Así ignoraron en el Partido Demócrata el declive de Biden quienes se vuelcan ahora con Kamala Harris
Todo el partido, a la espera de lo que diga Bernie Sanders y con la excepción institucional de Barack Obama, se ha volcado ahora en torno a ella.
23 julio, 2024 02:00El 19 de enero de 2022, Joe Biden anunciaba su voluntad de presentarse a la reelección como presidente de los Estados Unidos, con Kamala Harris de nuevo como fiel escudera. Dos años habían pasado desde su inauguración oficial y Biden, ya en los 80, mostraba algunos síntomas de fatiga no demasiado alarmantes. No había empezado la guerra en Ucrania y los problemas en Oriente Medio parecían solucionarse después de años de tensiones, con las negociaciones entre Israel y Arabia Saudí para la búsqueda de un reconocimiento diplomático mutuo bastante avanzadas.
Todo el Partido Demócrata se puso tras las alas de su presidente, sin importar lo arriesgada de la tarea ni el hecho de que, al terminar el mandato para el que se presentaba, Biden ya tendría 86 años. Nadie titubeó. Solo Robert F. Kennedy Jr., el excéntrico sobrino de JFK anunciaría un año más tarde su voluntad de presentarse como candidato, aunque el recelo del “establishment” le obligaría a retirarse de la carrera demócrata y seguir con su candidatura en solitario. Las encuestas le dan en torno al 9% de los votos.
El deterioro de Biden era palpable y avanzaba a pasos gigantescos: discursos inconexos, lapsus de memoria evidentes, movimientos extraños en circunstancias poco apropiadas, manos tendidas al vacío… todo ello era imposible de ignorar, pero tanto el Partido Demócrata como su prensa afín prefirieron matar al mensajero: todo aquel que señalara públicamente los problemas del presidente no era sino un “trumpista” dispuesto a hacer sangre.
Tal fue el apoyo del Partido a Biden que, llegado el momento de las primarias, el 23 de enero de 2024, solo dos candidatos se atrevieron a romper la omertá y más parecía aquello un paripé que una verdadera contienda. Los demócratas recuerdan con espanto la división producida por el enfrentamiento en 2016 entre Hillary Clinton y Bernie Sanders y su principal objetivo desde entonces es no repetir algo parecido. Biden era un pésimo candidato, con unos porcentajes de aceptación solo vistos durante el primer mandato de Harry Truman, pero era un candidato de consenso y eso era lo que contaba.
El día que cambió la Historia
Así pues, con todo el partido en su contra, los únicos dos valientes, el congresista por Minnesota, Dean Phillips, y el independiente Jason Palmer, renunciaron a seguir compitiendo y, por supuesto, pidieron el voto para Biden. En total, el presidente consiguió 3.905 de los 3.949 delegados que votarán en la Convención Demócrata a mediados de agosto. Hasta catorce millones de electores hicieron el esfuerzo de ir a las urnas pese a que su candidato era, en la práctica, el único aspirante a la nominación.
¿Qué decían entonces Kamala Harris, Chuck Schummer, Gretchen Winter o Gavin Newsom? Todos adulaban públicamente a Biden e ignoraban sus problemas. Las midterms de 2022 habían ido tan bien para los demócratas, pese a todos los augurios en contra, que el sentimiento común era que aquello podía repetirse, que podía darle la vuelta a las encuestas. Todo hasta que llegó el día fatídico: el 27 de junio de 2024. El día del debate con Donald Trump en la cadena CNN.
Era un debate de entrada inusual, porque ninguno de los dos había sido aún nominado como candidato. Habían ganado las primarias, sí, pero no se había consumado la votación definitiva dentro de cada uno de los partidos. Ambos candidatos llegaban empatados en las encuestas, con ligerísima ventaja para Trump, sobre todo en los estados clave. Con todo, si Biden conseguía ganar de nuevo en el “Cinturón del Óxido” (los estados del midwest estadounidense, encabezados por Minnesota, Michigan, Wisconsin y Pensilvania) podía optar a la reelección.
Todos los líderes demócratas insistían en lo fuerte que estaba el presidente, pese a las evidencias: su debilidad en política exterior, su poca claridad en las exposiciones públicas, la dependencia cada vez mayor en su núcleo íntimo dentro de la administración… Las donaciones llovían a favor de un candidato fantasma, el festival seguía sin atender a las circunstancias y, así, Biden se plantó en su estrado de un plató de Atlanta para afrontar las dos horas que cambiaron la historia del mundo.
