra, muy gorda la has tenido que liar.
La historia de Biden con Afganistán es larga porque Biden, ya sabemos, no es un recién llegado. Biden estaba ya en esa famosa foto de la situation room de la Casa Blanca cuando los Seals mataron a Osama Bin Laden en su escondite paquistaní. El propio presidente de Estados Unidos (EEUU) reconoció el lunes en rueda de prensa que el objetivo estadounidense en Afganistán nunca fue construir un país, nunca fue mirar por el bien ajeno. Sólo pretendían defenderse. Estar en Afganistán era evitar una amenaza... hasta que la propia invasión se convirtió en un riesgo mayor.
Del entusiasmo al desencanto
Ahora bien, esta conclusión es discutible y el propio Biden se ha peleado con ella durante cierto tiempo. Cuando no era más que el senador de Delaware, Biden fue de los primeros en visitar al presidente impuesto Hamid Karzai. Su respaldo a las decisiones de George W. Bush fue absoluto en un momento en el que, por otro lado, nadie se atrevía a diferir. Por entonces, el senador Biden, un supuesto experto en relaciones internacionales, advertía de que había que invertir en el país, que no se podía permitir que siguiera en la pobreza absoluta, que era la pobreza lo que llevaba a la violencia de los pocos bien financiados. A finales de 2002, llegó a declarar: "La historia nos juzgará con dureza si permitimos que los avances en Afganistán se evaporen porque tenemos miedo de plantar cara a los retos de construir una nación".
Como vicepresidente de Barack Obama, incluso en campaña, Biden siguió insistiendo en la necesidad de construir un Estado fuerte en Afganistán, criticando los empeños del Partido Republicano en focalizar todos sus esfuerzos en Irak. Ya en el cargo, y tras visitar el país de nuevo, se preguntaba: "¿Cuál es exactamente nuestra misión en Afganistán? Porque no creo que nadie sepa cuál es nuestra misión en Afganistán después de nueve años". Todo cambió con el asesinato de Osama Bin Laden y la foto de marras. A partir de ahí, entraron las prisas. En 2011, el mismo Biden que meses antes decía no saber cuál era la misión de su país en Afganistán, la daba por acabada. Anunciando que en 2014, las tropas de la OTAN y de la coalición internacional se retirarían del país.
Así fue, solo que en parte. En 2014, murió más gente en atentados y en combates por todo el país que en ningún otro año desde 2001. Estados Unidos tuvo que mantener un mínimo de tropas y seguir tutelando el gobierno del sustituto de Karzai, Ashraf Ghani.
Cuando Biden dejó la vicepresidencia habían pasado 15 años desde la invasión del país y su discurso había cambiado por completo: de ser un entusiasta de la implicación de EEUU en un país devastado a querer sacar cuanto antes a su país de ese desierto indomable lleno de cuevas. La llegada de Trump lo aceleró todo.
Hambre y ganas de comer
No está nada claro que un Gobierno de Hillary Clinton hubiera cambiado las cosas en Oriente Medio. Como hemos visto, la evolución de Biden era la evolución de un país y la evolución de un partido demócrata que tampoco veía mucho sentido en seguir gastando dinero y vidas en una guerra que no empezaron ellos. Trump, un tipo errático, se pasó tres años cambiando a los responsables de estrategia militar según iba cambiando él mismo de opinión acerca de qué hacer con la posición de EEUU en el mundo. Al fin y al cabo, había triunfado con un doble eslogan: "America First" y "Make America Great Again". De tener que combatir a alguien, ese alguien tenía que ser China o, por extensión, Corea del Norte, pero, ¿Siria, Irak, Afganistán? ¿Qué sentido tenía?
