La mayor protesta del mundo, protagonizada por millones de granjeros indios en pie de guerra contra el Gobierno de Narendra Modi, culminó hace unos días con el asalto al Fuerte Rojo de la capital, Nueva Delhi, en plena celebración del Día de la Independencia.
La prensa ha comparado el episodio con lo ocurrido en el Capitolio de Washington hace poco. La inaudita imagen del estandarte religioso de los sijs ondeando en el mástil del histórico monumento, en lugar de la bandera tricolor india, es un símbolo del pulso que enfrenta al Gobierno indio con cientos de millones de campesinos desde hace meses y que se ha cobrado ya casi 80 vidas.
Desde que el año pasado Narendra Modi anunciase, aprobase (sin votación parlamentaria) e intentase poner en vigor tres leyes agrarias que según él iban a “transformar a la India”, casi todos los 800 millones de pequeños agricultores del país le han declarado la guerra. Literalmente.
Como un ejército decidido a tomar la capital, en este caso de su propio país, cientos de miles de indios de la mitad norte del país se desplazaron a pie, en tractor o cabalgando bueyes hasta los suburbios de Nueva Delhi. Allí se instalaron en campamentos inmensos, cuyas hogueras se podían ver por la noche al otro lado del río Yamuna.
Tras dos meses de frío y 11 rondas de negociaciones fallidas, se cansaron de esperar y el día de Lohri, que celebra el solsticio de invierno, quemaron simbólicamente 100.000 copias de las tres leyes que, según temen, les pondrán en manos de los especuladores y les avocarán a la pobreza en poco tiempo.
El día 26 de enero, cuando la India celebra el aniversario de su independencia con un fastuoso desfile militar, el río de gente que manaba desde los campamentos de granjeros desvió su recorrido para dirigirse al Fuerte Rojo, tradicional símbolo del poder central desde hace siglos.
Caos en Nueva Delhi
Mientras los tractores rodaban por el césped inmaculado de los maharajás, a menos de dos kilómetros de allí se tenía que suspender el desfile y los tanques, misiles y soldados volvían al cuartel. El caos se adueñó del centro de la capital india y mientras el Gobierno impedía el acceso a internet en media ciudad, la Policía, desbordada, recurría a armaduras metálicas y barras de hierro para enfrentarse a los manifestantes sijs, algunos de ellos armados con espadas.
Con poco que perder, los minifundistas indios luchaban para llamar la atención sobre su pobreza pasada (28 suicidios diarios en 2019 causados por deudas inasumibles), presente (la inflación del 7% y la bajada de precios mayoristas les asfixian) y futura (las nuevas leyes les dejarán eliminan los precios mínimos, dejando paso libre a la especulación).
Cuando fue elegido en 2014, el primer ministro Narendra Modi prometió que iba a doblar los ingresos de los agricultores indios. Tras fracasar en ello, ahora ha retrasado el cumplimiento de su para 2022.
Modi, que ya emprendió proyectos con vocación transformadora en el pasado, como tratar de eliminar el dinero físico en un solo año, ha sido acusado de querer arrastrar a la India a la modernidad a pasos forzados y dejando atrás a quienes no sean capaces de adaptarse. En un país donde 800 de sus 1.350 millones de habitantes producen solo el 16% de la riqueza, un cambio tan drástico como transformar la agricultura equivale a una revolución económica, política y social al mismo tiempo.
Aunque las nuevas leyes afectarán a todo el país, es el Punjab, patria de los sijs, la región que se verá más afectada. De los sijs se dice que nacen para ser bien granjeros o bien soldados. Ambas facetas se han dejado ver en las violentas escenas de los últimos días en Nueva Delhi.
Los sijs, entre cuyas señas de identidad están el llevar un turbante y portar una daga simbólica, siempre han tenido sus diferencias con el Gobierno central indio desde que Indira Gandhi masacró a sangre y fuego a los líderes religiosos sij en el Templo de Oro de Amritsar, que se habían atrincherado pidiendo la independencia de Jalistán, la nación sij. Que el Nishan Sahib, la bandera triangular sij, ondease en el mismísimo Fuerte Rojo, ha causado consternación en todo el país y se espera la destitución del ministro de Interior.
Nada menos que 150 millones de familias dependen de explotaciones agrícolas del tamaño de un campo de fútbol. Si la nueva legislación entra en vigor tal y como quiere Modi, el Estado dejará de estar obligado a comprar a los agricultores con un precio mínimo garantizado, y serán los grandes intermediarios y las empresas quienes podrán negociar con más ventaja. Es el caso de dos de los grandes magnates de la India: Mukesh Ambani y Gautam Adani, que se cuentan entre los hombres más ricos del mundo y que desde hace años han mostrado su apoyo sin reservas al gobierno de Modi.
Juicio a los manifestantes
En un juicio de urgencia a celebrar en los días siguientes a la toma del fuerte, varios de los manifestantes se enfrentarán a acusaciones de terrorismo, ultraje a la bandera india y conspiración.
Algunos periodistas y editores de medios indios que informaron a través de las redes sociales de lo que estaba ocurriendo en el centro de Nueva Delhi en tiempo real han sido también denunciados y en algunos casos acusados de trabajar para intereses paquistaníes.
En temor de nuevas protestas, el Gobierno ha colocado barricadas con varias filas de alambradas, bloques de cemento y vallas de hierro amontonadas en algunas zonas de la capital, así como en las autopistas que conectan el centro con los barrios de las afueras donde todavía acampan cientos de miles de campesinos. Los drones de vigilancia sobrevuelan sin cesar las zonas más “calientes” y miles de reservistas paramilitares han sido desplegados. Por su parte, un sindicato de agricultores ha hecho un llamamiento a una huelga nacional de tres horas.
El líder de la oposición, Rahul Gandhi, pedía a Modi que constryese “puentes, no muros”, mientras el resto de los partidos políticos, incluidos algunos socios de coalición de Modi, se alineaban del lado de los protestantes. Incluso celebridades internacionales de fuera del país, como Rihanna o Greta Thunberg han mostrado su apoyo al movimiento de protesta de los campesinos indios.
Hasta ahora, la legislación protegía las pequeñas explotaciones y prohibía, por ejemplo, la acumulación de cantidades demasiado grandes de productos agrícolas por parte de las grandes compañías para evitar la especulación. Según Modi, las leyes tendrán un efecto beneficioso para todos a medio plazo, cuando “la entrada del sector privado en la agricultura permita a todo el mundo negociar los mejores precios”.
Los mandis o mercados regionales controlados por el Estado para garantizar un comercio justo, están controlados por intermediarios autorizados por el gobierno que a veces abusan del sistema para beneficiarse personalmente. Además, la intrincada y desigual legislación de los gobiernos regionales ha ido creando con el tiempo desigualdades que perjudican precisamente a las provincias donde hay explotaciones más pequeñas.
Las nuevas leyes permitirán a cualquier agricultor vender sus productos directamente al comprador, casi siempre grandes empresas, sin pasar por los “mandis”. Pero muchos temen que en un mercado abierto y sin regular, los grandes compradores prefieran hacer negocios con quienes más producen y dejen de lado a los más humildes, que se verían así fuera del mercado.
Mientras, las hogueras alrededor de Nueva Delhi siguen encendiéndose cada noche. En el distrito de Ghazipur, famoso por albergar el mayor basurero al aire libre del país (“la montaña de basura es ya más alta que el Taj Mahal”, publicaba hace poco la prensa local), miles de campesinos aguardan a que se decida su destino: “o ganamos la batalla y todo sigue igual, o nos veremos obligados a quemar Delhi”.