El paradigmático silencio de Clooney
Biden estuvo horrible, pero eso era de prever. Lo que resultó poco creíble fue la reacción de pánico por parte de todos aquellos que hasta ese momento habían visto en aquel hombre frágil y confuso la solución de futuro para su país. El New York Times, que había avalado su candidatura y que siempre se había mostrado tan generoso con Biden como duro y exigente con Trump, pidió casi de inmediato, con un editorial sorprendente, la renuncia del presidente como candidato demócrata.
Días después, publicaría otro artículo de opinión que simbolizaba a la perfección lo que fue el silencio demócrata durante estos años y especialmente en los últimos meses. George Clooney, conocido actor y amigo íntimo de los Obama, los Clinton y los Biden, un maestro de las relaciones públicas, siempre al servicio del Partido Demócrata, reconocía abiertamente que, en una fiesta organizada dos semanas antes del debate para recaudar fondos, Biden había aparecido somnoliento, disperso y muy cansado. Nunca le habían visto así.
Según Clooney, esa misma noche le comentó a su mujer, la prestigiosa abogada Amal Alamuddin, sus dudas acerca de la viabilidad de Biden como candidato: “En dos semanas, todo el mundo en Estados Unidos verá lo que hemos visto aquí”, dijo el actor con resignación. Y así fue, en efecto. Ahora bien, Clooney no habló cuando debía, como no hablaron los donantes, como no habló ninguno de los conocedores de los problemas de Biden. No lo hicieron entonces, vaya, porque sí lo hicieron después: al linchamiento no ha querido faltar nadie. Si el debate se hubiera celebrado en septiembre, Biden habría encabezado el ticket demócrata.
Cuando las encuestas empezaron a registrar el efecto devastador de los titubeos y las incoherencias del presidente, las alertas sonaron y poco a poco todos fueron cambiando de bando. Por miedo a perder sus puestos de congresista o de senador, los silentes demócratas empezaron a llamar presos del pánico a Chuck Schummer, a Barack Obama, incluso a Nancy Pelosi, mayor que Biden y retirada de la política desde las pasadas elecciones legislativas. Todos pasaron el mismo mensaje: ahora mismo, el presidente era un peligro para todo el partido. Y quien dice el partido, dice el país.
Articular una alternativa a Trump
La idea de un Trump victorioso en el ejecutivo, con una amplia mayoría en las dos cámaras legislativas y con la posibilidad de nombrar jueces y fiscales a su antojo, una prerrogativa exclusivamente presidencial en Estados Unidos, empezó a tomar forma. Los halagos se tornaron en prudentes avisos y los prudentes avisos en claras deserciones. Quienes durante cuatro años habían ninguneado a Kamala Harris por su baja popularidad y su poca habilidad en el discurso público, apuntaban ahora a la vicepresidenta como la única salida posible.
La hipocresía llegó al punto de que un grupo de congresistas encabezados por el californiano Jared Huffman, emitieron una carta abierta la pasada semana pidiendo tiempo a la Comisión Nacional Demócrata antes de nominar a Biden. Pedían retrasar un mes la nominación, que iba a hacerse esta semana de forma telemática, para poder pensar mejor cuál era el camino a seguir. Al fin y al cabo, solo habían tenido tres años y medio para hacerlo y nadie pareció darle ni una vuelta a la idoneidad de Biden hasta que la realidad demoscópica hizo peligrar sus asientos.
La propia Harris estaba el sábado haciendo campaña por Biden, supuestamente enfermo por Covid. Desde el equipo electoral del presidente se insistía en que los debates estaban ya zanjados y que nadie se estaba planteando retirada alguna. Cuando se filtró que este mismo fin de semana, Biden podía anunciar su renuncia, se acusó a los medios de mentirosos. No hubo nadie en el Partido Demócrata que asumiera su función hasta el momento definitivo.
Con todo, ahora que toca apoyar a Harris, todos lo hacen como si siempre hubieran estado convencidos de que era la candidata ideal. Es normal. Deben hacerlo. Desde luego, es mejor candidata que un anciano confuso y debilitado por los golpes de la vida y de la propia presidencia. Choca, eso sí, ver tanto entusiasmo en torno a Harris por parte de los mismos que mostraban ese entusiasmo el 26 de junio en torno a Biden. Por decirlo de alguna manera, resultan poco creíbles. Será la ciudadanía estadounidense quien deba decidir entre esta improvisación y la amenaza de Trump, que existe y no puede exagerarse lo suficiente. La ceguera demócrata ha puesto al país y al mundo en un grave aprieto. Quedan tres meses y medio para escapar de él ilesos.