Afganistán no ha caído por el terror, o al menos no del todo. El terror estuvo siempre, solo que el terror acabó llevando a la desidia y la desidia siempre te deja en mala posición negociadora. Cuando Trump ya no pudo más, reunió a Gobierno y "oposición" en Doha, capital de Qatar, y les anunció un acuerdo que había decidido de antemano: ellos se iban, que se arreglaran los que se quedaran. Eran los tiempos pre-pandémicos y había unas elecciones que ganar. La decisión de Trump estaba llamada a ser tremendamente popular entre sus votantes y sus no votantes. Nadie iba a discutirla y menos que nadie su oponente electoral, Joe Biden, que no puso ni una sola pega al acuerdo durante toda la campaña ni lo discutió cuando llegó a Pennsylvania Avenue.
Ahora bien, una cosa es la política y otra es la realidad. Biden estaba harto de Afganistán y sabía que su país estaba tan harto como él. Centrado en otros asuntos más importantes, no calculó el nivel de desidia dentro de la propia coalición gubernamental afgana o no quiso calcularla. Al fin y al cabo, hablamos mucho de cómo abandonaron los estadounidenses el aeropuerto de Kabul y muy poco de que el primero en marcharse fue el presidente en el cargo, un indicativo de la voluntad de resistencia de los aliados. Tal vez, Biden conociera a Ghani demasiado bien y tal vez lo conociera demasiado poco. Puede que se fiara por completo de su capacidad y la de su ejército -como insinuó en público hasta el último momento- o puede que fuera consciente de que aquel hombre era de todo menos fiable.
Oídos sordos
El caso es que no ha habido en estos siete meses ni la más mínima intención por parte de Biden de dilatar ni un año más los plazos de retirada total de sus tropas en Afganistán. La más mínima. Sabemos, porque lo han filtrado los medios, que en el Pentágono estaban horrorizados con la idea. Sabemos que le pidieron más tiempo para terminar de cerrar operaciones, afianzar posiciones clave de inteligencia contraterrorista y no dar la sensación a los talibán de que podían hacer con ese país lo que les viniera en antojo, como habían hecho durante los años noventa.
Sabemos también que Biden escuchó y miró a otra parte. Retrasó, es cierto, el límite puesto por Donald Trump de retirar todas las tropas el 1 de mayo, pero lo fijó arbitrariamente para el 11 de septiembre, en el vigésimo aniversario del atentado más sangriento de la historia estadounidense. Marcharse el 11 de septiembre era importante para el país, un símbolo de ciclo cerrado. Desde el Pentágono, se le dijo que no era buena idea legislar a base de símbolos, pero Biden no hizo caso. Pensó que hasta septiembre aguantarían, que muy mal se tenían que dar las cosas. Se equivocó. A principios de julio, adelantó la fecha de retirada al 31 de agosto. Algo se olía.
Los militares, sobre el terreno, adquieren más compromisos de los que adquieren los políticos que los envían y los retiran. Los jefes de operaciones en Kabul sabían que a la capital le quedaban como mucho 90 días mientras el presidente presumía de lo bien que habían dejado todo y lo improbable que era una victoria talibán. No fueron más de 30. A Biden no se le pedía quedarse para siempre, sino el tiempo suficiente para poder proteger a la gente que le había ayudado durante veinte años. Nadie va a discutirle a 'Sleepy Joe' la decisión de marcharse, pero quedarán para la historia las prisas, la precipitación y, de nuevo, la desidia. En poco más de un año, los Demócratas se juegan el control del Congreso y lo harán de nuevo contra la imagen del tipo poco resolutivo, cualquier cosa menos un comandante en jefe.
Pese a lo que Biden anunció en rueda de prensa, EEUU no es a partir de este domingo un país más seguro. Todo lo contrario. Sus enemigos son más fuertes y eso lo dice todo. No basta con pretender hacer cosas, hay que demostrar que sabes cómo hacerlas. El tiempo dirá si esta catástrofe tiene consecuencias para los propios americanos o no. De momento, a Biden le queda la espada colgando encima de su cabeza. Supongo que es consciente de que, en tres años, le tocará a otro lidiar con esto.
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